Domingo de misa - Completo

En este espacio tendrán cabida todos los relatos que nos inspire nuestra serie favorita. Fan-fics, relatos cortos e incluso poesía.
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Sherezade
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Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 9:49 pm

Todos conocemos la historia de Las mil y una noches, ¿no? Aquella historia en la que mi tocaya, para conservar su vida y la del resto de mujeres del harén, pasaba sus noches relatando una historia interminable al sultán con las esperanzas de que, una vez llegada la mañana, habiéndolo entretenido y engatusado, pudieran salvar sus vidas.


También conocéis, si no todas, muchas de las aquí presentes esta historia que fue escrita entre los meses de Junio y Julio del 2009.
En el libro de las Mil y Una noches, para llevar a cabo su plan, Sherezade tiene una cómplice, su hermana Dinarsad. Hoy, yo tengo varias. No sólo tienen el papel de sultán y verdugo, sino que ha sido por causa y/o gracias a varias foreras que finalmente me he decidido a desempolvar estos viejos pergaminos que espero, no os moleste sitúe aquí.


Es vuestro Imagen Nos vemos al amanecer…
Última edición por Sherezade el Vie May 11, 2012 2:10 pm, editado 2 veces en total.
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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 9:51 pm

Domingo de misa, en casa del maestro (Completo)



En la villa, domingo por la mañana, mientras familias enteras, se preparan para oír misa, en casa del maestro…

Alonso juega por la casa, persiguiendo a Satur mientras este recoge los enseres del desayuno.


-Satur, ¿por qué tengo que ir?- pregunta con un mohín-¿no me puedo quedar en casa o jugando con Gabi? Que me voy a aburrir mucho, hace mucho que no voy…

-¡Pues por eso mismo!- interrumpe el criado- Vais a ir los dos de cabeza. Que no quiero yo que os pase nada.- Suspira- Te conté que una vez que andaba yo por la Francia oí de un pueblo entero que se quemó…

-¡Satur!- replica el niño riendo- ¿qué tiene que ver el ir a misa con un incendio?- preguntó incrédulo


-Pero…será posible! Oh, no! No,no,no,no…- el adulto se gira rápidamente con una expresión de fingido miedo y sostiene la cara del niño por las mejillas- mírame a los ojos- el niño se ríe, y los cierra- ¡Mírame a los ojos!- Intentando aguantar la risa, y temblando por el esfuerzo, Alonso mira fijamente al criado a los ojos- ¡Gracias a dios!- suspira exageradamente con mal fingido alivio, abrazando al niño contra su pecho- ya pensaba yo que tenía que ir a misa yo mismo a rezar por vuestras almas en el purgatorio…

Aunque aquello hiciera reír al niño, también propicia dos reacciones menos jocosas:

Unos brazos en cruz, acompañados de una severa mirada de advertencia y unos ojos sorprendidos. Aunque el criado no lo vio, sí que oyó el coro de voces que clamaban su nombre:

-¡Satur!

- Si yo solo digo que el rezar es bueno para el alma…

- Ya, ¿y cuanto hace que no pisas tú una Satur?

- Pero tendrá guasa el chiquillo!! Anda! Acaba de arreglarte ¡condenao! Que como te pille... como te pille... – Satur estira el brazo y alcanza un paño de cocina, que agita amenazador- ayyy como te pille!!


Gonzalo, sentado con unos libros sobre la mesa ve como su hijo se aleja del trapo que lleva Satur en las manos, y se encamina decidido hacia su tía, que lo recibe con un abrazo y un beso en la frente. Entonces, se percata de su presencia y se dirige a él, desde los brazos de Margarita, donde se sabe protegido de las amenazas de Satur

- ¿Tengo que ir padre?- le suplica poniendo su mejor cara de pena – De verdad que no puedo quedarme jugando con Gabi, o… no se… ¡ayudando a Satur! ¡Eso! ¡Puedo ayudar a Satur!


-Pero bueno…- le responde su tía con los brazos en jarras- ¿Y me vas a dejar sola?- pregunta dulcemente mientras suavemente le aparta el pelo del rostro

- Vas con Cata- contesta el niño con un mohín


- Alonso, no repliques – Responde su padre con calma. Viendo la cara lastimera del niño y recordando que a su edad, él también prefería invertir su tiempo jugando… y entonces, llevado por un impulso, sonriendo repitió las palabras que solía decirle su padre: - Necesitará una escolta.

- ¡Eso! ¿Tú no querías ser soldao? Pues si no puedes defender a una damisela en misa...

- Anda Satur, déjalo.- Dice Gonzalo incómodo ante la memoria de su hijo queriendo alistarse en el ejército - Luego os veré allí- continúa el maestro, dirigiéndose a su cuñada, que asiente con una sonrisa en los labios.

El pequeño, mientras tanto, se ha girado hacia su tía. Y con toda la seriedad de que puede hacer acopio, hace una exagerada inclinación, doblándose por la cintura hasta casi tocar el suelo con los dedos... mira a Margarita por entre los mechones de pelo que le tapan los ojos y pregunta

-¿Me permite que la escolte a misa, señora?

- Será un placer caballero- responde ella divertida.

Alonso se incorpora, estira la espalda y el cuello tanto como le es posible, y con la vista puesta al frente, ofrece su mano a Margarita, que sonriendo, toma la pequeña mano en la suya y susurra- ¿Qué te parece si primero me escoltas a la taberna?- El rostro del niño se ilumina con una gran sonrisa.


1-Mentideros y corrillos

Las calles de la villa parecen un hervidero de voces y rumores. Muchos son los que creen o quieren saber sobre el misterioso carruaje negro, su elegante ocupante y ese misterioso cardenal del que muchos hablan, pero pocos han visto.

Entre los corrillos y mentideros, abundan las historias. Algunas, fruto de la imaginación o la suposición, otras, como aquél en la taberna en el que se encuentran Catalina y la mujer del tabernero… susurran en voz queda sobre un misterioso extraño que parece haber llegado a la villa.

- Pues yo no sé de dónde ha salido Cata, pero que me dice mi Cipriano que ayer mismo estuvo aquí preguntando por Margarita.

- ¿Por nuestra Margarita?- pregunta extrañada Catalina- ¿Y qué le habéis dicho?- sus manos, que limpiaban un plato de barro, se detienen en seco- ¿No sería uno de esos saltimbanquis que rondan la villa, verdad?

- ¿Y para qué iba a querer uno de esos nada de Margarita?

- No lo sé, dímelo tú anda. ¿Qué quería ese con nuestra Margarita?

- Dijo que era un amigo, Catalina,- La otra mujer la miró incrédula alzando una ceja- que venía de Sevilla- Aquello dejó lívida a la criada…

- Sevilla… - susurra asustada en un hilo de voz.

A pocos metros, Gabi y Matilde juegan en el suelo junto a una pared, mientras Murillo, sentado en las escaleras próximas, con unas hojas que le ha regalado el doctor, dibuja a sus amigos que olvidan sus juegos cuando ven a aparecer por la puerta al pequeño Montalvo de la mano de su tía.

-¡Alonso! – le llama animada Matilde.

El niño los mira y gira el cuello para mirar a su tía interrogante

- Anda, ve- responde ella risueña cuando el niño le da un beso en la mejilla.


- ¡Ni una palabra Inés!- susurra Catalina a su amiga ante la extrañeza de esta- Uyyyyy… - dice en voz alta al ver a Margarita acercarse-¿Qué ha pasao’ para que Alonso esté tan mimoso?

- Su padre- responde sonriendo tristemente- que le ha dicho aquello de ‘alguien tiene que escoltar a tu tia’.

- Pues mujer, más que pedírselo parece que le ha pegao’ un latigazo al niño pa’ obligarlo… ¡Con esa carilla que me traes!

- No… no- Margarita vuelve a sonreír mirando al niño- si él enseguida se ha venido conmigo. Él me ha cogido la mano…- dice divertida al recordar a su sobrino jugando a hacerle una reverencia muy serio


- Es todo un hombrecito- continua Inés secando la vajilla de barro, mientras mira distraída a los niños jugar y reírse, dándole vueltas a la cabeza a la reacción de Catalina.

- Es clavao’ a su padre- Catalina observa a los niños también, y ve cómo mientras su hijo, ajeno a todo, continua con su papel y su carboncillo… Gabi agita un tapón de corcho, Matilde sonríe divertida y Alonso responde a la sonrisa de la niña tímidamente.


Las tres observan divertidas como Gabi hace aspavientos, parece que explica algo emocionante dado que incluso Murillo deja de lado sus enseres de dibujo y escucha… hasta que finalmente, los cuatro, estallan en sonoras carcajadas.
Justo entonces, las campanas de la iglesia resuenan en la villa y tanto Margarita como Catalina se levantan como por un resorte de sus sillas

- Ayyyy que llegamos tarde!! Vamos, vamos… ¡verás tú sino la marquesa!

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 9:55 pm

2-La misa.



Las campanas de la iglesia de San Felipe llaman a oración. Por todas partes, las gentes de la villa se encaminan hacia las puertas de madera de la iglesia dispuestas a acudir al acto litúrgico.

Entre ellas, un grupo formado por tres mujeres que hablan animadamente y un pequeño grupo de niños. Los niños hablan entre ellos y juegan, hasta que Catalina, la mayor de las mujeres, pone orden cogiendo por los hombros a dos de los chiquillos: Murillo, su hijo y Gabriel, el pícaro Gabi. La pequeña Matilde, va cogida de la mano de su madre Inés, la rubia tabernera, mientras el joven Alonso de Montalvo, continua cumpliendo su cometido y no se separa de su tía ni al cruzar el umbral de la capilla.

El pequeño, se toma tan en serio su cometido que le dedica una mirada irritada a un caballero fornido que golpea a su tía al intentar pasar por entre las gentes que se agolpan en la capilla, donde el olor a ‘domingo’ como los niños lo conocían, era palpable. El aire viciado por la mezcla de olores a incienso, cera quemada y el rancio olor que se desprendían algunas de las gentes congregadas para el oficio, era espeso, embriagador… Esa sensación de embriaguez, de sopor, no hacía sino verse aumentada dadas la frialdad del recinto y la mortecina luz que entraba por los rosetones y vidrieras de colores.

Las campanas siguen sonando y la iglesia, ya prácticamente llena, ofrece un variopinto cóctel de gentes: niños, ancianos, mujeres, hombres, algunos soldados, y en una galería superior, a la altura del coro, acompañando a un hombre, vestido con ricos ropajes colorados… un pequeño y selecto grupo de hombres elegantemente vestidos, todos con altas posiciones en la nobleza española, hace su entrada. Las voces de los fieles y el coro, se confunden y elevan con la entrada del sacerdote desde la sacristía.

La gente, de pies frente al altar, murmura entre dientes ante la presencia de un cardenal, dando así, al cántico y a la iglesia, un ambiente mucho más místico y extraño. Pero no solo los pobres feligreses agolpados en la nave de la iglesia se han percatado de la curiosa presencia de su Ilustrísima en la pequeña iglesia de barrio.

En una esquina, junto a un pilar, oculto bajo la capucha de su hábito, y en actitud de recogimiento, una figura no pierde detalle de la presencia del cardenal y sus acompañantes. Pero es distraído momentáneamente al oír la voz de un niño, susurrando ‘¿Te ha hecho daño, tía?’ y al reconocer el rostro del niño, y a la mujer que le sonríe y le acaricia el rostro, el extraño monje busca asilo entre las sombras para no ser descubierto. Esta vez, intentando mantener al alcance de su vista, tanto la galería, como a la mujer y al niño.

Durante el oficio, la sombra se percató de varios detalles. El primero que el cardenal, movía sus labios con la liturgia, pero a pesar de la distancia, con un poco de atención, era fácil discernir que simplemente estaba usando las circunstancias a su favor.
Los caballeros congregados a su alrededor, como era costumbre, parecían más pendientes del alto cargo, que del oficio. Y ese detalle, extrañó aún más al curioso monje. Habitualmente iglesia y nobleza estaban enfrentadas, cuando colaboraban en algo… la mayor parte de las veces, era el pueblo quien salía mal parado. Las menos, era otro noble.


Un movimiento a su derecha, atrajo la atención del monje.

Un hombre alto, bien plantao’ que dirían las señoras, con paso firme pero silencioso, se aproxima al niño y la mujer que han atraído antes su atención. El niño, erguido junto a la mujer, nota la sombra que se cierne sobre ellos, gira el cuello para mirar al recién llegado, y le sonríe.

La mujer no se percata de la presencia del caballero, solo del movimiento del niño, y con una tierna reprimenda, gira el cuerpo del niño para que preste atención a la lectura del misal.

El caballero que anteriormente la golpeara, se mueve y hace perder el equilibrio a la mujer. Pero no cae, ni da ningún traspié, gracias a los reflejos del recién llegado, que rápidamente, sitúa su mano en la espalda de ella para ayudarla a mantener el equilibrio.

Ella se gira agradecida, ve la cara sonriente de su salvador, y le devuelve la sonrisa.

- Llegas tarde- susurra.

- Te hemos estado esperando padre- añade el niño. Ambos adultos le sonríen. El padre le revuelve el pelo.

- Shh… estate atento anda.


El encapuchado sonríe al ver a la familia responder a coro durante la liturgia. Incluso el pequeño, que mira aburrido los techos, los retablos, la imaginería en general… la gente que tiene a su alrededor, y las gentes elegantes que permanecen en la galería.

El encapuchado ahoga una risa. El pequeño, para su edad, parece un caballero. Le ve, junto a la mujer, erguido, algo más relajado una vez que su padre ha hecho acto de presencia. Pero es un niño, y como tal, se aburre durante una eucaristía en latín… pero lo más sorprendente para el encapuchado es que tiene la sensación de haber visto esa imagen muchos años atrás…

Una mujer salía de casa riendo y hablando con un chiquillo, que con el ceño fruncido miraba a todas partes, sin soltar la mano de su madre. La espalda erguida, los hombros en tensión, los ojos vigilantes, recorrían el perímetro, buscando cualquier elemento fuera de lugar o que pudiera suponer una amenaza.

Apenas habían caminado unos metros, cuando una sombra masculina se cernió sobre ellos por la espalda. Y debió decir algo, que hizo saltar a la mujer.

- ¡Alonso!- rió la mujer- me has asustado.

- He escoltado y protegido a madre como me has pedido- dijo el muchacho resuelto, girando el cuello y alzando la cabeza para mirar a su padre.

Una mano sobre el hombro de Ana, la mujer, y la otra revolviendo el cabello del niño, Alonso de Montalvo sonrió.


- Gracias Gonzalo- con cariño, volteó la cara del niño hacia el frente- ahora mira hacia delante- y con la mano sobre el hombro de su mujer, hace que esta gire el rostro para mirarla, y le besa la frente – ¿Seguro que te ha escoltado bien?


- Dominus vobiscum– la voz del sacerdote terminó de devolver a la realidad al encapuchado , que para cuando el pueblo respondió con un coral “Et cum spiritu tuo” se había internado aún más en las sombras a fin de pasar desapercibido.

En su memoria, vio a los Montalvo alejarse riendo, pero cuando la neblina de la memoria se disipó, tuvo la sensación de tenerlos en frente. Detenidos en el tiempo, bajo la luz directa del rosetón de la iglesia, sonrientes, tranquilos, seguros… pero el único que quedaba era Gonzalo, convertido en un adulto, en un amigo, en un padre de familia.

Con la mirada entelada por el recuerdo, el monje, sabiendo seguros a la mujer y al niño, dirigió su mirada a la galería, donde continuaban los extraños feligreses... y la infinita atención que estos dedicaron al altar, en el momento de las ofrendas le hizo estremecerse.



No se había percatado antes, pero conocía ese cáliz.

No podía creer que fueran capaces. Devolvió la mirada a la galería y sus sospechas se confirmaron. Allí arriba, desde su aventajada posición, el cardenal Mendoza miraba con deleite como el sacerdote tomaba el cáliz con sumo cuidado en ambas manos y lo ofrendaba al Cristo que presidía la capilla… pero fue uno de los nobles, que buscando amenazas o tal vez aburrido, quien recorrió la nave y los fieles allí congregados con los ojos. Su mirada se detuvo, tal vez, más de lo necesario sobre la pequeña familia que también había llamado la atención del monje, y este sintió que su pulso y su respiración se detenían.

Por un instante, a punto estuvo de olvidar la razón, y dejarse guiar por el corazón. Aproximarse y procurar que los Montalvo abandonaran la iglesia. Pero, con el pie derecho aún en el aire, en dirección a la pequeña familia, recuperó la cordura.

Así solo llamaría más la atención sobre ellos.

Y con gran esfuerzo, mantuvo la vista fija en el hombre vestido de terciopelo. Alto, de oscuros cabellos y frondoso bigote bien cuidado, con ojos oscuros y penetrantes, fijados en el maestro y los suyos, el Duque de Lerma, sobrino del arzobispo de Sevilla y valido del rey, permanecía en lo alto de la galería atendiendo a una misa, oficiada por un sacerdote desconocido en compañía del Cardenal Mendoza.

El monje estaba completamente intrigado. Intrigado y sumamente preocupado.

Pero ya no solo por los Montalvo, sino por su majestad el rey. Que su valido, su hombre de confianza, aquél que manejaba el sello real a su antojo, mantuviera esas compañías, era preocupante.

El coro de voces recitando el "Deo gratias", contestando a la despedida "Benedicamus Domino" del sacerdote, atrajo nuevamente la atención del valedor y por lo tanto, del monje, que pudo respirar tranquilo.

Los feligreses, tras la advocación de despedida, pusieron rumbo a la puerta. Entre ellos, con el niño al frente, la familia del maestro. Con gran preocupación, vio el monje como seguían atrayendo la atención del valido real.

Algo no encajaba en aquella escena.

Allí, en lo alto de la galería, todos los nobles, se reunían en torno al cardenal, mientras el pueblo abandonaba la pequeña iglesia. Todos ellos, sin excepción, conversaban con el hombre de la sotana rojo escarlata, que observaba todos los movimientos del sacerdote que había oficiado la misa. Sin embargo, los ojos del Duque de Lerma, continuaban posados sobre Gonzalo y su familia.

De repente, vio en la periferia de su visión, como Gonzalo se detenía. El niño y Margarita, se encaminaron de la mano hacia el interior de la capilla.

- ¿Y de verdad que puedo encenderla yo, tía?- preguntó el pequeño sonriente.

Aprovechando que la mujer y el niño, se habían alejado, y que Gonzalo, no los perdía de vista, se aproximó con cautela, entre las sombras. Procurando mantener la capucha baja, con la intención de pasar desapercibido ante los ojos curiosos de la galería.

- Extraño verle aquí. Señor maestro

- ¿Agustín?- susurró extrañado Gonzalo

- Shhhh. Necesito que escuches atentamente- bajando más la voz, y sin alzar la cabeza, el monje, prosiguió- en la galería, junto al coro, hay un grupo de nobles acompañando a un cardenal. Necesito que nos veamos. Pero vigila a tu familia. No los lleves a casa.


Asustado, el maestro alzó la mirada disimulando, intentando buscar esas personas de las que le hablaba el monje

- NO – susurró con violencia- llévate a tu familia de aquí. Nos veremos más tarde.


Y tras localizar con la mirada a Margarita y Alonso, que se dirigían al exterior tras encenderle una vela a la virgen, intentó hablar con el monje. Pero Agustín había desaparecido entre las sombras.



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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 9:58 pm

3-Conversación en la plaza de la iglesia


- ¡Ya creíamos que no venías Gonzalo!- comenta Catalina una vez están todos fuera.

El maestro solo sonríe, esta vez, situado justo a la espalda de Alonso, con las manos sobre los hombros de este. Los dos, sin saberlo, con la misma postura corporal: hombros en tensión, piernas separadas, espaldas erguidas… a la defensiva, pero relajados junto a Margarita.


Inés ríe al percatarse, y todos la miran interrogantes.

- ¿Y a ti ahora qué tontería te ha dao?- La respuesta no se hace esperar, la tabernera apunta con la mandíbula a los Montalvo y Cata sonríe, al ver también como los dos hombres de la casa mantienen en su punto de mira a un caballero fornido, el mismo que tropezara en dos ocasiones con Margarita - ¡De tal palo tal astilla!


Frente a la iglesia, la gente se agrupaba en pequeños grupos, continuando conversaciones anteriores o programando el resto del día. Los niños, correteaban de un lado al otro, animados y exultantes por sentirse libres tras la tediosa misa en latín.

Dos de ellos, Gabi y Murillo, estaban agazapados tras unas cuerdas amontonadas por un vecino, observando algo con interés.
Matilde, la pequeña morena, hija de los taberneros, a la que su madre acariciaba el pelo distraída mientras hablaba con os adultos, se percató del entretenimiento de sus amigos, y con un gesto hacia Alonso, se dirigió a investigar.


La pequeña se acercó silenciosamente, y se situó junto a ellos

- ¿Qué hacéis? – Pregunta inocentemente Matilde

- Mira! Mira!!! – Entusiasmado Gabi, cogió a la niña del brazo y la ayudó a asomarse. Allí, en el hueco que dejaban las sogas, una rata había tenido sus crías. Rosadas, sin pelos, diminutas… Una pequeña mano, se estiró todo lo que pudo, y dio alcance a una de las crías- Murillo quería pintarlas. Mírala más de cerca.- Y sosteniendo el animalillo entre dos dedos, lo acerca al rostro de la pequeña que chilla asustada atrayendo la atención de los adultos.

- ¡Matilde!


- ¡Pero que estáis haciendo salvajes!- Gonzalo es el primero en llegar, y con gran rapidez, aparta a la niña, quita el animal de la mano de Gabi, y la examina con atención, comprobando que no tuviera ninguna mordedura- ¿En qué pensabais?

Matilde, abrazada a las faldas de su madre, lloraba asustada.

- ¡Condenaos!- Catalina, con la espalda erguida, y de forma decidida, coge a Murillo por las orejas- ¡Derechito a casa! Que te voy a dar una paliza, ¡Vas a tener el culo colorao hasta la fiesta de la cosecha! ¡Fíjate lo que te digo!- Le dice a su hijo que le pide perdón – Y tú,- con una rapidez inaudita, coge a Gabi de la otra oreja- ¡no te escaquees!


-No, doña Catalina,- la cara del niño, con el ceño fruncido y los ojos cerrados, bien por el dolor, bien en un intento por desaparecer y lograr zafarse, es todo un poema- no, no,no,no… ayayayayay!

