Ire publicando todo lo que tengo hasta ahora poco a poco para no saturar demasiado, cuando lleguen los tiempos de sequia advierto que tardo muuucho en publicar


Bueno que no me lio más. Que lo disfruteis. Y gracias!!

Sus pasos le iban acercando poco a poco al final de su camino. A lo lejos podían verse los campos cercanos a la puerta de la Villa y en ellos a los campesinos trabajando para poder sacar adelante la poca cosecha de este año. No era nada fácil, los impuestos cada vez eran más altos, la enfermedad y las continuas batallas habían acabado con muchos hombres, haciendo que los campos se hubieran abandonado sin manos que los trabajasen.
Se detuvo en el borde del camino para dejar paso a una carreta que traqueteaba arrastrada por una vieja mula. Al contemplarla, se vio a sí mismo. Se sentía cansado, viejo a pesar de su edad, pero sobre todo sentía el gran peso que, invisible, le pesaba sobre la espalda. Los recuerdos, las dudas, las mentiras, los secretos… todo lo que significaba regresar después de tanto tiempo, le hacían pensar en dar media vuelta, en dar la espalda a la Villa. Pero no podía hacerlo. Había tomado una decisión y tenia que llegar hasta el final, a pesar del miedo a las consecuencias que esta podría acarrearle.
La carreta ya se perdía a punto de atravesar las puertas. Cerró los ojos un instante y con un profundo suspiro se dio fuerza a sí mismo. Sacó las manos de entre las mangas de su raído hábito y se colocó la capucha bien calada sobre el rostro. Las campanas de la iglesia daban las 10 de la mañana y las calles estarían repletas de gente de un lado a otro. Dudaba que alguien le llamara la atención, pero se había acostumbrado a cubrirse siempre en presencia de otras personas. De este modo y con la vista fija en sus propios pies retomó de nuevo el camino.
A pesar del tiempo transcurrido, poco había cambiado, no necesitaba mirar por dónde caminaba. Sus pasos lo conducían como el mejor guía. En su memoria guardaba cada calle, cada rincón de esos barrios. Sin darse cuenta se encontró metido de lleno entre los puestos del mercado. Las personas que se cruzaban a su paso se limitaban a mirarle y apartarse de su camino. Solo alguna que otra señora mayor se detenía y pronunciaba un tímido “Padre” a lo que él respondía con una ligera inclinación de cabeza. Más de un borracho estuvo a punto de chocarse con él, la posada estaba cerca y muchos hombres, perdido todo lo que poseían, se limitaban a ahogar las penas. No los culpaba por ello, es más, los entendía perfectamente.
Siguió caminando por la calle, con paso lento. Hasta sus oídos llegaron las risas de unos chiquillos que estaban jugando sobre unos toneles en precario equilibrio. Uno de ellos se había subido en lo más alto y los otros dos le animaban desde abajo a que saltara hasta un montón de sacos. Los toneles se movían por el peso del muchacho, pero él no se daba cuenta, estaba tan concentrado en los ánimos que le daban sus amigos que no veía el peligro. La caída desde dónde se encontraba podría hacer que se rompiera algún hueso. De pronto, justo cuando empezaba a tomar impulso para saltar, uno de los barriles cedió y el muchacho se precipitó hacia el suelo. Rápidamente el hombre fue hacía él y lo detuvo con sus brazos impidiendo que cayera sobre el duro piso. Los barriles cayeron generando un gran estruendo por el que las personas se quedaron mirando al pequeño grupo. El muchacho seguía en brazos de su salvador que lo dejó en el suelo junto con los otros dos chicos. Los niños lo miraban sorprendidos puesto que era la primera vez que lo veían, pero más que por ese motivo, lo miraban por el modo en que había aparecido, justo en el momento que en podían haberse hecho mucho daño. Tal vez intentaban ver más allá de la capucha que cubría su rostro y que les impedía ver lo que se escondía.