Con el mismo ímpetu con el que alcanzara a los chiquillos, se los lleva a rastras, entre quejidos y súplicas.

Mientras tanto, Inés abraza a la pequeña con fuerza contra sus faldas. La niña permanece allí, con el rostro hundido en el mantón de su madre, agarrando con fuerza, en los puños cerrados la tela de la falda, al tiempo que intenta recuperar el resuello por la llantina asustada.

Tras ella, Alonso, sin saber muy bien qué hacer, se debate entre consolarla, decirle algo… o asomarse a ver aquello que le había dado tanto miedo.

Junto a este, Margarita, que acaricia distraídamente el pelo del chiquillo, y comparte miradas cómplices con Inés. Habiendo sido ambas, de niñas, también sujeto de escenas similares, conocen de primera mano, aquello por lo que está pasando Matilde en ese momento.

Sin embargo, Gonzalo, al igual que su hijo se siente dividido. Quiere sacar de allí de inmediato a Margarita y Alonso, pero su plan acaba de irse con dos chiquillos traviesos cogidos por las orejas. Siente la necesidad de protegerlos, pero también de averiguar de qué debía protegerlos, y a eso, solo Agustín podía contestarle.

- Matilde, ¿estás más calmada?- La pequeña, asoma el rostro y mira al maestro. Al ver el rostro calmado de quien le habla, asiente ligeramente- Bien.- Dice sonriendo y revolviendo el pelo de la niña- Se va haciendo tarde y apuesto a que tenéis hambre. Deberíamos ir marchando hacia la taberna.

- ¿La taberna? – Pregunta extrañada Margarita.

- Sátur estará allí.- Es toda la explicación que da el maestro, tenso, buscando disimuladamente algo que pueda suponer una amenaza para los suyos.- No hay nada preparado.

- Mi Cipriano y él, iban a jugar a las cartas cuando me he venido. Se les habrá ido el santo al cielo, mujer.

Margarita no está muy convencida de la explicación. Y sabe que algo tiene intranquilo a Gonzalo, algo le está ocultando. Pero decide dejarlo pasar.




4-Instinto de protección

De repente, una sombra se aproxima hacia ellos, y el instinto de Gonzalo se dispara. Imperceptiblemente, sus músculos se tensaron, aprieta la mandíbula y da un paso, diminuto, imperceptible, sin apenas levantar polvo del suelo, hacia los suyos.

Ese momento de pánico, le recuerda las palabras de Agustín. Con las manos sobre los hombros de Alonso, y sonriendo anima, una vez más, al grupo a ir a la taberna.

Margarita, asombrada por la actuación de su cuñado, le mira extrañada.

El maestro se percata de la reticencia de su cuñada, y sabiendo que si no la convence rápido, solo conseguirá enfadarla y perderla de vista, con sutileza, dirige al niño hacia Margarita y situándose tras ellos, los guía hacia la taberna.

- ¡Gonzalo!- exclama extrañada Margarita - ¿por qué tantas prisas?

El maestro ve como la gente continua agolpándose en la pequeña explanada frente a la iglesia, mientras las palabras del monje, le retumban en la memoria.

- He de hacer unas cosas- Responde a su cuñada, seco. Solo quiere alejarlos del lugar, ponerlos a buen recaudo y extraer la información a Agustín. Pero la violencia de su tono, y su negativa a mirarla, solo consiguen confundir a Margarita.

- Satur!- Al llegar a la taberna, y aun convertido en la sombra de su cuñada e hijo, el maestro llama al criado.- Acompaña a Margarita y a Alonso a casa.

- Pero padre!
- Gonzalo!
- ¿Amo?


Exclaman a coro, los tres indignados miembros de la familia.

- He de hacer un recado- Su voz, seca, cortante, decidida… su mirada, directa a los ojos de Satur, esperando que capte su intención.


En un primer momento, Saturno mira al patriarca de los Montalvo con una expresión asustada, especialmente cuando este, imperceptiblemente, asiente con la cabeza y dirige su mirada, fugazmente a las dos personas que tiene junto a él.

- Si…Tengo una sopa… ¡que se van a chupar ustedes los dedos!

- Gonzalo- Margarita, enfurecida con la actitud de su cuñado, coge a este por el antebrazo y lo lleva a un rincón, alejado del niño y de oídos indiscretos – ¿Se puede saber que está pasando? Primero tienes prisas por llegar y ahora… - Con los brazos en cruz, le mira desafiante - Ahora, ¿qué?-Gonzalo continúa mirándola impasible, mientras en su interior bulle. Pero no le responde. Y ella, al no recibir respuesta, alza los brazos, suspira indignada y palmea con las manos sus caderas… – No te entiendo Gonzalo- … y se gira indignada hacia el niño- Vamos cariño. Tu padre tiene mejores cosas que hacer.

- ¡Pero tía!- Refunfuña el pequeño – Creí que podría jugar un rato.- Margarita está acariciando la cara de Alonso, está por darle su consentimiento para que siga jugando con Matilde, cuando la voz atronadora de Gonzalo replica con un NO rotundo.- ¡Pero padre!¿Por qué no puedo jugar un rato? Has dicho que…

- ¡Alonso! No repliques. Si he dicho que te vas a casa, vas a casa. ¿Me has oído?- con la voz seca, entre dientes, intentando no armar una escena, Gonzalo sostiene al niño por el antebrazo- A casa he dicho. No quiero ni que salgas al patio.

El niño, asustado ante la reacción de su padre, le mira incrédulo y con los ojos vidriosos. No es la primera vez que le castigan, pero sí la primera que lo hacen sin razón. Temiendo echarse a llorar, el pequeño de los Montalvo, camina, de espaldas hacia donde sabe se encuentra su tía. Cuando su espalda choca contra la falda de esta, se gira y aferra su mano, como si de un faro en una noche tormentosa se tratara.



Margarita, mientras tanto, no sale de su asombro. No logra entender lo que pasa por la cabeza de Gonzalo. Sus ojos, miran fijamente los del maestro, intentando encontrar una respuesta. Pero no la encuentra.


El maestro, sin embargo, no puede dejar de mirarlos a ellos dos. Su familia. Sabe que ahora mismo, le temen, le odian, incluso. Pero en su fuero interno, a pesar del dolor que le supone verlos a ambos dedicándole sendas miradas de enfado, sabe que es lo mejor. Se niega a pensar en lo que podría llegar a pasarles… en lo que podría sucederle a él, si los pierde.

Y con ese pensamiento, y la determinación de obtener respuestas, y a pesar del dolor que le supone, aparta su vista de las dos personas que tiene frente a él, y mira hacia otro lado.

- Marchaos a casa.

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:00 pm

5- Revelaciones


Gonzalo da vueltas por la habitación como un animal enjaulado. Ha intentado ya, sentarse y pensar fríamente en lo que le dijera Agustín, en buscar algún detalle que se le escapara… pero no puede. Está ofuscado. Sabe que al otro lado de la puerta su hijo y su cuñada están enfurecidos, intrigados, decepcionados…pero a salvo.


-A salvo. ¿A salvo, de qué?


Solo Agustín puede responder esa pregunta que le ronda sin cesar la mente. Pero no puede ir en su busca. Lo ha intentado, pero no llegó más lejos que al final de la calle. Duda de todo el mundo. Toda sombra, persona o cosa puede ser una amenaza para su familia. ¿Cómo protegerla si no sabe de qué?


En su frustración, da una patada a una silla. Se siente impotente.


Oye la voz de Margarita. Está frente a su puerta. No distingue las palabras, pero sí el tono. Está hablando con Alonso. A buen seguro, intentando entretenerlo. Una nueva oleada de rabia e impotencia le sobreviene y golpea con el puño cerrado la mesa llena de libros que hay a los pies de su cama. Sabe que sea lo que sea que están hablando, Margarita no está intercediendo por él. Nadie puede.

Oye un ruido, sutil, suave, casi imperceptible procedente del palomar.

- Agustín- Murmura entre dientes.



Su hijo y su cuñada están demasiado cerca. Es extraño que no hayan oído tampoco sus descargas de ira. No quiere arriesgarse a que descubran la guarida. Pero tampoco quiere perder la oportunidad de saber la verdad.

- Gonzalo - Apenas ha cerrado la trampilla, y la violencia en la voz de Agustín, le hace detenerse- Te dije que no los trajeras a casa.

- ¿Qué es lo que está pasando?- Le espeta el maestro con violencia al religioso- ¿Dónde quieres que los lleve?

- No es de mi incumbencia el lugar al que los lleves. Pero ha de ser con premura y a un lugar seguro.

- Están seguros

- NO- Retumba la voz del monje- Gonzalo, no sabes a lo que te estás enfrentando.

- ¡DIMELO!- La paciencia de Gonzalo ha quedado reducida, y se abalanza sobre Agustín con intención de cogerle por el hábito- ¡Explícame de que debo defender a mi familia!



Agustín, sabe por lo que está pasando Gonzalo. Puede ver claramente la desesperación en la mirada inyectada en sangre de su antiguo pupilo. Y con serenidad, sabiendo que lo que va a decir puede que duela más que una cuchillada, replica:

- Del Santo Oficio.



El silencio de la habitación es palpable. El maestro está perplejo, y Agustín le sostiene la mirada. Sabe que debe proceder con cuidado. Conoce bien la impetuosidad de su alumno, y no quiere arriesgarse. Pero ha de decirle la verdad

- El cardenal, es un hombre peligroso Gonzalo.

- ¿La Inquisición?- El maestro mira incrédulo al monje - ¿Cuándo ha llegado a la villa?

- Lo ignoro, pero estaban en la iglesia de San Felipe esta misma mañana.

- ¿Es por eso, que estabas tú allí?- El monje le mira silencioso, inmóvil- ¡Contéstame!

- Son gente muy peligrosa, Gonzalo.

- Que tienen que ver con mi familia, no somos cristianos nuevos, ni.... – el clérigo continua sosteniendo su mirada, y Gonzalo intuye que le está ocultando algo- Si esta mañana estaban en misa, ¿por qué no han proclamado el edicto de fe?

- Se están preparando. No puedo decirte nada más. Solo que tengas cuidado.

El maestro vuelve a encarar a Agustín

- ¿Por qué quieres que proteja a Alonso y a Margarita de la Inquisición?


El monje, mira a Gonzalo con cautela. No aparta su mirada de los ojos del joven. A este se le detiene el pulso.

- NO.

- Yo no hago las normas ni las denuncias, hijo.

- ¡CUENTAME QUE SABES!- Grita el maestro con los ojos inyectados en sangre, las lágrimas acumulándose entre los párpados… el pulso acelerado, y los músculos temblando en anticipación y rabia… la impotencia y la rabia pueden más que él, y golpea con fiereza la selección de espadas, sables y floretes que reposan en un estante, mandándolo todo al suelo.


Un ruido procedente de su habitación, atrae la atención de los dos hombres. Alguien está golpeando la puerta del dormitorio.

- Siempre has sido un impulsivo. – Suspira cansado Agustín.

- ¿Qué sabes Agustín? Si el cardenal tiene algo que ver ¿Quiénes eran esos nobles que le acompañaban? ¿Por qué?

- ¿Porqué acompañabas tú a Alonso y a tu cuñada a la iglesia? – Los golpes en la puerta cesan, pero una voz de mujer, preocupada llama al maestro, intentando asegurarse que está bien- A todos nos mueve una motivación Gonzalo.

El maestro, que se debate entre acudir al llamado de Margarita, y seguir con su discusión con Agustín, ve sus opciones limitadas. El monje, ha desaparecido.


6- Confesiones


Con los ojos enrojecidos todavía, Gonzalo abre la puerta del dormitorio. Agradeciendo, haberse acordado no solo de cerrarla, sino atrancarla, antes de subir a la guarida.

Al otro lado, nerviosa, agitada y asustada, Margarita le espera con una mirada interrogante, y su nombre en los labios.

- ¿Qué ha pasado?- Mirando alrededor, busca alguna explicación para los golpes que ha oído y ve la silla caída, unos libros por el suelo- ¿Por qué no contestabas?- Pregunta preocupada, al ver a su cuñado, sentarse abatido sobre la silla de madera.

- Señora…- Satur, en el umbral de la puerta, observa que algo preocupa a su amo- El niño, que pregunta… y no sé qué decirle.



Ambos miran interrogantes al maestro, pero éste continua con la mirada perdida. Al oír el comentario referente a su hijo, recupera la compostura levemente y le pide a Margarita que vaya a verlo. Ella, no muy convencida mira alrededor una vez más, y se sienta en cuclillas frente a Gonzalo.

Olvidando por un instante la presencia de Satur, la joven, coge en sus manos las del maestro, y busca sus ojos suplicante.

- Gonzalo. Por favor…- Habla con tal suavidad, en un tono tan bajo, que el maestro apenas oye.



Sin embargo, lo hace y sus ojos le devuelven la mirada. La tiene allí, sentada frente a él, sosteniendo las manos sobre su regazo, la mirada apesadumbrada, preocupada… Y se siente perdido. No solo en esos ojos, sino en las circunstancias que le rodean. ¿Por qué? Es la pregunta que inunda su mente.

- ¿Estás bien?- Le pregunta al notar que sus ojos la miran con atención. Gonzalo le responde con una sonrisa mientras deja que su mano, por voluntad propia acaricie la piel dorada de su mejilla.

- ¿TIA? – La llamada de Alonso, desde la sala, devuelve al maestro a la realidad y baja la mano bruscamente.



Margarita, cierra los ojos, y al abrirlos, vuelve a mirar a su cuñado a los ojos. Interrogante.

- Ve.- Ella alza la ceja y mira alrededor, a los libros esparcidos por los suelos, la silla volcada de lado, con el cojín granate, a varios pasos de distancia de la silla, junto a la puerta.

A regañadientes, y sin soltar su mano, Margarita se pone en pie. Y con un último apretón a la mano de Gonzalo antes de soltarla, se aleja.


En el mismo momento que Margarita entra en el salón, para dirigirse a la habitación de su sobrino, Satur cierra la puerta y rápidamente se aproxima al maestro.

- ¿Que ha pasado amo?

- Nada Satur.

- No se me ofenda amo, pero nada no ha destrozao esos libros ni le ha arreao una patada a la silla.- Gonzalo, en su silla, con el codo sobre las rodillas y las manos cogidas en un puño frente a la cara, alza la mirada airado- No, no me mire así que los dos sabemos que algo ha pasado. Que usted de dar tortazos sabe… pero no sabía yo, que también daba golpes al corazón amo.-El maestro se tensa y mira intrigado- Que me ha dejao’ a la señorita y al niño, que no sabían si romper algo o echarse a llorar. Y usted, hala! Ahí que se me va a las buenas de Dios, a hacer vaya usté a saber qué, ¿para qué? Si ha vuelto al rato… Tan importante no sería como para dejar al chiquillo y la…

- ¡Calla Satur!- Enfurecido, irritado Gonzalo se levanta de la silla y empieza a recoger los libros que hay por el suelo.

- Amo, si yo solo quiero ayudarle. Pero si no me dice…

- Agustín ha venido.- Interrumpió el maestro.

- ¿El monje?- Pregunta el criado sorprendido- ¡Con la iglesia hemos topao!

- ¡Satur!- Gonzalo vuelve a dejar los libros donde estaban y mira seriamente al criado- A partir de ahora, si yo no estoy cerca, no quiero que te separes de Alonso y de Margarita.

- Amo. No me asuste…- viendo la seriedad del rostro de Gonzalo, asiente- No se preocupe, que yo voy a ser su sombra. Pero, ¿de qué tengo que protegerlos?

- Aun no lo sé Satur.

- No se lo tome a mal, que usté es el héroe y yo solo el escudero. Bueno, ni eso que voy a cara descubierta… pero, algo le habrá dicho el monje pa’ que ande usté como anda, amo.- Alzando la ceja, intrigado, y con los brazos en jarras mira de soslayo al maestro- Que me va a perdonar,- alza los brazos- pero que el chiquillo esté pegajoso con su tía, lo entiendo. Que usted se me ponga pelusilla y sobreprotector…- Gonzalo le mira, con los brazos en cruz, y el gesto presto- pues también lo entiendo. ¡Que yo le entiendo amo!- Se apresura a defenderse el criado - Pero tanto como convertirse en su sombra… Hombre. Algo habrá que lo tiene a usté preocupao. Que no creo yo que los libros volaran solos.

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:02 pm

7- Cuentos frente a la lumbre

En la cocina, el fuego chisporrotea bajo el caldero, del que se elevan unos jirones de vapor que inundan la estancia de un penetrante olor a sopa de ajos.

Margarita, con la preocupación aún reflejada en el rostro, se aproxima distraída a vigilar la sopa, en un intento por recuperar la compostura antes de ir a ver a Alonso. La reacción, la mirada… todo en Gonzalo, le ha traído muy malos recuerdos. No puede siquiera adivinar que es lo que en esta ocasión, tiene tan trastornado al maestro.

Tan ensimismada está en sus pensamientos, dando vueltas con el cucharon a la sopa, que no escucha la puerta de Alonso abrirse, ni siente los pasos pausados y preocupados de su sobrino. El pequeño camina de lado, con la vista fija en el pasillo que lleva a la habitación de su padre, y los pasos dirigidos hacia su tía.

Tan concentrado está en las dudas que se agolpan en su mente, que el pequeño tropieza con una silla, devolviendo a Margarita a la realidad.

- Alonso, cariño- El pequeño gira el rostro hacia la mujer, y esta puede ver como las lágrimas se acumulan en sus ojos.- ¡Mi niño! Ven aquí, ¿te has hecho daño?- estirando el brazo, atrae a Alonso hacia ella, y lo abraza por la cintura. Al sentir la proximidad de su tía, y la protección y el cariño que esta desprende en las suaves caricias sobre su espalda, el niño se deja llevar.


Los brazos, sobre los hombros de Margarita, con las manos caídas lánguidamente sobre el hombro izquierdo de la joven y la mejilla, por la que resbalan dos brillantes lagrimones, sobre el hombro derecho, el pequeño deja que las lágrimas continúen suspirando sin perder de vista su objetivo, su preocupación… la habitación de su padre.

- ¿Qué le pasa a padre?

- Mi niño…- Margarita acaricia distraídamente el pequeño brazo que queda justo bajo su mentón- Está preocupado, mi vida- Responde al notar las lágrimas caer sobre su hombro desnudo. Besando la frente del niño, continúa con su caricia, y la mirada puesta también en la habitación de Gonzalo.

Su respuesta, no tranquiliza al pequeño que alza la cabeza para observarla, y al ver la dirección de su mirada, abre la boca, dispuesto a iniciar una discusión, a exteriorizar esa retahíla de pensamientos y preguntas que se agolpaban en su mente.

Pero Margarita capta sus intenciones.

- Cariño mío- Le replica haciendo acopio de fuerzas, y con un exagerado suspiro que consigue hacer reír al niño, consigue sentarlo en su regazo. – Tú no te preocupes. ¡Me oyes!- Vuelve a besar su frente, mientras la mano que descansa en la cintura del niño, se mueve con rápidos y ágiles movimientos que consiguen arrancarle al pequeño una carcajada por el ataque de cosquillas.


Ya más calmado, el pequeño se recuesta contra el pecho de su tía, al calor del hogar, pero sin perder de vista la habitación de su padre. Margarita, nota que el niño vuelve a estar preocupado, y decide distraerle. Moviendo sus rodillas, para hacer saltar al pequeño en su asiento, le pregunta:

- ¿Está cómodo el señorito Montalvo?- El niño ríe, y con picardía en los ojos, la mira de soslayo, se acurruca aún más contra el pecho de su tía, sitúa la cabeza en el hombro de esta, con la frente justo bajo su mentón

- Ahora sí.- Dice el pequeño riendo.

- ¡Pero bueno! ¡Será posible!!- Margarita se mueve indignada, como si quisiera deshacerse del peso de su sobrino. Pero el pequeño capta el juego al notar los brazos que le sostienen firmemente en la posición en la que está, y ríe divertido.

- Tía,- llama avergonzado- podrías…mmm…- Las pequeñas manos, sobre su regazo, juegan nerviosas bajo la atenta mirada, no solo de su tía, sino de sus propios ojos que no se atreven a alzar la vista.- ¿Podrías contarme un cuento?

Margarita sonríe preocupada. Sabe que Alonso se considera muy mayor para los cuentos, y que solo los pide cuando está asustado. Así que, con un beso en la sien del pequeño, y moviéndose ligeramente en su asiento, sin soltar a su sobrino, de modo que ambos estén mirando al fuego. En un tono de voz suave, inicia distraída una narración…


Hace tanto tiempo, que pocos son los que lo recuerdan; en un lugar tan alejado, que apenas ha visitado nadie… En un pueblecito de montaña, con grandes árboles que ofrecían sombra en verano y leña para el invierno, vastas praderas para el pasto de los animales, y los juegos de los niños, vivía un muchacho.

Su nombre era Pedro, y pasaba el día cuidando de sus ovejas. Y como muchas veces se aburría viéndolas pastar, sin más compañía que la sombra de los árboles… pasaba el tiempo pensando en cosas que hacer.

Así fue, como un día decidió que sería una buena idea divertirse a costa de las gentes del pueblo, y decidido echó a correr hacía allí gritando:

-
Socorro!!!! El lobo!!! Que viene el lobo!!
Toda la gente que oía sus gritos, se echaba a las calles, cogiendo lo que tenían a mano para acudir en ayuda del pobre pastorcillo. Pero al llegar, solo vieron a las ovejas pastando placenteramente bajo el sol. Así que, al descubrir que todo había sido un engaño, se enfadaron con el pastor.

Cuando ya se marchaban, y estaban lo suficientemente lejos, el pastor, que había encontrado divertida la broma, volvió a gritar:
-
Socorro!!! El lobo!! Que viene el lobo!!
Las gentes del pueblo, al volverlo a oír, empezaron a correr rápidamente otra vez pensando que esta vez se había presentado el lobo, y realmente les estaba pidiendo ayuda. Pero al llegar donde estaba el pastor, lo encontraron retorciéndose de la risa por los suelos, al ver como los aldeanos habían vuelto a auxiliarlo. Esta vez los aldeanos se marcharon aún más enfadados.

A la mañana siguiente, cuando el sol despuntaba el día, el pastor regresó con sus ovejas al mismo prado. Aún reía al recordar las caras de los aldeanos corriendo desde el pueblo, blandiendo desde cucharones de madera, a piedras y palos de madera. Pero su risa se detuvo en seco. De repente, allí estaba. Esta vez de verdad. El lobo se acercaba a sus ovejas. Y con el miedo en el cuerpo, al ver acercarse al animal, gritó con todas sus fuerzas:

- ¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Se va a comer todas mis ovejas! ¡Auxilio!


Pero los aldeanos, que recordaban también la broma del día anterior, hicieron oídos sordos.


El pastorcillo, vio como el lobo no solo se aceraba, sino que se comía a varias de sus ovejas, y se llevaba a otra para la cena. Pero él no podía hacer nada, y se arrepintió terriblemente de la broma que había gastado el día anterior.



Tan ensimismados están, tía y sobrino disfrutando de la lumbre, el relato y la compañía, que no se percatan de la silenciosa figura que los observa desde el umbral. Sonriendo distraído y embelesado, no solo por el relato, sino por la imagen que tiene frente a él.

En el umbral, con el codo apoyado en el muro, los brazos y las piernas cruzados, con una sonrisa distraída, Gonzalo de Montalvo observa la escena.

- Parecen un cuadro, amo.- Susurra Satur a su lado, con miedo a romper la magia.


Frente a ellos, iluminados por la luz del fuego, con los rostros relucientes por el brillo de este, Margarita permanece sentada en la silla de madera, acunando en sus brazos a Alonso. El pequeño continúa acurrucado contra el pecho de su tía, con la cabeza situada entre el hombro y la mandíbula de esta, las manos jugueteando con uno de los rizos oscuros de Margarita. Vuelve a ser un niño. Un niño que disfruta, embrujado, absorto, relajado, del calor, el cariño y los cuidados maternales que solo su tía puede ofrecerle.

- Ande, vaya.- Satur sonríe pícaro e intenta empujar a su amo y amigo- Que en todos los cuentos hay un héroe.- Ante la ceja alzada del maestro, el criado se encoje de hombros- ¡La señora le ha contado solo la mitad! Seguro que en ese pueblecito había también un comisario malvado, un maestro valiente, un criado apañao…- Gonzalo mira divertido al criado que solo suspira indignado- Soy un incomprendido.

- Anda Saturno, calla.

- Amo, de verdad…- Mirando apenado la escena, Saturno suspira al ver al maestro sonriendo distraído, con la duda y la preocupación brillando en los ojos- …que tiene usted que hacer algo, hombre.




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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:05 pm

8- Atando cabos


En una habitación sin decorar, dado que escasamente la cama, la mesa y la silla pueden ser llamadas decoración, un hombre escribe afanoso.


Su cabello blanco y la tez morena, resaltan a la luz de la vela. Sus ojos, fijos en el papel y la pluma, tienen una dureza propiciada por los años y la experiencia.

De repente, detiene su escritura y se alza de la silla. Caminando despacio, sin hacer ruido, con unos movimientos que gracias al hábito que viste, pareciera que volara… el monje se sitúa tras la puerta.

Con un rápido movimiento, abre con brusquedad el postigo y la hoja de madera se desliza por su propio peso. Al otro lado, sorprendido, un novicio mira asustado al monje

- Her…her….hermano Agustín- Tartamudea asustado.

- Emilio - Manteniendo un tono de voz neutro, alejándose ligeramente de la puerta, el monje, invita a entrar al novicio. – Dime que has averiguado.

- Hermano, yo…- el muchacho mira inseguro hacia la puerta, mientras el otro hombre cierra la puerta, tras echar un vistazo a un lado y otro del pasillo. Al recibir sobre sí mismo, la absoluta atención del otro monje, el chico respira hondo, pasa su mano derecha por el cabello, y se persigna rápidamente - El cardenal Mendoza ha sido llamado por su Majestad. Viene acompañado por una joven dama… al parecer, se trata de su sobrina. Ambos provienen de una fa…

- Conozco al Cardenal. – Interrumpe Agustín con severidad- ¿Has averiguado lo que te he pedido?

- Hermano, no me parece correcto…

- Emilio. Eres un novicio todavía, ¿te atreves a contradecir a un monje de mi edad y experiencia? – Con los brazos en cruz, los puños metidos en la manga contraria, alza una ceja y mira intimidatoriamente al muchacho – Conozco a tu padre desde que éramos niños. Sabes bien por qué te he escogido a ti. ¿O tal vez me he equivocado? – No parpadea, parece que con su mirada pretende atravesar al muchacho.

- Agustín, sé bien lo que mi padre y tú habéis hecho toda la vida. Mi vida, queda también entregada a la causa – El muchacho parece crecer no solo unos centímetro al estirar el cuello y cuadrar espaldas, sino por el tizne que coge su voz, la seriedad de su rostro…

- Cuéntame lo que has averiguado muchacho- Continua el monje con un tono más conciliador

- No se sabe bien por qué el Cardenal ha asistido a la misa en la iglesia de San Felipe. Pero el sacerdote, el padre Teodorico y él, han mantenido correspondencia durante su estancia en Roma.

- ¿Estás seguro?- Pregunta intrigado, Agustín. El muchacho asiente, y calla. Esperando que el monje de blanca cabellera alcance una conclusión. – ¿Mantuvo el Cardenal correspondencia con algún noble?

- Con don Francisco Gómez de Sandoval-Roja y Borja.- Responde Emilio- Es el sobrino del arzobispo de Sevilla. Y…

- Y Duque de Lerma…- Interrumpe Agustín la explicación del muchacho mientras se apoya sobre el respaldo de la silla- El valido de su Majestad el rey.


Consumido por la rabia. Agustín aprieta con fuerza las manos sobre el respaldo, y alza la silla para dejarla caer con violencia.

- ¿Agustín?- inquiere asustado el muchacho- que..

- Hijo, que hagas algo- Agustín interrumpe al muchacho nuevamente- Es urgente.- Dice con premura mientras vuelve a sentarse frente a la mesa, y toma la pluma en sus manos- No debes hacer preguntas.- Replica, al tiempo que el novicio, a sus espaldas abre la boca dispuesto a preguntar- Solo haz lo que te diré. – Empapando la pluma nuevamente en el tintero, sin alzar la vista del papel que tiene frente a él, instruye al muchacho- Es muy importante que no cometamos ningún fallo.



9- Reunión familiar

En casa del maestro, Gonzalo mira embelesado la escena, la manera en que la luz de la lumbre ilumina el cuadro que su hijo y la mujer a la que ha querido desde niño, representan.

Ha oído a Satur, y desea acercarse. Pero no sabe bien cómo. Jamás se le han dado bien las emociones, siempre se dejó llevar… y teme, que si se aproxima a ellos, los abrazará o hará cualquier tontería. Y lo que más teme: que esa reacción, enfurezca a Margarita.


Pero no puede olvidar la cara de preocupación de ella al abrir la puerta. La ternura con la que le ha sostenido momentos antes la mirada y las manos. La misma, con la que ahora, vela a su hijo.

En ese momento, Margarita acomoda al niño en su regazo, parece que le susurra algo que él no alcanza a oír, y le besa el cabello. Es en ese momento, al girar levemente la cabeza para alcanzar la coronilla del niño, le ve. Y el rostro de Gonzalo, no puede evitar esbozar una sonrisa que refleja la que ella le dedica.

- Hola- Susurra la morena

Alonso gira el cuello intrigado, aun en los brazos de su tía, y sonríe también.

- Hola padre- Saluda alegremente

- Hola hijo. Veo que habéis tenido una buena idea.- Comenta distraído y fingiendo una seguridad que no siente al aproximarse- Hace mucho frío.

- Sí.- Replica orgulloso el pequeño - La tía me estaba contando un cuento- Explica bajando la voz y la mirada avergonzado con las mejillas arreboladas.


Margarita sonríe una vez más, y abraza con más fuerza al pequeño, mientras apoya su barbilla sobre la nuca del niño.

- Vigilábamos la sopa- Añade Margarita con una sonrisa, y manteniendo la espalda erguida, haciendo reír a su sobrino- ¡oye! Es verdad…- se excusa haciéndole cosquillas- A ver si no, que vamos a hacer para comer.

- Yo quedarme aquí- Dice el niño pícaro, sonriendo mientras ladea la cabeza – estoy calentito, y Satur dice que su sopa sirve para calentar el estómago, ¡y estoy muy cómodo!

- ¡Granujilla! Y los demás, ¿si tenemos hambre que hacemos? –Pregunta su tía siguiéndole el juego ante la divertida mirada de Gonzalo, que se ha detenido apenas a dos pasos de donde están sentados.

- Padre puede sentarse con nosotros- Propone el niño de repente – ¡Tienes que oír los cuentos de la tía!- Alonso se sienta contra el pecho de su tía y con una pierna a cada lado de las rodillas de Margarita, mira a su padre entusiasmado - ¿Los has oído alguna vez?

- ¡Pero bueno!- Replica divertida Margarita mientras hace cosquillas al niño.


Ambos adultos sonríen recordando.

- Sí hijo- Susurra Gonzalo mientras toma asiento- Sí los he oído- Comenta con un hilo de voz sin apartar la mirada del rostro sonriente y avergonzado de Margarita.

- ¿¡En serio?!- Alonso se cruza de brazos- ¡Yo no lo sabía padre! Si no, podrías haberte quedado a oír los de buenas noches! ¿Verdad tía?


En ese momento, dos golpes en la puerta de entrada de la casa, atraen la atención de la pequeña reunión familiar.

- ¡Pero quien es el cenizo que llama ahora!- Masculla Satur, que se ha mantenido oculto tras el muro, pendiente del buen hacer del niño y su inocencia- Bendita criatura. Él me los arrejunta y ahora le van a estropear el trabajo.- Mirando al techo, apunta con un dedo amenazador - Usted y yo Señor, tendremos una charlita. ¡Que esto es un sin vivir!


Al abrir la puerta, y ver quién hay al otro lado. Satur, ojiplático, vuelve a cerrarla cuando aún no ha terminado de abrirse y mira nuevamente al techo

- No quise decir yo, que fuéramos a hablar ahora. Entiéndame Usted… que es que uno quiere mucho y se le escapa la fuerza por la boca…

- ¿Satur? – Pregunta Gonzalo extrañado desde su lugar junto a Margarita y Alonso

- Creo que habla solo- comenta Alonso divertido, sentado todavía en el regazo de su tía, apoyando las manos sobre las rodillas de esta, estirando el cuello y la espalda en un intento por ver mejor que acontece en la entrada.

- Alonso…- le advierte su tía moviendo las rodillas, mientras sostiene al niño por la cintura.

- ¿Que pasa Satur?- Inquiere Gonzalo, mientras revuelve el pelo de su hijo

- Nada señor, un emisario de Dios, que sa’ dao prisa el jodío!

Esas palabras tensan a Gonzalo. Con la mano aún sobre la cabeza de Alonso, se queda helado.

No puede ser
, piensa, ¿será la advertencia de Agustín? Mirando a las dos personas que tiene en frente, sonrientes, relajadas… un sudor frío le recorre la espalda Esta no puede ser la última oportunidad que tengo


Los golpes en la puerta se reinician

- ¿No aceptamos visitas? – pregunta risueña y extrañada Margarita

Poniéndose en pie, Gonzalo coge a su hijo por los brazos, lo pone en pie, y ayuda después a Margarita a levantarse también de la silla.


Con la mano de Margarita aún entre las suyas, y la otra sosteniendo a su hijo por el brazo, los mira detenidamente.

- ¿Gonzalo?- pregunta preocupada la joven- ¿Qué pasa?- Margarita aprieta preocupada la mano que Gonzalo sostiene. Él le devuelve la caricia con el pulgar.


- Marchaos a la habitación- responde seco Gonzalo. Margarita detiene la presión que ejerce sobre la mano del maestro y le mira furibunda, está a punto de estallar, y Gonzalo lo sabe- Por favor- suplica esta vez, no solo con la voz, sino con la mirada, sin saber bien si va dirigida al niño, a Margarita… o es una petición a Dios.

El niño y la joven, sin embargo, entienden no sus palabras, pero sí el tono. Y deciden acceder por el momento. ‘Ya habrá tiempo para explicaciones’, piensa la joven.

No logra entender que está pasando. Pero sabe que debe tratarse de algo grave. Conoce a Gonzalo, y a pesar del rato que han pasado frente a la lumbre, no olvida la expresión devastadora en el rostro de su cuñado en el dormitorio.

- Alonso, vamos cariño.

Gonzalo los ve alejarse hacia la habitación de Alonso, con una mirada agradecida y atormentada. Cuando ve que la puerta de la habitación se cierra tras ellos, respira hondo y se encamina a la puerta de entrada.


Al llegar a la entrada, con los músculos en tensión, el maestro respira hondo y cierra las manos en sendos puños. Y adoptando una postura relajada, abre la puerta, preparado para enfrentar lo que sea que haya al otro lado.

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:08 pm

10- Reencuentros

Por las calles de la Villa, con el hábito de color marrón, el cabello recién cortado a cepillo y la expresión adusta, el joven Emilio, vaga aparentemente distraído. Sin embargo sabe perfectamente a donde le dirigen sus pisadas. Y aunque distraído, en su mente bullen los recuerdos y la decisión.

Al llegar a una plaza, para en seco sus pisadas, respira hondo, mira al cielo y se encamina a un edificio de piedra, con una portalada, frente a la cual, dos hombres armados hacen guardia. Tras estos, media docena de uniformados salen del edificio hablando animadamente, con fuertes y sonoras voces que resuenan en el lugar.

- ¡Miguel!- llama el joven novicio

- ¡Emilio! – responde animado uno de los soldados. Miguel de Almansa, un hombre moreno alto, de tez oscura y generosa barba, que sonríe exultante al ver al recién llegado. Tras una rápida excusa al hombre que tiene a su derecha, se dirige a Emilio con grandes zancadas.- ¡Hermano! –. Ambos se abrazan animadamente riendo - ¡No podía creerme lo que mis ojos veían cuando leí tus noticias, hermano!- Apartándose bruscamente del muchacho más joven, Miguel lo coge por los hombros y examina con una sonrisa las vestiduras del muchacho: la túnica marrón, y el cordón atado a la cintura de la túnica- ¡Pardiez si no es cierto lo que veo! ¡Mi hermano el espadachín convertido a monje!!

- No soy monje, Miguel…

- ¡Novicio pues!- dice con una exagerada risotada

- Todavía no, - comenta risueño, apoyando la mano sobre el hombro de su hermano y encaminándolo a un lugar algo más tranquilo- únicamente soy postulante. Un mero aspirante, si lo prefieres.

Ambos hermanos continúan contándose animadamente que ha sido de ellos desde la última vez que se vieron. Más cuando llevan un rato caminando, y se encuentran en un lugar más solitario, la conversación toma un tono más confidencial.

- ¿Qué ha sucedido hermano? ¿Creí que ingresarías en el ejército?

- Puedo servir a nuestro rey con tu uniforme o con el mío. Un amigo de padre me lo demostró.

- Agustín- Miguel se mesa la barba – ¿Estás pues en su congregación?- el más joven afirma con un movimiento de cabeza – Entonces es que ha sucedido. La Logia ha regresado.

- No tengo tiempo de explicarte mucho más. Aún hay algo que debo hacer. Oí que habías regresado, y Agustín me pidió que te informara.

- Mi vida, es de la causa.- Jura serio el soldado- Veré qué puedo averiguar.- Comenta solemne-Dile a Agustín que acudiré a verle así me sea posible.

Ambos hermanos se miran, agradecidos de ver al otro a salvo, pero preocupados por lo que pueda suceder llevando a cabo tamaña empresa.

- Ten cuidado- Dicen prácticamente a coro.


11- Visitas

Al abrir la puerta, a contraluz, ofreciéndole un aspecto tétrico, Gonzalo se encuentra con una figura menuda, vestida con un sayo marrón, ceñido con un cordón. De tez morena y ojos marrones, el muchacho le mira de forma penetrante.

- Buenos días tenga

- Buenos días- responde tenso e intrigado Gonzalo, sin moverse de donde está. aApenas respira o parpadea. La mano izquierda, empuña la hoja de madera de la puerta, la sostiene con agresividad, dispuesto a clavarse una astilla, o cerrar la puerta de un golpe - ¿En qué podemos ayudarle?

- Si me lo permiten, soy alguien que ha de ganarse su lugar en la hermandad de los Hermanos Menores...

- ¿Hermano de quién?- Interrumpe Satur.

- Satur,-contesta brusco Gonzalo, y tras una breve pausa, con una mirada inquisitiva dirigida a los ojos del muchacho, en un tono más conciliador, explica: - es un Franciscano.

- ¡Anda! Pues hubiéramos empezado por ahí!- replica nervioso el criado, mirando de arriba abajo al muchacho, intentando medirlo, tratando de asegurarse si el chiquillo es una amenaza, que viene a hacer daño a su familia o por el contrario, viene a pedir limosna o algo de comer. Entornando los ojos, mirando al muchacho con recelo, Satur decide que cualquiera de las opciones, el muchacho es una amenaza. – Y que quiere, porque digo yo, que un mendicante…

- No es un mendigo- Replica Gonzalo, tenso, sin permitir que el monje se explique. Y tras observar la vestimenta del muchacho, y mirando detenidamente a los ojos del muchacho, buscando una respuesta que creía haber hallado ya, le preguntó- ¿Observador o conventual?


El muchacho sonríe disimuladamente. Satur, sin embargo, mira a su amigo y compañero sorprendido

- Amo! ¿Cómo diantres sabe usted tanto de… servidores de Cristo?

- Usted no es un monje- replica con suavidad el muchacho- sin embargo, nos conoce bien.

- Puede haber varias explicaciones para ello – responde el maestro enigmáticamente, sin apartar la mirada de los ojos del muchacho.

- La explicación más simple y suficiente es la más probableel muchacho, inseguro y temeroso por primera vez. Sabe que ha puesto las cartas sobre la mesa. La jugada, le puede dar la bienvenida, o la sepultura.

- Mas no necesariamente la verdadera-
y con una sola frase, Gonzalo sentencia al muchacho.

Para la infinita sorpresa de Satur, el maestro deja la hoja de la puerta, que ha sostenido todo este tiempo, y coge el antebrazo del muchacho. Invitándolo a pasar.

- ¡¡Pero amo!!- Grita exaltado Satur al ver al patriarca de los Montalvo cerrando la puerta - ¿ Nos hemos vuelto locos!?- Haciendo aspavientos, intentando frenarse, acaba lanzándose sobre la espalda del maestro – Amoooo, que está muy bien que le diga cositas y usted las entienda. Pero, vigile amo! Vigile!!! Que a mí este zagal me da muy mala espina!

Gonzalo le observa, con los brazos cruzados y la ceja alzada.

- ¿Has acabado?- pregunta irónico. Satur solo le mira indignado. Respira hondo y él también se cruza de brazos

- Me va a decir ahora, que usted y el niño fueron compañeros de armas allá en Flandes! Pero... usted le ha visto amo!?- Con un movimiento rápido de muñeca, la mano de Satur apunta al postulante- ¿Usted le ha visto bien? ¡Claro que es hermano menor! ¡Con esa cara, no creo que sea el más grande! …. -Observando al muchacho sin perder detalle, Satur yergue la espalda y lo mira a los ojos con seriedad – ¿Porqué tú, más de doce años, no tendrás, verdad?

- Anda Satur. Calla. – Gonzalo, se gira, agitando la cabeza, tratando de dejar a un lado las reacciones del criado – ¿Conoces la ley de Ockham?

El muchacho sonríe complacido. Sabe que ha ido a parar al lugar al que debía, pero mentalmente reprende al monje más anciano, por no advertirle de las circunstancias que podría encontrarse.

- Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem

- Y eso mismo, por una de esas casualidades de la vida... ¿No lo sabrías decir en castellano muchacho?

- No ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias. – Traduce Gonzalo más sereno y con la sombra de una sonrisa dibujada en los labios.


Mientras Gonzalo y el recién llegado intercambian palabras enigmáticas bajo la estupefacta mirada de Satur, un golpe seco delata la apertura brusca de una puerta en el interior de la casa.

Los tres hombres adoptan una postura defensiva y se encaminan hacia el lugar del que procede el ruido, pero se detienen en seco al ver que de la puerta, ha salido únicamente el niño.

Tras él, y con los brazos en jarra, su tía.

- ¡Alonso!- El niño, con sus prisas apunto está de tropezar con una silla y caer. Pero Margarita, consigue cogerlo por la camisa y evitar que su cabeza golpee contra la mesa- ¡Ve con cuidado Alonso!

El niño se pone en pie, y mira a la joven arrepentido.

- Lo siento. Tenía sed…- se excusa

Ella se cruza de brazos y lo mira alzando una ceja

- ¿Seguro?

- Pero… ¡no es justo!

Los tres hombres desde el umbral observan la escena. El recién llegado sin comprender, el criado apenado y el padre… el padre dividido. El maestro quiere intervenir y reprocharle a su hijo, pero no sabe bien el qué. Sin embargo, sabe que necesita tener paciencia y dejar que ellos mismos expliquen qué es lo que ha sucedido, ya que si él pregunta, a buen seguro se protegerán el uno al otro.

- Cariño- Margarita, acomoda las faldas para poder acuclillarse y estar a la altura de Alonso – Cariño, mírame- sonríe ella con dulzura, mientras acaricia el óvalo del niño intentando que el pequeño levante la vista del suelo. Pero el pequeño mira al suelo, a la pared, a cualquier parte excepto a los ojos de su tía, no quiere que vea el miedo reflejado en sus ojos.
El rato que han estado sentados en su habitación, apenas han hablado. Su tía ha intentando distraerse y distraerlo, pero la preocupación es más grande que él mismo. Tras el sonido de la puerta, no ha oído nada más. Está preocupado, quiere asegurarse que su padre está bien, que no se ha marchado… mil ideas recorren su mente en esos instantes. Pero ninguna buena.

- Cariño- vuelve a susurrar Margarita con dulzura. Las manos que estaban en los hombros de Alonso, ahora le sostienen las manos con infinita ternura – Cuéntamelo, anda

- A… a padre le pasa algo, ¿verdad? – Pregunta Alonso en un hilo de voz casi imperceptible- ¿nos lo contará?- pregunta esperanzado.

- Mi vida…- Margarita no sabe como contestar- Papá…- se detiene en seco. Helada. No sabe si por la seguridad que tiene en que Gonzalo no contará lo que le preocupa, o la familiaridad con la que ha hablado de él. Una familiaridad que años atrás, estaba convencida que poseería, pero que en los últimos tiempos no soñaría con poder tomar prestada del recuerdo de su hermana.
Con los ojos encharcados ella también alza la vista y allí, tras Alonso, en la entrada del salón lo ve a él. Sabe que tal vez no haya oído a Alonso, pero a buen seguro, ha oído sus palabras.