El desconocido a su vez los miraba interesado. Los tres tendrían aproximadamente la misma edad. Dos de ellos eran prácticamente iguales, con el pelo castaño y los ojos claros. Y el tercero, de pelo negro y ojos color miel, el que había intentado volar, le miraba de un modo especial. En su mirada se advertía curiosidad propia de la edad, no tendrían más cinco o seis años, pero había algo más. Algo que al desconocido le resultaba familiar. Sin saber por qué puso su mano sobre la cabeza del niño y le revolvió el pelo. Los niños sonrieron.
- ¡Gonzalo! ¿Dónde estás?
- ¡Marcos! ¡Daniel! Cuando os coja os vais a enterar.
Los niños borraron la sonrisa de su cara y se dieron media vuelta para ver como dos mujeres se acercaban intentando abrirse paso entre la gente reunida. Al llegar hasta ellos miraron en derredor y vieron todo el destrozo. El desconocido se retiró un poco tras los niños que esperaban la reprimenda.
- Te lo dije Margarita, en cuanto oí el alboroto… si es que no hay manera. ¿Qué vamos a hacer con vosotros? ¿Eh? ¿Pero es que no veis que os podíais haber abierto la cabeza?
Las dos mujeres los miraban con los brazos en jarras. Los niños bajaron la mirada porque sabían que tenían razón. Si no llega a ser por el desconocido habrían salido muy mal parados.
- Pero no…
- Gonzalo, ni una palabra.
- Pero, que no me he hecho nada. Él me frenó.
El niño se giró para señalar al desconocido. Al darse la vuelta descubrió que ya no estaba. Margarita cada vez estaba más enfadada.
- Gonzalo, ¿Cuántas veces tengo que decirte que no se dicen mentiras?
- Que no estoy mintiendo. Había un hombre. Un monje. Decírselo vosotros. Me cogió en brazos justo cuando el barril resbaló.
Sus amigos asentían pero sin abrir la boca. Su madre los tenia sujetos uno a cada lado de ella y los miraba con una ceja levantada.
- ¡Margarita! ¡Inés!
Un hombrecillo llegó corriendo hasta el lugar y se apresuró a mirar a los niños de arriba abajo. Las mujeres lo miraron con cara de pocos amigos.
- Satur, ¿dónde estabas? Se suponía que estaban contigo.
- Sí, señora Margarita, estar… estaban. Pero es que… ya sabe usted… que a estos tres no hay quien los pare. Que me di la vuelta y ya se habían largado. Que me torean como quieren. Van a acabar conmigo, se lo digo yo.
- Anda Satur. Tranquilo. Que ya sabemos como son. Yo me llevó a estos dos. Cuando se lo cuente a vuestro padre os va a tener limpiando mesas hasta que os salgan canas. A más ver Margarita. Gracias Satur por intentar controlarlos.
- Hasta luego Inés. – Margarita miraba al muchacho, el cual mostraba cara de enfado y desviaba la mirada buscando al monje. - ¿Y yo que hago contigo? Anda, tira para casa que ya hablaremos tú y yo.
El niño comenzó a caminar delante de la joven. Satur se quedó atrás mirando todo el destrozo y murmurando en voz baja, casi para sí mismo.
- Anda que… otra vez igual. Algún día se nos rompe la crisma. Si es que ha salido al padre. Normal que quiera volar.
El desconocido vio marchar al pequeño grupo. Se había escondido detrás de un carro mientras observaba toda la escena que se producía. Había dejado al niño como mentiroso pero no podía arriesgarse a que le viera nadie. Aún era pronto. Al ver a las mujeres algo en su interior le había hecho reaccionar y esconderse. Salió de detrás del carro pero se mantuvo en las sombras mientras seguía con la mirada al pequeño que no hacía más que volverse buscándolo. El hombrecillo lo agarró por los hombros mientras le decía algo que no llegó a escuchar. Su mirada se quedó prendida de la mujer morena que subía las escaleras para entrar en casa.
Continuará...