Los dos adultos se miran entre ellos, una, preocupada por la reacción que su familiaridad pueda tener, el otro, esperando un detalle, algo que le ayude a identificar el problema. Ambos preocupados y expectantes ante la reacción del otro, y sin embargo, ajenos a los temores que inundan los pensamientos de aquel, cuya mirada mantienen.

Alonso se percata de que la atención de su tía está en otro lugar, y gira la cabeza para cerciorarse. Y lo ve. Ahí, apenas a unos pasos está su padre, mirando fijamente a Margarita.

- Padre- sonríe el muchacho- estás aquí.

Gonzalo aleja la mirada de Margarita y observa a su hijo con una sonrisa.

- ¿Dónde querías que estuviera? – el chiquillo alza los hombros, y en su rostro una expresión de duda avergonzada, con una pequeña y pícara sonrisa.

- Espero que no hayamos interrumpido nada- De repente, Margarita se percata de la inusual compañía y mira sorprendida y avergonzada a Gonzalo.


El recién llegado no puede sino recordar su hogar al ver la escena, y sonríe serenamente a Margarita a modo de respuesta.

- No te preocupes Margarita. Todo está bien.- Los dos saben que no habla solo de la interrupción. Hecho que confirman, con una pequeña sonrisa que el uno al otro se dirigen.

- Padre- la voz inquisitiva de Alonso, interrumpe, sin saberlo, el juego de miradas de los dos adultos - ¿quién es tu amigo?


De repente un rugido, resuena en la habitación.

Alonso enrojece de vergüenza y mordiéndose en labio, mira al suelo susurrando unas disculpas.


Satur, que durante toda la conversación ha tenido un ojo en el caldero, ríe divertido.

- SI es que es normal… El chiquillo tiene que comer, ¡que está creciendo!- El criado, camino al puchero, pasa junto al niño y le revuelve el pelo en una caricia que Alonso esquiva, para situarse junto a su tía. Con las manos entrelazadas, y la mirada en el suelo, las mejillas coloradas, y mordiéndose el labio, el zagal intenta pasar desapercibido, encogiéndose junto a la falda de Margarita, tratando, de alguna manera, que los pliegues del vestido, le oculten de la vergüenza y le protejan.


Sin embargo, la protección no se la ofrecen las faldas, sino quien las porta, que con una suave caricia en la mejilla y pronunciando un imperceptible murmullo, consigue no solo relajar al pequeño, sino arrancarle una pequeña sonrisa y un enérgico asentimiento.

- ¡Esto ya está!- la voz risueña y resuelta de Satur anuncia – Menos mal que tus tripas avisan Alonsillo! Que olfato tienes, que olfato tienes!

- Creo que entonces será mejor que empecéis a comer.- Comenta Gonzalo con una sonrisa.

Con las manos sobre sus hombros, Margarita dirige a Alonso hacia la mesa. Y una vez allí, los preparativos de la mesa para la comida, se inician sin más preámbulos entre el criado y el niño.


Girada, guiando al niño hacia la mesa, Margarita se detiene de golpe.

- ¿Gonzalo? – pregunta extrañada por las palabras que acaba de oír de la boca de su cuñado.

- Yo he de acompañar un momento a nuestro visitante.

- Amoooo…- Satur lo mira con los cejos entrecerrados- Amo! ¡Que se va a enfriar la sopa! Y luego en esta casa nadie quiere comer.

- He dicho que comáis vosotros- replica serio y brusco, mirando significativamente a Satur. Este, percibe las intenciones de su amo, y recordando la conversación previa que han mantenido en la habitación ‘debes protegerlos en todo momento’, asiente desganado y poco convencido.

- Vamos Alonsillo! Que te vas a chupar los dedos!!



Sin mediar palabra, ni tan siquiera un último vistazo hacia Margarita o el niño, Gonzalo, con el visitante tras él, sale de casa rápidamente. Una vez fuera, y con la puerta bien cerrada, respira hondo. Una parte de él, desearía haber echado la vista atrás, para cerciorarse que están bien. Pero sabe que no puede. De haberlo hecho, no habría salido de la casa, mucho menos, sin saber lo que le deparan Agustín o el destino.

Sin mirar a su acompañante, ni aquello que sucedía a su alrededor, los dos hombres se encaminaron calle arriba. Con cada paso, estaban más cerca de descubrir verdades y cumplir destinos,
y más lejos del hogar, la familia… y la sombra que acechaba la casa y la familia del maestro, desde hacía unos días.

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:10 pm

12- Presentaciones

Amparados por las sombras, en una pasarela, desde la que se observa no solo la calle y sus transeúntes, sino las puertas de los hogares y por lo tanto, los movimientos. Una oscura figura, vestida sencillamente, con unas botas manchadas de barro, unos pantalones que han visto muchas visitas al arroyo y una casaca entallada… observa sin apenas pestañear, apoyado contra un muro, la puerta de casa del maestro.

Le ha visto alejarse con el jovenzuelo que le ha visitado. No sabe de quién se trata, pero por sus vestiduras y sus andares… sabe que no es uno de los muchachos de la escuela. No le importa, sabe que en Comendadores, uno de sus compañeros espera cualquier movimiento. Al igual que en Belén, o en la calle Levante.

No son muchos dedicados a tal empresa, pero están bien organizados. Saben hacer su trabajo, y lo harán a conciencia.

Cueste, lo que cueste.
*********
La hora de la comida, ha sido y será siempre un horario de movimiento irregular. En algunas calles, ni los gatos ni las sombras se mueven, pues incluso ellos han de alimentarse de ratas, o de oscuridad. En otras, sin embargo, la presencia de gente es intrínseca. Son esas calles que no parecen dormir, calles en las que a cualquier hora, hay alguien. Incluso, cuando todo lo que ves, es tu propia sombra.

Esa es la sensación que tiene Gonzalo al entrar a la Calle Belén.

Una calle empedrada, con algunas casas y negocios, pero conocida principalmente por ser una calle de paso, desde la que poder llegar a la calle Principal, o al vecino Barrio de San Damián, con su pequeña capilla.

El maestro está tenso, no sabría explicarlo bien, pero desde el momento en que ha cerrado la puerta, se siente incómodo. No es nada nuevo, al menos, no este domingo. Un par de veces ha pensado ya, que tal vez hubiera sido mejor no haber permitido que Margarita llevara a Alonso a misa; pero sabe bien que ella tenía razón. Ya llegará el día en que el niño elija si quiere o no, acudir al oficio.

Sumido está en sus pensamientos, cuando un ruido procedente de las sombras les hace detenerse.


De repente, con la mirada al frente, pendiente del todo y la nada, observando todo lo que le rodea, sin apenas parpadear, los hombros caídos, las rodillas ligeramente dobladas, y los pies, separados y fuertemente anclados en el suelo… el maestro adopta una postura defensiva.


Súbitamente, un gato asoma por entre unas barricas de madera situadas a un lado de la calle, al amparo de la luz del sol, bajo una pasarela, pero ni Gonzalo ni el muchacho continúan sus movimientos o apartan la vista de las sombras durante los siguientes minutos. Todo parece haberse detenido.

- Deberíamos seguir- comenta el muchacho. El maestro lo mira sin apenas moverse de la posición que ha adoptado – No podemos demorarnos más.

Aquello no agrada demasiado a Gonzalo, pero sabe que es una manera de de averiguar si les están siguiendo. Solo ha de estar atento y no perder la concentración. Sin embargo, no puede hacerlo, le cuesta. Apenas consigue pensar en algo más, que no esté relacionado con el aviso de Agustín.


Con una significativa mirada, ambos hombres emprenden camino, sabiendo que ambos vigilaran las sombras y sonidos que les rodean, y que el otro le cubrirá la espalda de ser necesario.

Sus pasos, sus movimientos, en la desierta calle camino de la entrada de la conocida como capilla de San Damián, son observados con detenimiento. La figura que los observa no se mueve, apenas respira. Sabe bien lo que debe hacer, y entre sus cometidos, está el de no ser visto, oído o descubierto.

El interior de la capilla, era sombrío. Poco importaba que la luz del sol penetrara en la pequeña estancia de piedra a través del gran rosetón y la puerta de madera abierta de par en par. El lugar contaba únicamente con un altar de piedra; una pila bautismal, de piedra oscura y tosca a un lateral, al otro, una pequeña mesa de madera, cubierta de cera, sostenía las velas que los fieles encendían en sus súplicas bajo una imagen de la virgen a la que estaba consagrado el santo lugar… y un halo de misterio y desencanto, alimentado, no solo por las leyendas, sino por los cientos de piedras y recovecos que no han visto la luz, desde el día en que terminaron las obras de construcción.

Bajo el pequeño hilo de luz que ofrecían la puerta y el rosetón, se hallan Gonzalo y el muchacho. Rodeados de toda la oscuridad y privacidad que el lugar puede ofrecer.

- ¿Y bien? – lanza Gonzalo su pregunta al aire

- Don Gonzalo, Agustín solo me pidió que le trajera aquí… dijo que… - el muchacho se detiene al observar la mandíbula de Gonzalo tensarse. Sus ojos, directos, fieros llameantes…

- ¿Por qué?- pregunta serio y sin apenas inmutarse la mirada fija en el chico, pensando en la razón que tenía Satur al comentar que no debe ser mucho mayor que Alonso. Tal vez ronde los dieciséis, estima. Pero el tono de su voz, y la postura que adopta, seria, contenida… detienen sus pensamientos y le hacen replantearse sus cálculos.

- Cree que le están siguiendo.- Esas palabras, pronunciadas con tanta seguridad por un chiquillo, que parece mucho mayor en unos momentos de tensión… dejan al maestro helado.- Y es importante su seguridad.

- ¿Cómo sabes tú eso?- cada vez más preocupado, y reprochándose su irresponsabilidad al haber abandonado su hogar, sin más armas que los puños y las ganas de dejar sana y salva a su familia. Un escalofrío recorre su espalda - ¿Qué hay de ellos?- más nervioso, cogiendo al muchacho por la pechera y obligándolo a ponerse de puntillas, le pregunta agitado y enfurecido - ¿QUIÉN ERES?

- Mi nombre es Emilio de Almansa.- Pronuncia asustado, con el rostro pálido y sin apenas aire en los pulmones- Hijo del Capitán Ruy Díaz de Almansa, natural de la villa…- traga saliva con dificultad – El hogar de mi familia, está próximo al del antiguo castillo de Don… Juan Manuel…

- El cerro del Águila- murmura Gonzalo, soltando ligeramente al muchacho.


Aprovechando el momento, Emilio alza el brazo y con un movimiento enérgico, se deshace de las manos de Gonzalo, que aún lo sostienen por la ropa, y mueve con rapidez bajo los faldones del hábito el pie derecho por detrás del izquierdo… y se aparta de la línea de visión del maestro, que lo mira anonadado.

- Al igual que usted,- comenta el muchacho aun con la respiración agitada- fui instruido.- Viendo como el maestro apenas tiene una reacción al respecto, y dudando de si ha entendido lo que pretende decirle, prueba aportando más detalles- Del mismo modo en que mi padre fue entrenado. Al igual que lo fue mi hermano…

- ¿Qué tiene que ver con toda esta situación?- interrumpe Gonzalo- ¿Dónde está Agustín?- sin apartar la vista de los ojos del muchacho, está pendiente de todas las sombras de la capilla. La conoce bien, cuando no era más que un chiquillo, solía acudir. Sabe perfectamente, que de desearlo, cualquiera podría ocultarse entre sus muros, amparado por la oscuridad.

- Agustín no ha podido acudir- comenta Emilio, irrumpiendo en los pensamientos y análisis del maestro- Debía asegurarse- Aquello logra una reacción. Con el ceño fruncido, el maestro presta absoluta atención- Existe. Como ya sabrá, una organización que busca la eliminación del rey.

- La Logia.- Susurra, a modo de respuesta. – He oído hablar.

Emilio sonríe. Dejando ver, por un instante, un par de hoyuelos en sus mejillas, que contribuyen a delatar su juventud.

- ¿Dónde está Agustín? – Replica cada vez más enfadado Gonzalo. Esta situación cada vez le gusta menos. Tiene la sensación de que el chiquillo juega con él. Puede que se trate de una trampa, para alejarlo de casa… para alejarlo de Alonso… de Margarita - ¡Donde está!

- Siempre fuiste un impaciente- le recrimina una voz procedente de entre las sombras- Creí que te habíamos enseñado a comportarte en la casa del Señor.

- Agustín- con los ojos llenos de rabia, y el pulso acelerado, el maestro habla sin buscar la procedencia de la voz. No le hace falta – Tú no me enseñaste más que a luchar, a dudar… a mantener la calma.

- A la vista está, que no lo hice demasiado bien- con un suspiro, el monje, sale de las sombras, aun con la esclavina pulcramente situada sobre los hombros y el rostro oscurecido por la sombra que provoca la capucha colocada sobre la cabeza gacha del monje, que permanece en actitud de recogimiento, bajo la luz del rosetón. – Pero, aunque siempre creí que eso es algo provechoso que aprendiste de tus viajes, te enseñé más que eso.

El maestro continúa con la mirada perdida, fija en un punto que solo él puede ver en las sombras. Los puños apretados, hasta el punto en que sus nudillos palidecen por la fuerza ejercida, mientras su mente se debate entre enfrentarse, escuchar pacientemente… o correr hacia su hogar, como alma que lleva el diablo.

- ¿Por qué me has hecho venir?

- Lo sabes bien.- Replica con contundencia el monje- ¿Has hecho lo que te pedí?


Por un instante, el maestro espera silencioso. No sabe si habla con él o con el postulante que le ha acompañado. Pero el muchacho toma la iniciativa, y replica.

- He… he avisado como me pidió.- replica el muchacho dubitativo- La re… la reu… reunión tendrá lugar en breve.- Gonzalo se percata del tartamudeo del muchacho, y de la reverencia que profesa para con el anciano monje. Y se pregunta una vez más, que es lo que está sucediendo. – La familia del maestro está en casa.- Susurra el muchacho, atrayendo la ira de Gonzalo

- ¿Mi familia?- estirando el brazo, vuelve a tomar al chiquillo por el hábito.

- ¡Déjale ir, Gonzalo! - Unas manos callosas, fuertes y morenas tratan de detener al maestro.

- ¡¡No hasta que no me digáis que está pasando!!


Conocedor de la terquedad, del maestro, el monje suspira cansado.

- ¿Le has explicado quien eres, Emilio? – el muchacho solo asiente, esta vez la saliva apenas pasa por su garganta. El maestro irradia rabia, tiene un aura que le hace temible.- Solo es un muchacho, Gonzalo- Viendo el temor en los ojos del chiquillo y la rabia de los del maestro, el fraile decide intervenir con más decisión.


Apretando fuertemente las manos del maestro, y con un movimiento circular de las muñecas, consigue no solo que suelte al muchacho, sino retenerlo. Los brazos atrapados a la espalda, el maestro intenta soltarse, pero el fraile le retiene con fuerza.

- Te soltaré cuando te hayas calmado y estés dispuesto a escuchar.


El maestro sabe que ha perdido la batalla. Desganado, suspira y baja la cabeza. Los hombros caídos y como si le hubieran abandonado las fuerzas… murmura un ininteligible ‘está bien Agustín’

Pausadamente, sin apartar demasiado las manos de los brazos del joven, Agustín le deja ir.


Cuando ve que los dos permanecen en el mismo espacio, sin que corra sangre o falte aire. Cree necesario iniciar las presentaciones.

- Gonzalo. Este es Emilio Díaz de Almansa. Su padre, Ruy Díaz de Almansa, fue capitán de la guardia real, durante muchos años, como lo fue su padre antes que él… y como lo será algún día su hermano. La familia Díaz de Almansa, ha vivido entre la villa y el señorío deVillenadesde que este existe. Su familia siempre ha jurado lealtad a la causa.- El monje, sin apenas moverse de su posición, con los brazos en la manga opuesta del hábito, y la capucha bajada, dejando ver su rostro, continúa hablando a los dos hombres que tiene frente a él – Así como lo hizo la tuya.



El maestro mira sorprendido y extrañado al monje

- ¿Qué causa, Agustín?

- La misma que te viste y arma- murmura el fraile de modo que solo el joven Montalvo pueda escucharle. Ignorando la sorpresa del joven maestro, le mira atentamente a los ojos y con la seriedad y serenidad que le caracterizan, destroza el poco equilibrio y calma que le quedaban al maestro - ¿Dónde están tu hijo y Margarita?


En aquella capilla, donde las piedras han sido testigos de tantos rezos, súplicas, llantos… el corazón del maestro se desgarra. Y el último sonido que en el santo lugar se percibe del maestro, junto con los latidos agitados… son los pasos presurosos al alejarse del lugar.

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:13 pm

13- DesperadoLas calles, recuperan poco a poco el bullicio de las gentes, o todo el bullicio que cabe esperar a la hora de la siesta.

Los comerciantes, descansan tranquilos, a la espera de clientela. Los transeúntes pasean por las calles de la villa, unos con algo en el estómago; algunos… esperando hallar algo en algún lugar que poder llevarse a la boca; mientras que otros, haciendo caso omiso al refranero popular que reza que después de comer, ni vino… ni mujer, encaminan sus pasos hacia la taberna de su elección en un intento por placar el hambre y el frio, o el lupanar más próximo.

Sin embargo, no todos han comido, ni esperan comer. Hay quien tiene otras preocupaciones, otras intenciones para con su caminar. Entre estos últimos, está Gonzalo de Montalvo cuyos rápidos pasos elevan el polvo del camino, como si de pequeñas tormentas de aire se tratara.

Pero él parce no percatarse. Del mismo modo que parece ignorar las miradas de la gente que se cruza en las calles y callejuelas en su carrera. Solo tiene un objetivo: llegar a casa; un pensamiento: la seguridad de los suyos.

Sube los escalones sin apenas pisar la piedra, sus pies parecen no haber acabado de tocar el suelo, cuando ya está avanzando una zancada más… con el corazón en la garganta, la rabia y la desesperación exudando por cada uno de sus poros, llama desesperado:

- ¡Alonso! ¡Margarita!

La respuesta, se la da el silencio.

Con el corazón latiendo a velocidades imposibles, los músculos tensos temiendo lo que se va a encontrar, Gonzalo entra en todas y cada una de las habitaciones. Todo está tranquilo, silencioso, vacio.

La única muestra de que ‘algo’ ha sucedido, está en la mesa. La misma mesa en la que momentos antes a dirigido a su hijo… la mesa, en la que no se ha sentado con ellos… la mesa en la que los platos están aún por recoger, y dos de las sillas parecen haber sido apartadas con premura de su habitual lugar de descanso… las mismas sillas, que en un arranque de rabia e impotencia, golpea contra el suelo y la pared con un grito desesperado.

Pero de nada sirve. Ni siquiera la lumbre, donde apenas quedan unas brasas puede responder a su llamada desesperada.

Solo el silencio y sus sollozos impotentes, responden al grito del joven padre, amigo, amante silencioso y distante… que con los puños apretados, hasta que los nudillos palidecen por la presión ejercida entre ellos y contra la madera, la cabeza gacha, casi hasta tocar el pecho con la barbilla, se auto-flagela y pregunta ¿Por qué? ¿Por qué los dejé solos?

La puerta de entrada, aún abierta deja pasar no solo la luz exterior, si no que a través de ella, convertido en una sombra perfilada por la luz del sol… un hombre hace su entrada.

Sus pasos son silenciosos a pesar de las botas manchadas de barro; sus movimientos, pausados y gráciles. Su espalda erguida, la cabeza ligeramente agachada en un inconsciente intento por permanecer alerta, la mano derecha en la empuñadura de la espada que descansa en la vaina de cuero y bronce, esperando ser usada.

Al entrar en la casa, la sombra se detiene con un pie avanzado y las rodillas flexionadas. Dispuesto al combate, la defensa… o aquello que fuera menester. Con sumo cuidado desenvaina la espada arrancando un suave grito de esta al deslizarse por la garganta. La abertura por la que se introduce o se extrae la hoja, canta ansiosa con el contacto de la misma… esperando, anhelante, deseosa de ser parte de la acción.

La sombra no se ha percatado del sonido, tal vez por costumbre, tal vez porque su atención está en otro lugar. En el mismo lugar, en el que la figura encorvada de Gonzalo de Montalvo, que sí ha percibido la llamada del acero, se tensa.

Con movimientos gráciles, sin desviar la atención puesta en el sonido del recién llegado, el maestro envuelve los nudillos alrededor de un cuchillo que su familia ha dejado junto al queso durante la comida. Lo amarra con fuerza, sin levantar la hoja del reposo que supone para ella la superficie de la mesa.

Tomando aire, y todavía con la rabia, el dolor de la incertidumbre y la culpabilidad… con las rodillas flexionadas, el tronco recto, el pecho hundido y tensando los brazos, Gonzalo se gira presto a la batalla blandiendo el cuchillo como si de una vizcaína se tratara.

Su contrincante, la sombra, un hombre no mucho mayor que él, vestido con ropajes oscuros pero sencillos y desgastados, con las botas manchadas de barro y el rostro cubierto por una cuidada barba, blande en sus manos una espada de hoja ancha, apropiada tanto para el corte como para la punta… adornada con una guarnición de lazo en la cruz, con un intrincado diseño uniendo los anillos y el guardamanos. Se trata de un estoque. Bien lo sabe Gonzalo.

Una espada ropera, usada desde el s. XV como arma para duelo, o de vestir. Pero observando bien la postura, los brazos… el guante de cuero… es fácil adivinar que este arma, es la usada por un militar en traje de civil.

Ardiendo en rabia, temiendo o sospechando que este pueda tener relación con la desaparición de su familia, empuña con fuerza el cuchillo, su particular vizcaína y ataca enfurecido al recién llegado.

Con un estoque rápido y certero trata de dar alcance al brazo que sostiene la ropera, pero de un movimiento ágil y simple, el atacado repele el ataque como si de una mosca se tratase, hiriendo en el proceso el brazo del maestro.
La tela rasgada, dejando ver un fino hilo de sangre que se extiende presuroso como un rio desbordado solo enfurece más al maestro que por un instante recuerda a su difunta esposa, tendida en la nieve la noche de Navidad… y la sonrisa de Alonso, la de Margarita… sus voces en ese mismo salón.


De una patada, el militar aparta la silla de madera, donde horas atrás, Margarita y Alonso permanecieran sentados frente a la lumbre, en una imagen bucólica que teme le ha sido arrebatada para siempre.


Y con renovada furia en la mirada, el maestro se sitúa erguido, con las piernas separadas aproximadamente un palmo y medio, con el pie derecho girado ligeramente hacia la derecha, formando un ángulo de 90º con el pie izquierdo, eleva el antebrazo derecho blandiendo su ‘vizcaína’, alza el brazo izquierdo paralelo al cuerpo, mientras mantiene la espalda recta… a la espera de ser atacado.


Su contrincante no se hace esperar. Manteniendo su posición, con las rodillas flexionadas y el estoque paralelo al suelo... embiste contra el hombro del maestro. Gonzalo, cruzando la pierna izquierda por detrás de la derecha y girando sobre sí mismo, se aparta de la línea de ataque, quedando a la espalda del soldado al que sostiene por los hombros con el cuchillo bajo su barbilla.

- ¿Qué has hecho con mi familia?



Al no recibir respuesta, aprieta con fuerza el brazo que mantiene la espalda de su prisionero contra su pecho y deja que la hoja del cuchillo rasgue la piel del cuello del hombre. Presa del dolor y la sorpresa, el soldado suelta el estoque que grita al caer contra el suelo con un sonido metálico.


Sin embargo, ese no es el único grito que se oye en la estancia.

- ¡Soltadme maestro!

- ¡Decidme donde están! – apretando el cuello de su prisionero, sin darle tregua, Gonzalo exige amenazante


Sin embargo, el hombre ríe.

- No sabéis con quien os enfrentáis.

- Contádmelo o probaréis el sabor del acero.

- Bien sé que no soy el primero que lleváis a las puertas de la muerte. Pero sé con certeza que no lo haréis.

- La única certeza que existe, es la muerte. - Bajando la voz de forma amenazadora, no relaja los músculos de su brazo que poco a poco parecen ahogar al hombre - ¿Qué les habéis hecho?
- No hacéis las preguntas apropiadas

- ¿Qué es lo que debería preguntar? – Gonzalo está irritado, pero quiere, necesita saber lo que ha sucedido

- Dónde están, sería la opción más apropiada- replica socarrón el prisionero.

Cada vez más irritado, a punto de perder por completo la paciencia, Gonzalo aprieta una vez más la punta del cuchillo sobre el cuello del soldado de manera amenazante. No quiere jugar su juego, solo quiere a su familia, o una respuesta que le indique el camino.

- ¡CONTESTA!- grita al oído del hombre – Si sabes lo que es bueno- susurra amenazador.

- Un hombre, vestido de negro vino a por la mujerzuela- la respiración de Gonzalo se detiene, su corazón le da un vuelco.
Ejerciendo fuerza sobre los músculos del brazo aparta el cuchillo y corta la respiración al prisionero.


-No hables mal de las mujeres- replica una voz a sus espaldas- ¡la más humilde es digna de estimación! Recuerda que una de ellas te dio la vida- una sombra alargada en el suelo, es lo único que delata al recién llegado desde el punto de vista del maestro, que temiendo encontrar en la sombra un enemigo, gira arrastrando con él al soldado desarmado. Allí, frente a él, un hombre alto, moreno pulcramente vestido y con agradable expresión, con un estoque ceñido a su cintura, le saluda.

- Soy, Miguel de Almansa. A vuestro servicio, Señor de Montalvo.- Su voz es serena, taimada- ¿Seríais tan amable de soltar a mi hombre?

- ¿Qué habéis hecho con mi familia? - Es lo único que repite una y otra vez, azorado, desesperado el maestro. No suelta el arma, ni al prisionero. No se siente intimidado por el recién llegado. Su galantería, su arma, su serenidad… de nada sirven. El soldado no tiene frente a él a un igual, ni siquiera a un malhechor o un bandolero. Tiene algo peor. Tiene a un hombre desesperado. - ¿DONDE ESTÁ MI FAMILIA?

- Si soltáis el arma, mi hombre os contará lo que ha visto.

El prisionero de Gonzalo asiente como puede y traga con dificultad. Pero el maestro no afloja la presión del brazo, ni la de la hoja sobre la piel por la que ya se deslizan hilos de sangre roja que bailan sinuosas hasta perderse en el cuello de la camisa.

- ¿Quién sois?- pregunta intrigado Gonzalo- Y si habéis visto lo que sucedía, ¿Por qué no habéis intervenido?- ejerciendo presión nuevamente con el cuchillo, vuelve a preguntar – Decidme, ¿Por qué habría de fiarme de vos?

- Imaginaos, señor maestro- comenta el soldado, sin perder su posición frente al maestro y su prisionero- que durante un paseo con vuestra encantadora familia, halláis una manzana que cae de un árbol.- El joven Miguel, sonríe socarrón- evidentemente, tendríais diversas respuestas al hecho en sí. A buen seguro, vuestro hijo culparía a unos duendes invisibles e indetectables la han movido hasta el suelo. Vuestro criado, replicaría que una fuerte ráfaga de aire ha debido tirarla. Sin embargo, vuestra cuñada respondería que es algo que pasa en todas las frutas maduras, que pesan en exceso y se encuentran con el suelo.- Tragando aire, y sonriendo complacido el joven Almansa, mira directamente a los ojos del maestro- Ninguna de las opciones es igual, sin embargo, hay algo que nos lleva a elegir una de ellas como la más probable.- Cambiando su sonrisa por una expresión más seria y mirando significativamente a Gonzalo continúa- La explicación más simple y suficiente es la más probable.

- Más no necesariamente la verdadera.
-
Con un susurro Gonzalo responde al enigma propuesto por Miguel y contrariado, deja ir a su prisionero

- Se que es difícil de asimilar.- Comenta comprensivo el joven Almansa- Pero nosotros no hemos tenido nada que ver con la desaparición de su familia. Solo les hemos estado protegiendo.- Mirando con desprecio al otro soldado que se acaricia el cuello y comprueba con movimientos rotativos el daño causado por el maestro, se corrige- O lo hemos intentado. ¿No os lo ha contado Agustín?- pregunta extrañado

- Esta mañana me dijo algo.- Gonzalo cambia de mano el cuchillo y pasa desesperado y contrariado la mano por su rostro y su pelo- Pero no me había dicho que hubiera alguien vigilando a mi familia.- Dice cansado y enfurecido.


Por la puerta de entrada, sin apenas hacer ruido, aparece una nueva figura.

- ¡Te dije que te los llevaras de aquí! – La voz atronadora de Agustín responde.- Deberías haberme hecho caso Gonzalo.


El maestro, mira enfurecido al monje, apretando la mandíbula y los nudillos con fuerza. Incluidos los de la mano que aún sostiene el cuchillo.

La tensión, palpable, es rota por Miguel, que desenvainando la espada con rapidez, y con un ágil movimiento de muñeca, con el brazo completamente tensado, dejando que la punta de la misma, toque el lugar en el que el cuchillo desgarró la piel, se dirige al soldado.
-Manuel, cuenta al señor maestro lo que has visto- Pide ejerciendo presión con la punta de la ropera sobre la herida- Y más te vale vigilar tus palabras, si no quieres que estas sean tus últimas palabras- advierte con una ceja alzada y un tono de voz sereno pero amenazador.

-Como le he dicho al maestro- el filo de la espada le aguijonea la herida nuevamente- Como decía a Don Gonzalo. Esta tarde vino un hombre completamente vestido de negro a la casa.

- ¿De negro?- pregunta Miguel.
Agustín, con los brazos en las mangas de su hábito, no pierde detalle del maestro mientras este escucha las explicaciones del soldado.

- Sí, señor. Llegó poco después de que se marchara el maestro. La familia aún comía. Entró y se marchó con la mujer.

- ¿De quién se trataba? - ¿A dónde fueron? – preguntan Miguel y Gonzalo al tiempo.
– Y recuerda respetar a la señora, si no quieres convertirte tú en una. - Para sorpresa del maestro, el soldado Almansa hace un rápido movimiento con la muñeca y deja el acero próximo a las partes nobles del ‘prisionero’.

Tragando saliva, y tratando de protegerse, sin mucho atino, en un hilo de voz, trata de explicar lo que había visto y oído durante la ausencia del maestro. Pero la espada dirigida a su persona, no disminuye la presión.

- Eso es todo. ¡Lo juro! Su hijo esperó apenas unos minutos, y salió corriendo tras él y la señora para escoltarla y protegerla.- Asustado, el soldado trata de dirigirse al maestro- Señor, debéis creerme. No permitiría que nada pasara a vuestra familia.


La risa irónica de Miguel, interrumpen la súplica.


- ¿Y lo harías atacando al maestro?


- No sabía que era él, ¡lo juro!


- ¿Dónde estabas que no viste su entrada?- obligando al pobre hombre a dar un paso atrás con cada movimiento, Miguel le acecha estoque en mano- ¿Porqué no los seguiste?


- Señor, yo…- el joven soldado, cada vez está más nervioso, el estoque cada vez más próximo a su cuerpo, y él dispone cada vez de menos espacio para retroceder.


De repente, el rostro de Agustín se torna más serio y mira con una expresión más dura y adusta al prisionero.


- ¿Para quién trabajas?


- Por favor, sabéis que hace años que sirvo...- los ojos del soldado se encharcan, pero intenta disimularlo apretando los párpados con fuerza.


- PARA QUIEN TRABAJAS- interrumpe alzando la voz el soldado Almansa


- Señor, soy yo. – Su voz se quiebra - Por favor. Me conocéis desde que era un niño… - Cada vez le cuesta más hablar claramente y disimular el pánico- Soy Manuel Gómez. Mi familia ha vivido en Almansa desde siempre. ¡Lo sabéis!


- Una vez más- tomando aire, y moviendo ligeramente la ropera, haciendo gritar espantado al soldado Gómez, Miguel vuelve a preguntar: - ¿Para quién trabajas?


- El Duque de Lerma- responde con un hilo de voz.


Gonzalo observa la escena incrédulo. Trata de entender y organizar lo que ha oído y lo que cree saber. Pero alguna pieza no encaja, y eso le lleva a dudar, no solo de quienes tiene frente a él, sino de alguien en quien ha confiado toda su vida.


- ¿Dónde está mi familia?- acierta a decir.


- YO SE DONDE ESTÁN- grita azorado el prisionero, viendo una opción para conseguir la liberación.- Dejadme libre y os llevaré con ellos.


Lleno de furia, Gonzalo se lanza contra él.


- ¡HABLA!


- Con- tragando saliva, a duras penas por la mano que le aprieta y le aprisiona la tráquea, intenta responder- con Juan de Calatrava.


- El médico- murmura el maestro.


- El Duque de Velasco y Fonseca – Añade Miguel, aflojando la presión que ejerce con la ropera, mientras suspira cansado.


- Tenemos que encontrar a tu familia.-
Agustín advierte a Gonzalo sin apenas otra muestra de su incomodidad o preocupación, que la leve inflexión de su voz, y los puños apretados.

Sin soltar a Manuel, Gonzalo se dirige hacia la puerta de salida.


- Vamos.- Justo antes de salir, con la mirada fija, la musculatura tensa y la expresión completamente seria, murmura algo que hace que el soldado palidezca.
Última edición por Sherezade el Jue May 10, 2012 11:42 pm, editado 1 vez en total.

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:17 pm

14- Cuatro caminos Al salir de la iglesia, siguiendo al maestro, Emilio y Agustín han observado un carruaje conocido, tomar un camino opuesto al que ha tomado el maestro, pero no queriendo dejar nada al azar, Agustín ha mandado al muchacho seguir al carruaje sin ser visto. Por eso, está ahí. En una de las zonas más acaudaladas de la villa, observando un carruaje negro, con la librea azur y dorada del Duque de Lerma, detenerse frente al palacio del Marqués de Villena. Pero la sorpresa no se la produce ver la librea del señor de Villena, en cuyas tierras se encuentra la Villa de Almansa, de donde Emilio es oriundo, ni la relación de este, con el valido del rey, Don Francisco Gómez de Sandoval-Roja y Borja, el Duque de Lerma. Ambas casas están relacionadas desde generaciones atrás, ambas procedentes de tierras similares, y no muy alejadas una de la otra. Lo que le sorprende sobremanera es la presencia, frente a la puerta de la señorita Margarita, la que sabe es la cuñada del maestro. Del brazo de un hombre vestido de negro.
Su sorpresa, es mayúscula, cuando momentos después, intentando descifrar la presencia de la dama en el lugar tan alejado de su hogar, cuando ve al pequeño Alonso correr hacia ella, y minutos más tarde, a Saturno. El fiel criado, amigo y hermano del señor maestro.

Temiendo lo que pueda suceder y sabiendo que pase lo que pase, su prioridad es mantener segura la hermandad y el secreto, arrastra con él, hacia las sombras, al criado. Para observar con detenimiento sin ser vistos.
*********


Paseando lánguidamente por las pobladas, e iluminadas calles de la villa, cogida del brazo del hombre con quién más segura debería sentirse… Margarita tiembla bajo el mantón. Ha aceptado el paseo con Juan, solo cuando este le ha insistido en la necesidad de disfrutar de su tiempo justo… le ha pedido disculpas por no acompañarla a misa… En ese momento, apunto ha estado de comentarle que han sido Alonso y Gonzalo quienes la han acompañado. Pero sabiendo lo que esa idea podría representar en la mente de Juan, ha callado.

Ahora se pregunta si no habría sido mejor.

Las transitadas calles están llenas de gente que saluda con gestos, cabeceos… pero ella se siente sola. Y lo que es peor, con miedo. Un miedo irracional. Está junto al hombre con el que ha prometido casarse, compartir su vida, su futuro… entonces, “¿por qué estoy asustada?” Se pregunta. Puede que se deba a que las calles por las que pasean, a pesar de pertenecer a la misma villa, no son las de su barrio… o que las gentes que los saludan, no son sus vecinos… tal vez se trate de la tensión que percibe procedente de Juan. O de los nervios que ella misma experimenta desde que Gonzalo comenzara a actuar misteriosamente esa misma mañana.

El recuerdo, le causa un nuevo escalofrío que recorre su espalda. Ella trata de ahuyentarlo, arrebujándose en el mantón de lana que le cubre los hombros y los brazos.

Trata de alejar el pensamiento de Gonzalo y sus preocupaciones, la desesperación que en su habitación ha visto reflejada en su mirada, la ternura y paz, con la que se ha sentado con ellos junto al fuego… lo bien que se ha sentido ella misma, al compartir con ambos ese momento… Pero cuanto más trata de alejarlos, más insegura está de lo que la rodea.

Quiere reírse de lo estúpido de la situación. Pero no puede. Sabe que Juan nada tiene que ver con su anterior esposo. Un inocente paseo, no se asemeja ni de lejos, a lo que ella vivió en Sevilla… pero el miedo sigue ahí. Y solo hace que aumentar, al ver que Juan los dirige a las puertas de un palacete.

- ¿Juan?- pregunta interrogante.

Él aprieta contra su costado el brazo al que Margarita va agarrada, y cubre la mano de ella con la otra mano, en un acto que puede ser visto como reconfortante, o aterrador…


Ella se detiene y mira la estructura que tiene frente a ella. Un palacio o palacete de piedra, con un gran portalón de madera, sobre el cual se vislumbra un relieve con un escudo en cuatro con tres árboles sobre un estanque con dos peces, justo bajo un torreón, con un león a la izquierda y un brazo armado en la diestra…. Protegidos en la piedra, por dos ángeles que con sus alas sostienen una balconada, sobre la cual, descansa un pequeño campanario. Ensimismada está, tratando de ver todos los detalles de la intrincada fachada, cuando la mano de Juan que estaba apoyada sobre la suya, aprieta ligeramente.

- Visitaremos a mi hermano, el Marqués de Villena.


*********

Alonso ha comido poco y mal. Su tía y Satur han intentado distraerlo, pero con poco éxito. Una, porque tiene las mismas preocupaciones que él y el otro, porque no conseguido traspasar las barreras que el pequeño ha creado a su alrededor. Cada vez más parecido al padre… ha murmurado un par de veces durante la comida Saturno al percatarse de la poca atención que le presta el pequeño. Así pues, no es extraño que en su intento por ‘escoltar’ y proteger a su tía, sus pisadas no sean el único sonido que le acompañan. Un par de veces ha oído el quejido de sus tripas, y se ha apretado la camisa contra el estómago, en un intento por placar el sonido, temiendo ser descubierto.

Ya lleva varias calles, siguiendo de cerca, en las sombras, a Margarita y su prometido. No tiene nada en contra del doctor.
Sabe que quiere a su tía, pero no puede evitar recordar que ese hombre, la alejará de la casa. Así lo confirma el hecho de que haya venido a buscarla cuando más la necesitan. Porque está convencido, con toda la certeza que toda la vida conociendo a su padre le permite, de que su padre, también necesita a Margarita en casa; ha visto como la ha cuidado en la iglesia, como la mira en casa… la forma en que ha sonreído sentado frente al fuego con ellos. En ese momento se ha sentido feliz. Se han sentido felices. Los tres.


-¿Porqué tiene nadie que quitarme eso?- se pregunta Alonso - ¿porqué siempre se llevan lo que más quiero? Además, el barrio en el que se encuentran, tan alejado de su hogar, frente a esa gran portalada de madera, los imponentes pilares a ambos lados, los increíbles dibujos en relieve de hojas en la piedra, el balcón con puerta de madera, y la campana en lo alto… solo le hacen pensar en la posibilidad de que su tía esté visitando la que podría ser su nueva casa. Poco importa lo que Juan le haya prometido, muchas veces ha oído que las distancias, dependen de aquel que las camina. Para él, este lugar estaba demasiado lejos. Sin embargo, tal vez, para Juan estaba suficientemente cerca.

Escondido en una esquina, ha visto como su tía se para de repente. A pesar de estar a sus espaldas, la ha visto tensarse. Algo no le ha gustado. No sabe lo que es, pero no quiere que su tía pase miedo, o un mal momento.

Decido a cumplir con su promesa de escoltarla y protegerla, camina decidido los metros que separan su escondite de la puerta frente a la que su tía se ha detenido.
*************

Satur ha seguido a Alonso todo el camino. Maldiciendo su despiste y al pequeño por la habilidad con la que lo ha engañado para salir tras su tía.

- ¡Pero cómo le voy a decir algo!- Se lamenta en voz alta- es normal… si el chiquillo siente que lo dejan solo.- Suspirando mientras camina tratando de darle alcance, buscando con la mirada al chiquillo, continúa lamentándose y quejándose- Si es que ya podrían dejar a esta familia tranquila. Primero la madre, el padre desatao’, la señora que se me va con el médico! ¡Y ahora el niño con pulpitis! Si cuando todo parece arreglao’…

Allí, frente a él, estaba Alonso, agazapado contra un muro, observando algo que hay al otro lado de la calle. Satur no necesita tener vista de águila para saber que lo que el niño ha visto ha sido su tía. Pero lo que le sorprende, es como el niño, de repente se ha tensado y ha echado a andar decidido, pero al ir a seguirlo, un carruaje con una curiosa librea en el costado, le impide el paso.


Sobre la puerta del carruaje, una librea en azur y oro, brilla bajo la luz de la tarde. Se trata de un escudo de armas, con dos campos, uno con una banda de sable, y en el otro, cinco estrellas de ocho puntas puestas en aspa, todo ello con una bordura de escudo, con siete dibujos idénticos en plata y azur, semejantes a algo ondeando al viento.
Tratando de esquivar el carruaje, y buscando a Alonso, tropieza con el postulante Emilio.

- Pero que co…- el muchacho, le hace un gesto de silencio y lo arrastra con él a un rincón desde el que pueden observar, sin ser observados.




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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:27 pm

15 - Flores marchitas en jarrones de plata



Con pasos apresurados, o todo lo apresurados que pueden llegar a ser, sin llegar a correr, cuatro soldados recorren las calles, callejuelas y caminos de la villa, en una misión.

Dos de ellos, aún en activo. Dos soldados de diferentes rangos, destinados a diferentes empresas militares… pero unidos por una causa, una misión. Más sólo uno de ellos viste espada en esta tarde de domingo. Un civil les acompaña, con andares firmes y seguros, recuerdo de aquel soldado que fue, soldado que participó en contiendas en tierras tan alejadas como lo es la de Flandes.
El otro, un monje. Un franciscano, vestido con el hábito marrón ocultando sus pasos, confiriéndole un aire misterioso, la capucha con esclavina, cubriéndole el rostro, haciendo de sus rápidos movimientos, al seguir a los otros tres soldados, una sombra fantasmal que recorre las calles en compañía de los tres soldados.

Dispar grupo, que llama la atención de quien se cruza en su camino. Unas veces, sorpresa, otras incertidumbre… algún incauto les mira atentamente, tratando de sentirse valiente… mientras otros, se persignan ante el espectáculo.

A nadie deja indiferente el pequeño grupo. Solo son cuatro hombres a los que les une una sola palabra, un solo cometido: DESTINO. Un destino incierto y extraño… tal vez, uno de los pocos realmente escritos. El destino de los que luchan, sangran, hieren… por cumplir un objetivo. O en este caso, evitar que otros lo cumplan.
El destino de uno de estos hombres, empezó cuando no era si quiera un brillo en la mirada de su padre.

El destino del que hablo, es el de un hombre con más secretos de los que él mismo conoce. Es un destino que no está escrito en papel o en las estrellas, sino en sangre. En la sangre de los que fueron sus antepasados y los que serán sus descendientes.
Para descifrarlo, no es necesario ser escriba o mago, solo se necesita un hermano. Un hermano que comparte su camino.
El secreto del destino, no se inició en un monasterio o una cámara oculta, sino en un castillo. El de Almansa.
Jamás fue forjado y grabado en piedra para que perdurara y fuera protegido en un bosque o en un acantilado, sino en un cerro. El del Águila.

Es por eso, que en la calle del Marqués de Campo, a unos metros del palacio de los Marqueses de Villena, el pequeño grupo se detiene. Desde su privilegiada posición, observan como del carruaje negro, tirado por cuatro negros corceles, baja un caballero, conocido por todos: Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, el Duque de Lerma.
Los cuatro hombres lo conocen por alguna de sus facetas: Sobrino del arzobispo de Sevilla, valido de su majestad el rey Don Felipe III… pero por lo que entre el pueblo es conocido, es como ‘el traidor’ y el ‘usurero’. ¹
Por todos es sabida la afición del caballero por la notoriedad y la habilidad que tiene para engañar, entre otros al rey. A nadie dejaba indiferente nunca la facilidad con la que se ha saltado las normas, y ha conseguido, mediante un embuste, que su palacio ducal, en lugar de dos torres, posea cuatro. O los cinco conventos que ha impulsado o mandado erigir directamente, sin contar los rumores que hablan de un pasadizo que une su palacio con uno de ellos, el Convento de San Blas… Rumores, dice la gente. Pero cuando las aguas del rio suenan con tanto detalle como ‘la cantidad de arcos de media vuelta que forman el pasadizo’, los rumores, las más de las veces, tienen algo de verdad.
Y allí está, el hombre con más poder de las Españas, que maneja a su antojo el sello real, y en ocasiones, incluso al rey… hablando apaciblemente con don Juan de Calatrava, sobrino segundo de la que fuera abuela del Duque, Doña Ana Gontroda Anez de Velasco², hija de Sancho Sánchez de Velasco, Adelantado mayor de Castilla y hombre, a su vez, de gran poder.

Un poder que a algunos les vino grande en su momento, y que otros… usaron en su beneficio para crear hermandades como aquella que a día de hoy, se reúne en secreto, todos miembros de las grandes familias de España, todos, con un deseo en común. Un heredero al trono, que les beneficie.
Pero los Sandoval y Rojas, cuyo domicilio ‘foral’ asentaron a la costa del mediterráneo en la loma del Montgó, muy cerca del antiguo Pic de l’Àliga, no fueron los únicos a los que el poder transformó; otro caso evidente, había sido el de los Velasco y Fonseca, familia que entre otros muchos títulos poseía en del Marquesado de Villena, no muy lejos geográficamente del palacio de Lerma…
Ambas familias, tenían otra cosa es común: en el Marquesado de Villena, en la población de Almansa, a los pies de un castillo, descansaba el Cerro del Águila. Pero ese, era un detalle que solo dos de los hombres del cuarteto conocían. Detalles, que hacían peligrosa la presencia de la familia del maestro… detalles, que de haber sido vox populi, junto con el mayor secreto que esos lugares albergaban… habría puesto en juego, la vida de más de uno de los allí congregados.

- Hay que sacar a tu familia de inmediato.


**********************************

Alonso ha tratado de aproximarse a su tía, pero un fornido hombre, vestido con una elegante y uniformada casaca, ha interceptado su paso.

Trata de zafarse, y acercarse a Margarita, sobre todo ahora que puede ver su cara, y su sonrisa forzada, el aura triste. Es pequeño, y puede que para algunos no hace tanto que conoce a su tía, pero la conoce lo suficiente como para saber que está incómoda, que no se siente a gusto. Ha visto demasiadas veces la sincera, la feliz, la alegre, la confortable… para no notar la diferencia entre la real, de una sonrisa pintada.

Desde su posición, y gracias a su altura, ve, por entre los flancos del caballo, como la incomodidad de su tía es cada vez mayor, en compañía del médico y ese otro caballero tan bien vestido.

Irritado, el pequeño observa como el otro hombre besa la mano de su tía, y Juan parece ignorar la incomodidad de Margarita… incluso parece erguirse más, o mirar a otro lado.


Dándole una patada en la espinilla al hombre que lo sostiene y mordiendo la mano que le sujeta los hombros, Alonso hecha a correr hacia su tía, pasando por debajo del vientre del animal, apoyando su mano en el espejuelo, el quinto dedo del caballo… sobresaltando a este, y provocando un relincho que llama la atención de las tres personas congregadas frente a la puerta.

Mientras tanto, Margarita ha visto como el caballero ‘bien vestido’ baja de su carruaje y se dirige a Juan. Ambos se han tratado con cortesía, casi ignorándola… han mencionado lugares, nombres, que para ella son un misterio. Pero que no la dejan estar confortable. Y nada tiene que ver, con el hecho de que ninguno hablara hacia ella, o le dirigiera una palabra, o que no entendiera aquello de lo que estaban hablando. Pues por lo primero se sentía agradecida, y lo segundo, trataba de ignorarlo.

Pero el punto culminante de su incomodidad ha sido cuando han comentado algo que SI ha entendido, y han hablado directamente de ella, que no con ella.

- Creo que esta mañana he tenido la fortuna de ver a la dama en la Iglesia de San Felipe- Juan no ha dicho palabra, ni ha hecho movimiento alguno, ni siquiera cuando el Duque toma la mano de Margarita y besa el dorso, presentándose sin apenas apartar la mano de su rostro, mirándola fijamente para mayor incomodidad de la joven que lo único que desea es recuperar su mano, su espacio… su vida.


- He de decir, pero- continua el Duque – que creí que se trataba de la esposa del maestro- comenta con un brillo en la mirada y un tono de voz, que provocan un escalofrío que recorre el cuello de Margarita.

- Es mi prometida- replica Juan entre dientes apretando la mandíbula.


Y es en ese preciso instante, en que el relincho del caballo cumple el deseo de Margarita. Al girarse sorprendido por la reacción de sus otrora mansos corceles de tiro, libera de su prisión la mano de la morena; quien, sorprendida, ve como su sobrino aparece de la nada para abrazarse a sus faldas.

- ¿Estás seguro Calatrava? – comenta con malicia Francisco de Sandoval y Rojas, en referencia a la tensa reacción que ha tenido el médico ante su comentario previo- Creo que alguien no tiene tan claro como tú… o puede que sepas la verdad tanto como otros.

- Alonso- replica enfadado el médico, tratando de ignorar a su viejo conocido- No deberías haber hecho eso

- ¿Venir a ver a mi tía, Juan?


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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:35 pm

- ¡Alonso! – Le recrimina la mentada dama al pequeño – Compórtate, por favor.

- Has tenido suerte, chico. Solo son percherones, pesados como torres… pero mansos como corderitos. De haber sido un árabe, o uno de mis alazanes ingleses,- bromea Lerma- tu tenacidad hubiera tenido un final diferente… aunque es posible que acabase igual… en las faldas de tu tía.
Margarita abraza al niño con fuerza contra su regazo, y mira indignada a Juan, esperando que reaccione, que diga algo… pero este parece no haber oído al duque. O tal vez lo ha hecho, y considera oportuno ignorarle, por el bien de la cordialidad reinante.
Sea como fuere, el momento parece olvidarse, por casi todos los presentes con la apertura de la puerta principal de la casa.
Margarita, observa cautelosa; Juan y el Duque, indiferentes… pero Alonso, el pequeño de los Montalvo, tiembla al ver lo que se esconde tras la puerta. En una estancia amplia, grisácea, con grandes baldosas dibujando un intrincado diseño en el suelo… descansa un gran tapiz. Frente al mismo, una mesa de madera lacada con un jarrón de plata sobre ella, reciben habitualmente al visitante del palacio; pero al joven Montalvo, esa imagen, más que a bienvenida, le sabe a miedo.
Es la misma imagen, que noches atrás viera en sus pesadillas… aquellas en las que su tía se alejaba para siempre del hogar familiar, aquellas que le llevaron a querer protegerla. Las mismas pesadillas que hoy, días después, le han hecho, sin dudar un instante aceptar escoltar a su tía a la iglesia de San Felipe.
Un hombre mayor, perfectamente ataviado con su uniforme, a buen seguro del servicio, se aproxima a la improvisada reunión, y tras fingir no ver a la dama y al niño, hacer una reverencia y saludar a los dos caballeros por los títulos, se dirige a estos últimos.

- Caballeros, el marqués les aguarda.

- Alonso, tu padre y Satur deben estar buscándote- Juan, tomando del brazo a Margarita, trata de dirigirla a la puerta ante la estupefacta mirada de la mujer, el niño, y cinco hombres, que con más o menos tensión y preocupación desde diversos puntos, observan la escena.

-¡NO!- Grita Alonso abrazándose a la cintura de su tía – Tía por favor- suplica, temeroso- Tía… ¡no entres ahí!
Al otro lado de la calle, habiendo observado la reacción de unos y otros, y creyendo haber esperado demasiado, el maestro empieza a caminar en dirección a la pequeña reunión, pero se detiene un instante al ver a su cuñada agacharse a la altura del niño. De cuclillas, con una tierna y ligera sonrisa, Margarita acaricia la mejilla de su sobrino al tiempo que las yemas de sus dedos, borran el camino que las lágrimas han iniciado.

- Cariño, es la casa del hermano de Juan.- Le susurra, tratando de aplacar el evidente pavor que siente el niño- No me va a pasar nada- Sabe que su sobrino padece, lo que Satur denomina ‘pulpitis’. Y aunque no está segura de a quién trata de convencer, repite la misma frase:- no me va a pasar nada. Solo es una casa grande.

- Pero en esas casas….- el niño está nervioso, las palabras se acumulan en su garganta a una velocidad que él no alcanza a pronunciar- Hay flores que se marchitan en jarrones de plata tía.

- Hay excelentes jardineros que se ocupan de poner flores frescas todas las mañanas- comenta el Duque.

- Algún día podrás vagar los jardines y verlo con tus propios ojos Alonso. Pero ahora debes irte.- Comenta Juan que al ver la reticencia del niño, suspira y tratando un tono de voz más condescendiente repite- ¿Qué te parece si un día te traigo a que veas los ejemplares de flores que conserva mi hermano?

- Tía, vámonos… vámonos, ¡¡por favor!!


Margarita, preocupada, se deja abrazar por el niño y trata de calmarlo.

Se encuentra en una encrucijada. Varias veces le ha dicho su prometido, que el niño trata de retenerla, lo cual es normal, es el único referente maternal que le queda… y sabe que es lo que le dirá en esta ocasión. Puede ver su rostro, sabe que desaprueba la reacción que está teniendo. Y no lo entiende.
Ella no puede evitarlo, se le rompe el alma al notar las lágrimas de Alonso en su cuello, el cuerpo agitado y convulsionado por el miedo… a punto está de decirle a Juan que quiere irse a casa, cuando su salvación, llega cubriéndola, envolviéndola con su sombra.


16- Héroes agradecidos


Desde su posición en el suelo, Margarita puede ver una sombra, un perfil más bien, recortado por la luz del sol a sus espaldas.

El perfil recortado en esa tarde de domingo, es curioso, es incluso extraño… no se ven piernas, ni brazo, la cabeza tampoco está perfilada… sin embargo, no solo se mueve sino que habla

- Buenos días, señorita.- Una voz grave, serena- Discúlpenme caballeros, pero he visto lo acontecido..- Dando un paso hacia Margarita, tensando con ello al médico, y permitiendo así, que ella pueda ver claramente que no es una visión, sino un monje… cuyo rostro, aún oculto por la capucha pero esta vez apenas cubierto por una sutil sombra, sonríe a Margarita con ojos serenos, con una mirada fiera, pero segura – Se encuentra bien el niño, ¿señorita Hernando?



Margarita sonríe ligeramente, extrañada pero agradecida, habiendo reconocido al extraño monje que aparece de la nada y se preocupa por su sobrino. Aunque sabe, que no es solo el niño lo que le preocupa.

- Está un poco nervioso y asustado- comenta la joven abrazando contra su pecho al pequeño mientras este mantiene la cabeza escondida en el ángulo que forman en cuello y el hombro de su tía – Creo que debería llevarlo a casa- murmura con un susurro apenas inaudible.

- Será lo más conveniente Señorita Hernando. Yo mismo os escoltaré.

En ese instante, un sonido procedente de la calle del Marqués de Campo sobresalta la pequeña y extraña reunión. Parecen voces elevándose. Algún grito y de repente el sonido metálico de el baile de espadas cada vez más próximo.

- ¡Manuel!- llama el Duque de Lerma a su cochero- ve a ver qué sucede y detén esa sinsorga. Este no es el lugar para organizar esa escandalera… Este es un buen barrio.


A pesar de la distracción, Juan no quita ojo al monje. No se fía, tiene algo que le resulta familiar, y el hecho de no poder verle el rostro le descoloca. No ha oído las palabras de Margarita, pero las intuye.

- No es necesario que un desconocido escolte a Margarita.- Replica secamente al monje- Tiene un prometido.

El monje sonríe y resopla divertido.

- En tal caso. Creo que vos sois más desconocido que yo, buen hombre- replica el monje con ironía- Conozco a la señorita desde que no era más que una niña. Y en cuanto al pequeño Alonso, desde que nació.


Aquello levanta las suspicacias del médico, que cada vez se fía menos del monje.


- Margarita, entremos en casa, que le sirvan un vaso de leche a tu sobrino y en un rato iremos a su casa. El niño puede quedarse. – Comenta conciliador a la joven- Incluso podemos hacer que uno de los jardineros le muestre como ponen las flores frescas en los jarrones – trata de animar al niño recordando su comentario previo


- No.- Es lo único que dice el pequeño, que se separa rápidamente del cuerpo de su tía, pero abarcando todavía sus hombros con uno de sus brazos y las lágrimas todavía deslizándose por las mejillas, trata de parecer tan serio y sereno como ha visto a su padre alguna vez. – Yo escoltaré a mi tía hasta casa.


El monje, todavía cubierto por la capucha agacha la cabeza lenta y elegantemente
a modo de complacencia para con la resolución del pequeño, sin embargo, Juan ni se inmuta. No reacciona, no parpadea ni respira… mucho menos, replica cuando el niño, cogiendo a su tía de la mano, se aleja con esta, seguidos un par de pasos más atrás, por el monje. Y aunque lo hubiera querido, no habría podido hacerlo.
De entre las sombras en el recibidor del Palacio Villena, otra figura, se acerca rápida pero sigilosamente.

- Caballeros- llama- el Marqués de Villena y su excelencia el Cardenal Mendoza, les aguardan.


****************


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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:37 pm



En la calle del Marqués de Campo, dos hombres continúan su lucha a espada, creando una revuelta en las calles colindantes, habitualmente tranquilas. Espectadores de todas las clases sociales se agolpan para observar la contienda.


Los dos espadachines son diestros en el arte de la ropera, uno ataca, el otro esquiva… uno avanza de frente y el otro, con un hábil movimiento de muñeca, detiene el estoque. Luchando en círculo, sin llegar a tocarse en ningún momento, los dos hombres mantienen la contienda durante un rato, mientras los curiosos se agolpan en derredor; entre ellos, un caballero uniformado, con una librea al pecho... Manuel, según le llamara momentos antes el Duque de Lerma, a un lado; al otro, entre las sombras y más pendiente de la puerta del palacio y los allí congregados que de la contienda, un hombre alto, fuerte, vestido con una camisa medio abierta y unos pantalones anchos, mirada audaz y manos apretadas en sendos puños.

Agustín no pierde de vista al niño y Margarita alejándose y adentrándose en la calle de San Nicolás, pasando junto a lacasa palacio de los Fernández de Cabrera y Bobadilla, los condes de Chinchón que se habían alojado allí, desde el siglo XVI, en que terminó su construcción, para estar cerca de la corte.


Y aunque a esta distancia sabe que no le ve, sonríe ligeramente hacia atrás, al girar cuidadosamente y mirar en su dirección.
Poco importan la capucha y los metros que les separan. Conoce demasiado bien a Gonzalo, como para no saber que a pesar del enfado, y la terquedad, le está agradecido.


Y por una vez, se siente tranquilo. Ha podido sacar de allí a la familia del maestro, sin que este se jugara la vida, o cometiera alguna estupidez. Sabe que el joven cada vez duda más de él y de sus secretos. Y eso, que no conoce ni la mitad de los que envuelven a su persona. Y duda, si alguna vez, podrá revelárselos. Por ahora, su atención torna a la mujer y el niño que escolta.


No ha mentido, conoce a Margarita desde que era una niña. Desde que ella y Gonzalo se conocieron… “debían tener tal vez la edad de Alonso” piensa el monje. Y sin poder evitarlo, sonríe evocando los recuerdos que aquella infancia que le pudo proporcionar, dejaron en Gonzalo. La huella de los momentos vividos, de las personas encontradas en el camino. Las personas... algunas, más gratas que otras. Pero eso, es algo inevitable que uno aprende con el pasar de los años.


17- Tareas pendientesLos pasillos ricamente decorados con tapices flamencos, jarrones de diversos tamaños decoran las esquinas y las entradas de determinadas puertas. Todo, iluminado con una serie de candelabros esparcidos por las estancias, y colgando de lámparas de cristal con intrincados diseños. Candelabros y velas que tratan, sin mucho éxito, alejar la oscuridad que parece predominar el lugar.


Tres hombres caminan sobre alfombras importadas, camino a la que parece ser la única fuente natural de luz. Ligeramente cubierta por una cortina, recuerdo de una época pasada… la puerta a una de las estancias está abierta, invitando a la luz que se cuela por las contraventanas a iluminar la casa, a invadir las sombras.

La amplia estancia, dominada por una gran alfombra que cubre la práctica totalidad de la superficie, sobre la cual descansa una mesa de más de metro y medio de altura, realizada con madera de nogal, con un intrincado diseño en las patas, que se ven reforzadas con un artesanal y curioso aplique a cada lado que unen las mismas con el centro de la mesa. La forja, representa nada más y nada menos, que dos estoques, con sus trabajados y curiosos guardamanos.

Sobre la mesa, unos papeles pulcramente colocados junto a un tintero de plata, una pluma y el cortaplumas.

Alrededor de la estancia, diversas sillas han sido acomodadas. En una de ellas, de espaldas a la puerta, una figura permanece sentada observando algo en el exterior. Mientras que a su lado, en una pequeña mesa, una bandeja de plata con varios vasos es colocada por una muchacha.

- ¿Dónde os habíais metido?- pregunta una voz desde donde no podía ser visto.

- Villena, amigo mío. Tu hermano estaba ocupado… - ríe divertido Lerma.

Juan le dedica una mirada furibunda.

- Caballeros- el hombre sentado, se levanta, y todavía de espaldas, llama su atención- Me alegra que se hayan dignado a venir. Ya saben que tenemos mucho que hacer…

- ¡Excelencia!- exclama Juan sorprendido.

- ¿Qué pasa Velasco, no sabías acaso que el cardenal Mendoza estaría con nosotros?

- Lerma, yo venía a tomar el té con mi…

- ¿Tomar el té? – La mayoría de los presentes ríen ante el comentario del valido – Desde que vives en ese barrio eres peor que una mujerzuela venida a más. ¿No es así Villena? – Mirando despectivamente a Juan, el Duque de Lerma se acomoda en una silla- Tu hermano dice despreciar nuestra vida y abrazar la del populacho. ¡Incluso pretende casarse con la mujer del maestro!- ríe- Por cierto… ¿Cuántos de los maleantes de tus vecinos toman té, querido Juan?

- Caballeros- interrumpe el cardenal la batalla de verbos y miradas- Tenemos muchas cosas que hacer. Dejemos esas conversaciones para…- acomodándose la sotana carmesí, el cardenal sonríe misteriosamente mientras se acomoda el anillo en el dedo- el momento en el que nos sea presentada la pretendida de Velasco y Fonseca.

- Cardenal, me temo que esa presentación será dura y tortuosa.- Comenta irónico Tomás, el hermano de Juan, entre las risas de los demás.- La muchacha es bella, pero mi hermano no es el único con un pasado.

- La “señorita”- comenta el duque poniendo énfasis en el título- tiene familia. Hoy los habéis visto en San Felipe. Un mocoso y al maestro… Pero tranquilo Juan, no será difícil ‘presentar’ a Margarita - comenta jocoso- Uno de mis hombres… En realidad, uno de los hombres de Villena,- explica- está vigilando a la familia muy de cerca…

- ¿Uno de mis hombres?- pregunta curioso Tomás

- Natural de la pequeña villa de Almansa. ¿Acaso no forma parte de tu marquesado, querido amigo?

De repente, una pequeña conmoción, procedente del pasillo llama la atención del cuarteto reunido en el estudio del Marqués de Villena.
La puerta, pesada, de madera de roble, se abre lentamente y tras pedir disculpas y permiso para dirigirse a los caballeros, el mayordomo que fuera en busca de Juan de Calatrava y Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, se dirige a su señor desde la puerta y le hace saber que Manuel, el cochero de la casa de Lerma, ha sufrido un accidente en la pequeña reyerta que ha tenido lugar momentos antes en la calle Marqués de Campo.



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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:42 pm

18- Quien a hierro mata…


Por pasillos ostentosamente decorados, pisando caras alfombras, o baldosas del más lujoso mármol italiano… observados por centenares de ojos que desde cuadros, por todos los rincones, a todas las alturas, de todos los tamaños… caminan apresuradamente Juan de Calatrava, médico, y Ginés, mayordomo del palacio de Villena.

Ambos caminan en silencio, hasta que el hombre mayor interrumpe el mismo aclarándose la garganta.

- Señorito Juan, me alegra verle. – Comenta en voz queda- Pero lamento que sea en esta casa.- Mirando en derredor, todos esos rostros que les miran condescendientes, que parecen observar todas sus palabras, todos y cada uno de sus movimientos- Le recuerdo cuando usted no era más que un niño. Su época de estudiante, su vida en Salamanca… - en su voz se denota orgullo- y verle aquí- su voz afable y orgullosa ha tomado un tizne apesadumbrado, sombrío- Esta casa, este barrio. Le transforman señor.

- Creo que no eres el único que se ha dado cuenta.- Juan sonríe desganado.

- Si me lo permite.- Comenta dubitativo el mayordomo- ¿Porqué ha traído a la dama a esta casa? No me malinterprete- se disculpa de inmediato- He oído que se había prometido usted con la costurera de la Marquesa de Santillana.- Ginés, mira a Juan con una sonrisa escondida en los labios, y una mirada de orgullo casi paternal- Deduzco que era ella quien le acompañaba.

- Deduces bien.- Ríe Juan.

Una vez más, el único sonido por los pasillos de la casa de Villena, es el provocado por las pisadas amortiguadas por las espesas alfombras.

- Creí que era ya un adulto y lo sabía- Comenta de repente Ginés con un suspiro cansado. - Recuerde que hay flores que no deben ser cortadas.

- Se marchitan…- comenta Juan distraído.

- Animales, a los que no se puede mirar a los ojos- continúa Ginés. Pero esta vez, Juan no parece prestarle atención. Ahogando un suspiro y con una tristeza grabada a fuego en la mirada, prueba una vez más- Hay personas, de las que no se debe fiar.

Al final del pasillo, al otro lado de la puerta entreabierta, por la que se filtra la luz, un pequeño salón.

Al cruzar la puerta, Juan ve claramente una figura tendida sobre un diván, como si de un muñeco olvidado se tratase. La herida del pecho apenas deja mancha de sangre en la negra casaca. Es en su mano, tendida en el suelo, como descuidada por el peso o el olvido, como en un sopor vespertino, donde la sangre se desliza en un siniestro hilo bermellón hasta acumularse en la tendida palma. No necesita preguntar, apenas acercarse. Cauteloso, intrigado… sin embargo sabe que debe acercarse y cerciorarse.

- Creo que es demasiado tarde para este hombre. Ha sido un golpe certero

- Muchos murieron por su espada...- comenta apesadumbrado mientras se persigna disimuladamente- Pero me parece imposible señor.

- ¿Porqué te extraña? ¿No dices que era dado al uso de la espada?

- Si señor. Y quien a hierro mata, en el lecho no muere. Pero justo antes de marchar en su busca… él estaba… él… habló.

- ¿Habló?- pregunta Juan desde su posición en el suelo junto al cadáver- ¿Qué dijo?- observando la herida certera en el pecho, no puede evitar preguntarlo - ¿Dijo quién le atacó?

- Fue muy extraño, señor.- Ginés calla atrayendo la atención de Juan hacia su persona que le mira interrogante, esperando que el hombre prosiga- dijo algo de un águila señor.

*************
Bajo el sol de media tarde, ese sol al que no importa la época del año, pues la única diferencia es que calienta o abrasa… dos hombres mantienen una contienda a espada. Son observados por un gentío creciente. Entre ellos hay un monje que es hermano, aprendiz y miembro, por destino, de un oscuro secreto. Junto a él, otro que busca desesperado entre las gentes. No es, sino un escudero, un amigo, un hermano… y partícipe de un secreto.


Ambos, aunque buscan y no encuentran, no pueden evitar observar la reyerta. Dos hombres, igualmente armados, tan semejantes en sus movimientos, tan alejados en pensamiento… que sin descanso atacan, se defienden, se mueven y lanzan una estocada a su oponente. Todos miran, pero nadie se aproxima. Solo una persona se mueve entre el gentío en dirección a la contienda.

Un hombre con casaca oscura portando una librea en el pecho que marca su oficio en la casa de Lerma. Es Manuel, el cochero al que Don Francisco, el valido enviara a detener la reyerta.

Cuando apenas le separan unos metros de los espadachines, se detiene.

Helado. Con los ojos atentos, resecos… sin parpadear. Y la mente bullendo.


Saca una vizcaína de su muñeca, al reconocer a los contendientes.

Por un lado con gran destreza y maestría, con una ropera de acero toledano y una daga en la mano contraria, se defiende y ataca el soldado Miguel Díaz de Almansa de su oponente. Un hombre igualmente conocido por el cochero: Manuel Gómez. Soldado de profesión, mercenario de la Logia, por vocación.



Ambos hombres hablan mientras luchan. Y Manuel Cortés, no puede, no quiere arriesgarse a que nadie sepa la verdad.


Intuye que si esos dos hombres, vecinos, amigos de infancia, hermanos de armas, están luchando, no puede ser sino porque Almansa sabe que Gómez le ha traicionado. Debe saber, o intuir, al menos que los últimos días, Manuel ‘la sombra’ Gómez ha trabajado para propios y extraños vigilando al maestro y a su familia. Puede que el iletrado no sepa o entienda el porqué, pero Almansa no es idiota. Y eso es lo que más miedo da al fiel cochero de Lerma.


Si Almansa lo averigua, no solo pueden rodar cabezas; la Logia, sus secretos, sus intrigas, su empresa, desaparecería. Es un secreto a voces, que en las tierras de Almansa, en el cerro del Águila, se constituyó la hermandad. Nadie sabe quien forma parte de la misma. Pero todo el mundo conoce, la identidad de los Almansa y su implicación con la corona.


Decidido a cumplir con el juramento que hizo a su señor, el cochero esgrime la vizcaína con la mano derecha y con absoluta presteza y seriedad, lleva la hoja de la misma sobre su corazón. El lugar donde descansa, iluminada por los rayos del sol, la librea azur y gualda de la casa de Lerma en un silencioso juramento ‘Una vida por otra’.


Y tan centrado está en su juramento y su intento por acallar al traidor, que no se percata que a su espalda, un hombre alto, también armado con una vizcaína le ha visto y se aproxima hacia él.

Rápido como un halcón, se aproxima por su espalda sosteniendo entre experimentados dedos una vizcaína; silencioso como una avutarda, únicamente emitiendo un sonido en el último momento, se aproxima el maestro, habiendo observado, con vista de águila, las intenciones del cochero.

Tratando de desarmarlo, el cochero y el maestro inician su propia reyerta, su particular contienda cuerpo a cuerpo con las dagas.


Contienda, que no dura demasiado, que al final, no deja sino sangre en la arena… en la piedra donde los sueños gimen, en el hierro, que frío y acerado desgarra tela, piel y carne.

Hierro, que hiere, hierro, que mata… y que muere.



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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:44 pm

19- AtardecerEn casa del maestro, la puerta de madera que da a la calle se abre dejando paso a Alonso y Margarita. El pequeño aún no ha soltado la mano de su tía, y a ella poco parece importarle.

Tras ellos, y aun con la capucha puesta, entra Agustín tras la silenciosa invitación que le ha proferido Margarita con un ligero movimiento de cabeza.

- Tía…- la voz de Alonso, no es más que un susurro.- Perdóname.

- Cariño- Margarita toma asiento en la silla más cercana abrazando a su sobrino por la cintura y atrayéndolo hacia ella- Tú no te preocupes.- Susurra ella con un beso- No has hecho nada malo, mi vida.

- Pero…- el pequeño, con voz entrecortada trata de contradecir a su tía, pero las palabras se anudan en su garganta.

- Alonso- Agustín, al ver la escena y recordando la infancia de otro Montalvo, trata de ayudar… pero su voz obtiene un resultado que no esperaba.

Sobresaltado y con rápido movimiento, Alonso se sitúa frente a Margarita, con la espalda erguida, la cabeza alta y los puños apretados, dispuesto a defenderla de la posible amenaza.

- ¿Quién es usted?

Agustín ríe al recordar una escena muy similar, años atrás. Pero su risa solo enfurece a Alonso que le mira contrariado y desconfiado.

- Alonso de Montalvo…- la voz de Agustín toma un cariz amistoso, tierno y parece destilar orgullo, acompañándolo con una sonrisa- Conozco a tu tía desde que ella tenía tu edad.

- Y a tu padre- comenta Margarita, abrazando a Alonso por la espalda hacia ella- desde que era un bebé.

- ¿Padre fue un bebé?- pregunta incrédulo y divertido Alonso, cada vez más cómodo con Agustín. No recuerda al monje, pero su voz, sus maneras… sus ojos, y la manera en que le ha ayudado a proteger a su tía, le hacen sentirse confortable.

Poco a poco, el tiempo pasa y el sol inicia su periplo hacia lugares más allá del horizonte al tiempo que el cielo se tiñe con una paleta de naranjas y rosados, mientras Margarita y Agustín cuentan a Alonso historias de la infancia de Gonzalo, al tiempo que este ilumina la sala contándole al monje las historias de sus juegos, comparándolas con las de su padre… encontrando más similitudes de las que creía posibles. Entre risas e historias pasadas, sonrisas y recuerdos nuevos, un sonoro golpe seco interrumpe bruscamente la reunión.

La puerta se abre violentamente. La madera choca contra la pared de barro creando un estruendoso sonido que sobresalta la apacible tarde que se está viviendo en el salón.

Agustín y Alonso, al tiempo, como impulsados por un invisible resorte, se ponen en pie frente a Margarita. Ambos con la misma postura… ambos, con una postura tan familiar para la joven, como el hombre al cual la relaciona.
Allí, frente a ella, tiene a dos generaciones diferentes, actuando como lo habría hecho Gonzalo años atrás.
Pero no es la actitud de los hombres protectores que tiene frente a ella, lo que le corta la respiración, es aquello de lo que la defienden.

Satur entra turbado, agitado, mirando a todo y a nada. Margarita ve movimiento a sus espaldas y trata de acercarse, pero el criado la detiene.

- ¡NO! Señora por favor, no se muevan de aquí, quédense con el fraile- suplica el pobre hombre con el miedo reflejado en la mirada.

- ¿Satur?- pregunta contrariada- ¿Dónde está Gonzalo?- en su voz, el miedo… en su mirada, pánico. Por un breve instante, la imagen de Gonzalo tendido en la mesa de la consulta de Juan, sin movimiento, sin respiración, sin vida… llenan de pánico a la joven que mira interrogante al que conoce como amigo, con los ojos encharcados en lágrimas de terror.

- No señora. Ha…- Satur pasa la mano por su pelo, no sabe como contestar- Ha habido…- su voz entrecortada, el nudo en la garganta y su nerviosismo, solo dan alas a la joven que trata una vez más de encaminarse a la entrada de la casa- NO. Por favor señora, hágame caso.- Trata de detenerla Saturno.

Pero esa súplica más que detenerla, alienta a la costurera, que con un ágil movimiento, recoge sus faldas y corre en dirección a la entrada, justo a tiempo para ver a un desconocido y al postulante con el que partiera Gonzalo durante la comida, cargar a este último hacia su alcoba.


Con el corazón en un puño, y un nudo en la garganta, Margarita entra tras ellos, decidida, en la habitación de su cuñado.
Allí, tendido en la cama, como si de una macabra broma se tratase, está Gonzalo, en la misma posición en la que estuviera semanas atrás sobre la mesa de madera, en la que la vida se le escapó por un instante.

- ¿Qué ha pasado?- Pregunta, ignorando que su voz ha dado cuerpo a sus pensamientos, mientras se sienta en la cama junto a Gonzalo y con sumo cuidado, pasa el dorso de sus dedos, por la frente del maestro, hallándola febril y sudorosa.

Los hermanos Almansa, observan la escena sin saber cómo contestar a la joven. Ambos incómodos, temerosos de estar interrumpiendo una escena privada.

En ese instante, Agustín entra por la puerta, habiendo dejado al niño al cuidado de Saturno.

- ¿Qué ha sucedido?


- Agustín. Lo lamento...


- No lo lamentes y dime porqué está Gonzalo postrado en esa cama, cuando lo dejé con vosotros.- Interrumpe Agustín la disculpa de Miguel.


- ¡FUERA!- grita Margarita. Los tres hombres la miran sorprendidos, mientras ella continúa mirando a Gonzalo sin descanso y tratando de placar la fiebre con la jarra de agua que Satur dejara esta mañana junto a la cama, y el pañuelo de hilo que ella siempre lleva encima.


- Señora, yo…- trata de decir el joven Emilio.


- Váyanse, por favor.- Pide en un hilo de voz sin entonación alguna.


- Margarita, hija…


- Don Agustín, déjenos por favor.


El fraile puede ver como los ojos de la joven están encharcados en lágrimas. Y no la culpa. Los suyos propios están cargados de miedo, impotencia, y rabia.


Haciendo acopio de fuerzas, Agustín abandona la habitación y al llegar a la sala con mal contenida rabia,
se encuentra cara a cara con los hermanos Almansa.

Con una agilidad inusitada, si se tratase de otro hombre… Agustín se abalanza sobre el soldado Miguel.


- ¿Qué ha pasado? – Su voz no se ha elevado, sus labios apenas se han movido,
pero los presentes han oído esa pregunta, como si de un grito desgarrado se tratara - ¿Porqué está Gonzalo herido?

Alonso, hasta el momento tranquilo, aunque asustado e intrigado, abre los ojos sorprendido al oír las palabras que pronuncia el amigo de su padre y se lanza a la carrera hacia su habitación. Corre la distancia que le separa, todo lo rápido que puede, pues teme que Satur le de alcance y le detenga. Pero no es así, Satur está devastado. De pie frente a la mesa, pasando su mano por el pelo y mesándose la barba, se deja caer sobre el mueble con un suspiro desganado.


- Don
Agustín…- llama- no se pudo evitar.

El monje, soltando al soldado ligeramente mira en dirección al criado… al escudero… al confidente... al amigo. Y lo que ve le demuestra que dice la verdad.


- ¿Qué es lo que ha pasado Satur?


- Señor, fue todo muy extraño. No sé si sabe que yo había seguido al niño... que había salido tras la señora… Porque el medicucho ese vino a buscarla. Y no es que yo culpe al chiquillo, que tampoco me fio yo del hombre que…


- Si Satur,- interrumpe Agustín, acostumbrado a las prédicas del fiel escudero y amigo- Lo sé. Cuéntame cómo y quién ha herido Gonzalo.


Cuando Satur suspira, y mira al fraile dispuesto a iniciar el relato, pasa decidido Alonso, ignorando a los caballeros allí reunidos, en dirección al dormitorio de Margarita.


Los cuatro hombres se observan extrañados. Todos han observado la firmeza de los pasos del pequeño, el peso que parece haber caído sobre los hombros del pequeño; un peso, que le hace parecer mayor de lo que es. Y esa sensación, se agrava cuando ven al pequeño salir de la habitación con un pequeño hatillo de tela blanca con un lazo azul. Sus ojos, sin embargo, tienen un peso, una pena… que no corresponde con la inocencia del pequeño paquete, con la de la infancia.


Alzando el rostro lentamente, Alonso busca con la mirada a Satur. El criado tiene que morderse el labio para no abrazar al chiquillo. De hecho, lo intenta, se aproxima a él, pero el niño, yergue los hombros y le mira con decisión.


- La tía necesita tomillo. Quiere saber si tienes en la cocina, para hacer un caldo.- Su voz, apenas un hilo, es concisa y segura a pesar del volumen.


Satur, asiente extrañado por la petición. Mientras que Agustín observa al pequeño sin denotar ninguna emoción en su pétreo rostro. No es si no cuando Alonso se gira y le mira a los ojos, que sonríe magnánimamente, con una ternura inusitada, tratando de infundirle, en silencio, el aliento y valor que sabe necesita.


- Di… Dice la tía- murmura el pequeño de los Montalvo- que… que sabe… que ella ya…


- Tu tía sabe lo que hace, hijo.- Replica suavemente Agustín en un tono de voz que sorprende a propios y extraños por lo tierno y paternal- No es la primera vez que cura a tu padre.- Comenta apenado.


- Lo sé- la voz de Alonso parece apagarse, al tiempo que sus ojos se encharcan recordando la primera vez que vio una escena muy parecida a la que le espera en el dormitorio de su padre. Solo que aquella vez, su padre estaba despierto, consciente… en aquel momento, creyó que no podía haber algo peor que ver a su padre en la cama, descamisado, cubierto de heridas tras la experiencia de los calabozos y la horca. Pero se salvó, y su tía, se ocupó de curar las heridas.

Sabe bien que tiene experiencia. Esa fue la primera, pero no la última… la mesa de Juan, su padre… las lágrimas de Margarita… esta vez es más parecida a esa última.

Con la cabeza gacha nuevamente, apretando el pañuelo y su contenido en ambas manos, el niño vuelve a dirigirse a la habitación del herido.

- Alonso, hijo- le llama el fraile- quédate aquí. Será mejor que nosotros ayudemos a tu tía.


- NO- replica firmemente sin girarse- la tía no os quiere allí.- Abriendo la puerta de la habitación de su padre, sentencia: - Y yo tampoco.


- ¡Pe… pero Alonsillo!- Recrimina Satur a la puerta cerrada.


- Déjalo ir Satur.- Agustín no aparta la vista de la puerta de Gonzalo, no puede – Contadme que ha sucedido.


- Como bien recordarás, Agustín, nos dejaste organizando una distracción para sacar de allí a la familia de Montalvo. Pero algo salió mal…

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:46 pm

20- “Una vida, por otra”





- A Manuel Gómez, tras advertirle con que le esperaba la muerte tanto por el hierro de la Hermandad como por el de Logia, le devolvimos su espada para iniciar una pequeña distracción.

- Por el ruido, más parecía una contienda real.

- Salió mal, Agustín. Lo que empezó siendo un simple ejercicio de prácticas, una competición donde no debía llegar la sangre al río… - Miguel suspiró desanimado, mesándose el cabello y apretando con los dedos el puente de la nariz, mientras apretaba los labios. – Fue culpa mía.

- NO. – Interrumpe Satur.- No lo fue. Fue tan culpa suya como de cualquiera de nosotros.

- ¿Que quieres decir Satur?

- Don Agustín. Verá, nosotros estábamos en la portalada de San Ginés, habíamos seguido al niño, y durante un rato, el carruaje no nos dejó ver lo que sucedía en la puerta. Pero le vi llegar a usted hacia la señora y el niño. Bueno, creí que era usted… porque solo había dos opciones, y no me imagino a mi amo vistiendo su sayo…

- Hábito Satur, hábito- le corrige Emilio.

- Shhh… ¡Tienen que meter en cintura a este muchacho-fraile! Lo que digo, es que estábamos a punto de acercarnos, usted sabe que no me gusta el doctor… - Agustín sonrió- Sí, lo sabe, lo sabe… y vimos acercarse a un fraile. Cuando vi a la señora sonreír, yo ya me quedé más tranquilo, solo me quedaba encontrar a mi amo… ¡¡si llego a saber lo que me iba a encontrar!!



La gente se arremolinaba en torno al duelo improvisado entre Miguel y Manuel. Cada uno, a su estilo, con sus habilidades, participaban de una equilibrada contienda.




Buscando entre la gente, los cuatro héroes, no se vieron entre ellos, hasta que no fue demasiado tarde.
Con una daga que en la casa de Montalvo, suele estar en la cocina, Gonzalo se aproximaba a un hombre uniformado, de negro con una librea en el pecho, la misma que la del carruaje que llevara al Duque de Lerma hasta el palacio de Villena.

El hombre, que más tarde hemos sabido se llamaba Manuel Cortés, trató de acercarse a la reyerta y ‘equilibrar’ la balanza con sus medios: una vizcaína que brillaba bajo la luz de las cinco de la tarde.





Gonzalo se acercó por su espalda, trató de desarmarle, pero el otro hombre se defendió con presteza y atino. Tanto, que a punto estuvo de desarmar al maestro.

Entre los gritos de la gente, se percibían unos nuevos, los de los hombres del comisario que se acercaban rápidamente por la Bajada de las Descalzas. A la sombra del convento, parecían cuatro cuervos negros.

Pero esos cuatro, no eran las únicas aves de carroña que se acercaron al lugar. Desde la casa de Villena, y sin que se pudiera evitar o prever, otra media docena de hombres, salieron prestos a participar en la contienda. Entre ellos, hombres del Cardenal.

Bien dice el refranero popular, que cuervo con cuervo, no se quitan los ojos. Sin embargo, los cuervos, como aves infernales de carroña, atacan a todo lo que huele a muerte o puede llegar a olerlo.
Algo debieron oler, tal vez las ocasiones en las que ha tentado la muerte, aquellas en las que se ha escapado con un suspiro… o las veces que la ha llamado con su hierro.
Pero los soldados, en medio del gentío, se dirigieron prestos no solo a disolver la reyerta, sino al maestro y su contendiente.

Manuel Cortés, cochero de profesión, fiel servidor de la casa de Lerma y de la Logia desde antes de que supiera lo que una u otra significaban, hombre que sin saberlo, dio por fin cumplimiento al juramento de ambas “una vida, por otra”.
Emilio, desarmado, viendo también las intenciones del cochero, trató de interponerse, pero a punto estuvo de recibir la hoja de la daga en su corazón.

Gonzalo, presto y con gran agilidad, trató de defender al muchacho, mientras se defendía de uno de los hombres del comisario.

Con un grito al aire del frio hierro bajo el sol de media tarde… se cumplió la leyenda con la sangre derramándose sobre el polvo y la piedra.


La luz anaranjada del atardecer se cuela por la ventana ofreciendo a la sala en casa de los Montalvo, una inquietante penumbra. Reforzada, nada más y nada menos, que por los rostros compungidos, pensativos, llenos de ira, rabia, impotencia… de los cuatro hombres congregados entre las cuatro paredes.

- ¿Los hombres del comisario, ayudaron a los del cardenal?

- No solo eso señor. Que al que ayudaron fue al cochero… al tipo ese de Villena que trató de herir a mi amo.

- ¿Quién hirió pues a Gonzalo?

-Fue todo muy confuso…

El sonido de los hierros chocando, bailando bajo el sol de la Villa, se unía a los gritos y los improperios de propios y extraños, cada uno de los contendientes, pendiente de la luz reflejándose en la superficie helada del acero que puede darle sepultura. O al menos tratándolo.

El enfrentamiento, que en cierta manera se ha mantenido equilibrado, parece tornarse más cruento… una hoja de acero, brillando bajo la luz del sol, y con un seseante sonido, desgarra tela, piel, músculo… y vida, dejando tras de sí, un cuerpo inerte en el polvo, un rio de sangre que dibuja una macabra escena en la tierra del camino.

Manuel Cortés ha cumplido por fin su promesa, su juramento como siervo de la Logia, ha arrebatado una vida, a cambio de otra. La de su amo, la de la propia Logia… el traidor ha probado el acero, ha llegado a las puertas de la muerte. Pero él no lo ha visto.





Dejando atrás su fiel vizcaína en un charco de sangre, polvo y muerte, el cuerpo sanguinolento del cochero, ha sido retirado de la contienda, y dirigido al palacio de Villena por dos criados de la misma que, desde la puerta, tal pareciera habían esperado ser requeridos para tal menester.

Mientras tanto, uno de los hombres del comisario, trató una vez más de ensartar con su ropera, al joven y desarmado postulante, que no cesaba de ofrecer una distracción durante la contienda. Su hermano, trató de defenderlo interponiendo su acero, empuñándolo y dirigiéndolo al corazón del atacante de su único hermano… más un golpe por la espalda con la empuñadura de una daga le hicieron perder el equilibrio y errar la estocada, clavando la punta de su ropera, en el brazo del guardia.







Este, a su vez e irremediablemente, cambió la dirección de su estoque, que con la virulencia de quien se sabe cercano a la muerte, la fuerza de quien trata de defenderse a ciegas… dirigió este, hacia un cuerpo. No el del postulante a quien en un primer momento iba dirigido. Tampoco hacia el soldado que le ha herido… sino al hombre más cercano. Gonzalo de Montalvo.

Con un movimiento rápido de muñeca, Gonzalo desarmaba a su oponente, un enjuto soldado, con uniforme, pero sin librea… un hombre del cardenal, que había abandonado el palacio de Villena para formar parte de la reyerta en Marqués de Campo.

El maestro, inesperadamente, cayó al suelo con un grito ahogado por el dolor de la estocada recibida en el muslo, momento que su adversario, uno de los hombres del cardenal, aprovechó para tomar del suelo la vizcaína que el cochero Manuel dejara olvidada… y clavarla con ímpetu y rabia en el pecho del joven Montalvo.
Todos ellos están cansados, física y mentalmente… pero ninguno se sienta. Uno de ellos, el más joven, permanece en pie, sin apenas parpadear, sin apenas moverse… pareciera una estatua, a no ser por las lágrimas de impotencia y culpabilidad que silenciosas surcan sus mejillas.

Junto a él, un hombre de mediana edad, Satur, se muerde los labios mientras los músculos de su rostro toman y crean muecas imposibles tratando de ahogar la rabia y el llano.

Mientras tanto, Agustín, el monje, el mayor en edad de los congregados, camina lentamente por la sala, sin detenerse, sin pausa, pero sin destino. Sus ojos son el único reflejo de lo que piensa, de lo que siente…

- Esto no va a acabar así. – Murmura decidido.

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:48 pm

21- Cicatrices y promesasLos últimos rayos de luz entran tímidamente por las ventanas. Iluminando de un color rosado las blancas sábanas sobre las que el cuerpo febril de Gonzalo descansa.


Margarita, su cuñada, con infinita ternura y cuidado, le incorpora para retirar la camisa entre susurros inconexos e incoherentes; más poco parece importarle al maestro el contenido de los mismos. La voz, el tono, la suavidad de las palabras… del hálito que roza su febril persona, parecen calmar más que cualquier plegaria o promesa.

Sentada de rodillas sobre la cama, sosteniéndole por debajo del brazo y la nuca, trata de volver a dejar a Gonzalo sobre el jergón, en una posición lo más cómoda posible sobre los cojines. Así, tumbado, inmóvil, sin camisa… ella observa ese pecho en el que antaño tantas veces se refugió, en el que tantas veces ha encontrado consuelo y en el que necesita enterrarse para saber que una vez más, el corazón late fuerte, enérgico… como siempre lo ha hecho.

Mordiéndose el labio, pasa con suavidad, como si del vuelo de una mariposa se tratase, los dedos por el pecho descubierto. Recorriendo las invisibles cicatrices que sabe que existen, o que han existido. Las que antaño curó, las que le curaron, las que ha curado y las que curará. Cicatrices, que sangran, supuran y se infectan.


Pues sabe, que al igual que ella, Gonzalo tiene otro tipo de cicatrices, las que no se han visto jamás, las que jamás han sido curadas, las que tapa él con la máscara de la indiferencia. Las del alma.

El sonido de la puerta al abrirse, la obliga a secarse las lágrimas enérgicamente con el dorso de la mano, a sabiendas de que es su sobrino el que entra por la misma.

- Tía…- susurra Alonso.

- Hola cariño.-Trata de sonreírle- ¿Has encontrado lo que te pedí?

Alonso asiente tímidamente, sin apartar la mirada del pecho descubierto y malherido de su padre, apretando con fuerza, contra su pecho, el pequeño saquito de tela blanca que margarita le hiciera buscar en su dormitorio.

- ¿Esto, curará a mi padre?

Margarita, estirando el brazo, lo atrae hacia ella, y sosteniéndolo contra su costado, besa el cabello del niño.

- Es lavanda- susurra mientras le aparta el cabello y me mira a los ojos- con esto, limpiaremos la herida de papá y haremos que le duela menos y cicatrice antes.- Alonso asiente, atento a las palabras de su tía, pero sin perder de vista la horrible herida en el pecho de su padre.- Cariño, porqué no vas con Satur…

- No.- Replica con convicción Alonso- Quiero ayudarte a curarle.

Margarita sonríe, y una vez más, con los ojos encharcados en lágrimas, abraza al niño para besar su frente.

- Necesitamos agua caliente…- murmura la joven, quien tampoco aparta la mirada de Gonzalo- Y ver si Satur ha preparado ya el tomillo.

Sin mediar palabra, Alonso todavía abrazado a su tía, coge con fuerza la mano de su padre que le queda más próxima; pidiendo, en una súplica silenciosa que su progenitor salga de esta y que su tía pueda salvarle, abandona la habitación una vez más, con la espalda erguida, las mejillas arreboladas por el llanto contenido y la convicción en la mirada.

Margarita, sin embargo, se queda ahí, petrificada, observando cómo el pequeño sale de la habitación con la postura que tantas veces ha visto a su padre, y no puede evitar rememorarlo con una sonrisa en los labios.

- Es igualito a ti.

Inhalando con los ojos cerrados, y secándose una vez más las lágrimas, se dispone a preparar al herido para recibir sus cuidados.



Observa la situación:
Gonzalo tiene una herida en el pecho. Ha conseguido quitarle la camisa, de modo que tiene fácil acceso a la herida.
Sin embargo, tiene otra en el muslo. El pantalón y los calzones parecen rasgados.

Los pantalones, llenos de polvo, arena y sangre reseca, no son más que un impedimento para la recuperación. La herida podría infectarse si no la limpia rápidamente y aún y así, sabe que si no retira toda esa suciedad, por mucho que consiga lavarla, podría traer complicaciones.

Olvidando la congoja y la vergüenza por lo que a punto está de hacer, Margarita descuerda la cinturilla del pantalón y los retira de las caderas, bajando despacio, con cautela para no estorbar al enfermo. Con sumo cuidado, y con el temor de hacerle daño dibujado en la mirada, retira la tela pegada a la piel por la sangre reseca, provocando un quejido de Gonzalo que trata de aplacar con una caricia inconsciente y una nueva retahíla de susurros imperceptibles. Con los ojos encharcados, prosigue hasta llevar los pantalones a los tobillos del maestro.



Con presteza, le quita las botas para poder deshacerse de los pantalones azules, que hallan su descanso en el suelo al ser lanzados con desprecio, como si de los culpables de lo sucedido se tratase.

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:53 pm

El sol cada vez más alejado, cada vez más oculto tras el horizonte ya no ofrece una luz apropiada en el interior de ninguna morada.

Y la del maestro, no es diferente.
Alumbrados por unas velas junto a la cama, Margarita y Alonso trabajan industriosamente en procurarle al enfermo resuello en su lecho.



Alonso, en silencio observa a su tía y solícito, le proporciona lo que le pide: desde agua fresca a más ‘sopa de tomillo’ para lavar las heridas, un pañuelo limpio… o simplemente, que le hable a su padre.

Sin embargo, el enfermo aunque parece calmarse al oír las voces de quienes comparten con él espacio en esos momentos, no presenta mejoría.


Por eso, Margarita pide, una vez más a Alonso que vaya en busca de Saturno o Agustín. Sabe que ninguno se ha movido de la sala. Hace unas horas oyó la puerta de entrada anunciado la marcha de alguno de los congregados, pero esa misma puerta anunció su regreso hace escasos minutos.

Gonzalo se mueve inquieto en la cama, delirante por la fiebre, incómodo por el dolor.


Margarita trata de calmarlo con los paños humedecidos en lavanda, con suaves caricias y alentadores susurros que está segura que son más consuelo para su alma que para la del joven tendido en la cama.
De repente, de los labios de Gonzalo un susurro entrecortado la llama. Su nombre, apenas perceptible por la respiración agitada, consiguen que se le salten las lágrimas.

- Shhhh... Gonzalo, estoy aquí.- Tragando con dificultad las lágrimas y el nudo que se ha creado en su garganta, olvidando todo lo que la rodea, excepto el hombre que tiene frente a ella, acaricia su rostro con una mano temblorosa. En su febril inconsciencia, él responde buscando la suavidad y el frescor, que en comparación a la suya propia, la piel de Margarita ofrece.

- ¿Cómo está? - Con un sobresalto, Margarita se gira rápidamente. No ha oído la puerta, o tal vez estaba demasiado concentrada en Gonzalo. Agustín se percata y sonríe ligeramente - Lamento haberte asustado hija.

- Lo siento Don Agustín. Estaba… -Agustín la interrumpe con una mano en su hombro.

- ¿Veo que hay costumbres que no cambian?- Comenta refiriéndose a las compresas de fino hilo blanco sobre la frente del maestro, y los enseres que sobre la cama descansan para ser utilizados una vez más en la cura.



Al ver a Alonso acercarse al otro lado de su padre, y ayudar en la colocación de los vendajes, sonríe apesadumbrado, recordando cómo años atrás, cuando apenas eran unos niños, estuvieron en una situación similar. Solo que entonces, era doña Ana, quien curaba las heridas del jovencísimo Gonzalo, mientras Margarita, en el más absoluto silencio, cumplía todas y cada una de sus peticiones, con el único pensamiento de ver restablecida la salud del muchacho. ”Cuantas veces no se habrán curado el uno al otro. Cuantas heridas no se habrán provocado”. Piensa apenado el fraile.

- Don Agustín, deberíamos llamar al médico…- Susurra Margarita mientras trata de calmar una vez más el acceso de fiebre y delirio que invade a Gonzalo.

- Hemos ido a buscar uno, hija mía.

- ¿No han encontrado a Juan?- Pregunta extrañada, mientras continua restregando con cuidado la compresa de agua de lavanda sobre el pecho de Gonzalo. - ¿Tardará mucho?- inquiere preocupada al notar como la herida sigue sangrando- Necesita… - No puede terminar la frase, el nudo de su garganta es demasiado grande incluso para susurrar o pensarlo.

- No…

- No puede venir, señora- Interrumpe Satur, recordando incómodo lo acontecido tras la contienda.

En Marqués de Campo, en mitad del alboroto, ha aparecido el doctor. Se ha aproximado a la puerta, para ver como entraban a dos heridos más, y viendo de lejos como un monje y su criado, trataban de alzar al maestro… ha entrado en la casa, hablando con alguien a quien las sombras no dejaban ver.

De haber estado más cerca, Satur habría oído como
‘la sombra’, comentaba al médico lo sencillo de la empresa.

- ¿No te dije que sería fácil ‘presentar’ a la Dama con propiedad?

- ¿Qué quieres decir?- Pregunta sorprendido Juan, temiéndose lo peor.

- Ya no hay quien compita por sus favores o su mano, amigo mío.


- ¿Estás seguro, Satur?- inquiere Margarita con un hilo de voz y lanza al aire, la pregunta que muchos se hacen y pocos son los que sabrían responder- ¿Porqué no quiere ayudar? - Tratando una vez más de calmar el delirio del enfermo, traga con dificultad y advierte- Gonzalo necesita que le cosan esa herida cuanto antes, o…

- Te prometo que haremos lo que esté en nuestra mano, hija.



*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*





Las horas pasan lentas, las velas, sin embargo, parecen consumirse con premura.
En la habitación del maestro, casi en la penumbra, este, todavía en su sopor febril, es cuidado por su familia.
A los pies de la cama, el fiel amigo y escudero, observa los acontecimientos desarrollarse sin poder interceder. Junto a él, inmóvil, sin más expresión que la devastadora mirada, el fraile que le viera crecer, observa con impotencia como cada suspiro, cada bocanada de aire, es más difícil para el joven.

Este, mientras tanto, continúa tendido en el centro de la cama, apenas cubierto por la sábana de hilo, bajo la atenta mirada y cuidados de sus dos ángeles de la guarda.
Cada suspiro, cada movimiento, cada murmullo o quejido, es acallado con premura y cariño por cuatro manos que tiernamente le consuelan, le curan o simplemente aprietan su mano.
Dos de ellas, son las de la misma mujer que ha cosido, con los ojos encharcados en lágrimas las dos heridas; la mujer, que suplica en silencio que esta no sea la última oportunidad que tiene de estar en su compañía.
Las otras dos, son más pequeñas, más inocentes… son las de su hijo. Manos que deberían ser empleadas en realizar travesuras, en juegos infantiles. Pero que las últimas horas, sin descanso y sin queja alguna, ha ayudado a velar a su padre, a cuidarlo… aun a riesgo de saber que muy probablemente, sus amigos pensarán que tales menesteres son propios de mujeres.

Las horas pasan y por fin una llamada en la puerta de la calle, ofrece una distracción más allá de los oscuros e inquietantes pensamientos que revolotean por la habitación.

Acompañado por el soldado Almansa, el doctor de Calatrava, hace su entrada.
Se queda parado en la puerta, observando la escena.
Poca atención presta al fraile o al criado a los pies de la cama. Lo que le sobrecoge, es la escena del propio jergón.

Allí, a un lado, con las piernas cruzadas, la atención puesta íntegramente en la figura postrada frente a él, y sosteniendo en su regazo una fuente de barro con agua y un paño, está Alonso.
La figura, semidesnuda, con un paño en la frente y otro lavándole las heridas, es la de su padre malherido… sin embargo, al otro lado del paciente, sentada también en la cama, con las piernas recogidas y escondidas por las faldas, Margarita atiende a Gonzalo con suaves caricias mientras murmura algo, que apenas alcanza a oír, pero que parece calmar al paciente.

- Doctor- Saluda serio el fraile al tiempo que con un gesto le invita a aproximarse al herido, mientras toma de la mano a Alonso para que el médico pueda examinar a su padre.

Con la espalda apoyada en el hábito del fraile en quien extrañamente el pequeño de los Montalvo confía ciegamente, Alonso observa como el médico antes de atender las heridas de su padre, mira a Margarita. Y recordando la escena que ha vivido esa tarde en la Bajada de las Descalzas, frente a ese palacio, no puede evitar que el miedo y el recuerdo de la promesa que le hiciera esa misma mañana, tan lejana, a su padre. Debía escoltar a su tía, protegerla.
Rápidamente se situa en el lado de la cama en el que ella está, y le coge la mano con fuerza.

- ¿Cómo está?- Pregunta temerosa Margarita, mientras abraza contra su costado a su sobrino necesitando sentirlo cerca. - Hemos cosido las heridas, y las hemos lavado con agua de lavanda y tomillo.

- Eso cicatrizará y limpiará las heridas de posibles infecciones.- Alzándose de la cama, incómodo, Juan trata de mantener la compostura. Sabe que la respuesta que ha de dar no será del gusto de ninguno de los presentes, y no se siente cómodo, sabiendo que él tiene parte de culpa.

- Eso ya lo sé- responde seria Margarita- Lo que quiero saber es si… - un nudo le cierra la garganta, mientras las lágrimas se acumulan una vez más en sus ojos, atrapadas por las pestañas.

- Esta noche será crucial. Mañana por la mañana, sabremos. Hasta entonces, solo queda esperar.- Con un movimiento de cabeza indica al fraile- Y rezar por su alma.

Tras un silencio que parece invadir todos los rincones de la villa, pues ni los sonidos nocturnos habituales parecen llegar a la habitación del maestro. El médico trata de llamar la atención de la mujer, que continúa abrazando contra su pecho al niño sin apartar la vista del rostro del herido.

- Margarita- La llama al fin, aclarándose la garganta- ¿Podemos hablar?

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:55 pm

22- Una ilusión; una sombra, una ficción… Y el mayor bien es pequeño.

En las tinieblas que invaden la habitación del maestro, apenas se distinguen los colores o las figuras allí reunidas, que no son más que perfiles recortados por la tímida luz de luna que se filtra por la ventana.

Saturno, incapaz de quedarse quieto, ha ido en busca de velas, a preparar más agua de lavanda y tomillo para curar a su amo… por lo tanto, la figura recortada del monje, a los pies de la cama, observa y vigila a las otras tres figuras que hace horas permanecen allí. Una inconsciente y las otras dos, exhaustas.

Gonzalo, hace horas que apenas delira o se queja. Simplemente está ahí, tendido, sin moverse. De manera esporádica, un quejido o un murmullo incoherente, indicando que aún permanece con vida, parecen ser el único consuelo para quienes le velan.

A un lado de la cama, abrazando con fuerza la mano de su padre, el pequeño Alonso hace horas que cayó rendido por el sueño. Pero no queriendo dejar sola a su tía, con la inocencia y convicción que solo un niño maneja, prometió acomodarse solo un poco y cerrar los ojos solo un momento… para poder ayudar otra vez. Sus ojos, se cerraron con pausa y miedo, aún lo recuerda Agustín, que en esa misma posición, ha visto al niño parpadear en varias ocasiones, temeroso de cerrar los ojos en su totalidad. Pero el peso de los párpados era más de lo que sus pequeñas fuerzas podían soportar y en pocos minutos, bajo la atenta mirada de su tía, quedó en los brazos de Morfeo.

Margarita, sin embargo, había permanecido despierta, en silencio e inmóvil, junto a Gonzalo desde que tornara de su breve conversación con Juan.
Al entrar por la puerta, recuperó su posición junto al herido, y los paños húmedos volvieron a deslizarse con suavidad por la frente y las heridas del maestro.
De eso, sin embargo, hace ya unas horas. Ahora, se mantiene sentada con la cabeza apoyada sobre el cabecero, a varios palmos de la de Gonzalo. Desde donde puede observar a padre e hijo sin moverse o molestarles.
Estirando el brazo, en varias ocasiones ha acariciado la frente de uno u otro, o les ha tapado.
Ahora, sus ojos, como los de Alonso, han sucumbido al peso del sueño, y permanece allí, junto a los dos Montalvo, sobre las blancas sábanas, iluminada por la luz de la luna. La misma luna que parece haber convertido en plata las lágrimas que aun en sueños, se deslizan por sus mejillas.

- No es justo- Murmura Satur al entrar en la habitación. Agustín, no necesita preguntar, para saber a lo que se refiere.- Ese hombre no tiene porqué estar pasando por esto. Tiene una familia señor… y mírelo: le han dao’ ya tantos palos en esta perra vida, que solo le pueden quitar el dolor, quitándole el sentío. – Una gruesa lágrima se desliza por las mejillas del criado- ¿Por qué a mi amo?

- Saturno…

- No me siga por ahí Don Agustín, - enfurecido se gira al fraile murmurando entre dientes su amenaza- que no sabré volar o usar una katana, ¡pero le aseguro que no respondo! – Retornando la mirada momentáneamente a la cama y sus ocupantes, replica- Puede que uno no fuera a la escuela, pero tonto no soy. Sé que hay algo más en todo esto, de lo que nos ha explicao’. Y no me venga con la monserga esa de ‘la verdad es sencilla y probablemente suficiente’…

- La explicación más simple y suficiente, es la más probable. - Agustín sonríe cansadamente.-Pero no es necesariamente la verdadera.- Con un cansado suspiro, y el brazo sobre el hombro del hombre que tiene frente a él, dando un último vistazo a la cama, abandona la habitación- Vamos, dejemos que descansen. Creo que será mejor que te cuente una historia.



*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

Margarita abre los ojos despacio, deslumbrada por la luz que se filtra por las cortinas. En un primer momento, se siente desconcertada, pero al ver las velas consumidas, la ventana y la mesa con la roja tela cubriéndolas… las blancas sábanas sobre las que se ha quedado dormida… lo sabe.

Suspirando desganada, deja caer la cabeza sobre los almohadones mientras las lágrimas resbalan una vez más por sus mejillas. Se pregunta cómo es posible que sigan quedándole fuerzas para llorar, o el porqué de las lágrimas, cuando se siente vacía.

Con desgana, y movimientos pausados, se levanta de la cama. Mirando en derredor, se enjuga las lágrimas y alisa las sábanas sobre las que cayera rendida durante la noche. Ya oye sonido en el exterior de la habitación, y no quiere tener que dar explicaciones.

Sale de la habitación, alisando las faldas, las mismas que llevara el día de ayer; no tiene ganas de cambiarse, ni de moverse. Pero el sonido del otro lado de la puerta, le recuerda que tiene una razón, una motivación. Tiempo atrás, le juró que cuidaría de él. Y es lo que está haciendo, lo que hará…


La luz es tenue, las nubes parecen haberse puesto de acuerdo en tapar al sol y en acompañar así su pena.
El cementerio de la Villa es frio, aunque no es el más sombrío que ha visto, juraría que es el peor lugar del mundo.
Abrazando a Alonso contra ella, lee claramente las letras que tiene enfrente. Se le antojan vacuas, insuficientes… pero sabe que no hay espacio suficiente en este mundo para expresar lo que sentía, lo que siente.
Gonzalo de Montalvo,
Tu familia, no te olvida.


A lo lejos le parece verlo. Con los brazos en cruz, apoyado el hombro sobre el tronco de un árbol. Observándoles, inexpresivo para unos; con la mirada que tanto ha tardado en reconocer, para ella.
Sabe que sus ojos, les miran con ternura, y cuando ve una sonrisa dibujándose lentamente en sus labios, siente que algo se le desgarra por dentro.

- Gonzalo- llama.

Pero él se aleja entre las brumas. Sin girarse, sin detenerse. Como hiciera tantos años atrás al partir hacia el fatídico duelo que cambió sus destinos. Pero esta vez, como aquella, necesita que se gire, que la mire… que regrese junto a ella.

- GONZALO!- Con un sollozo, y lo que se le antoja un grito desgarrador, vuelve a llamarle y a suplicarle- ¡¡Por favor!!


- Margarita- La niebla cada vez parece más espesa, más persistente... al igual que la voz, que a sus espaldas, reclama su atención.

Al girarse, esperando encontrarse con el rostro de Gonzalo, es Juan quien la observa. Serio, inmóvil. Aguardando.

- Juan- responde ella con voz temblorosa- ¿Qué haces tú aquí?

- No podía dejaros solos en el funeral de tu cuñado.- Su voz es atonal, y a ella se le antoja una losa.

- ¿Tengo que irme ya?- pregunta Alonso con un nudo en la garganta y las lágrimas corriendo libremente por sus mejillas.

- Cariño…- Margarita no puede contestarle, simplemente le abraza con fuerza contra su pecho, mientras sus propias lágrimas caen sobre el cabello del chiquillo.

- Podrás venir más adelante, Alonso- Retumba la voz de Juan- Ahora debes ayudar a tu tía. Nuestra boda será en breve, y no necesita distracciones.

- ¡NO! – grita el niño- Tía, no, no, no,no… - replica el niño abrazando con más fuerza la cintura de su tía en un intento por retenerla a su lado mientras las lágrimas tiñen el sencillo corpiño que ella viste- ¡No te vayas tú también tía!

- No voy a dejarte, cariño mío…- la voz de Margarita se entrecorta.- Le prometí una vez a tu padre que cuidaría de ti, y es lo que voy a hacer. Es lo que he de hacer.

Mira a Juan de soslayo, sabe que él la ama, pero ella no puede olvidarlo. Siente que la culpa es del médico. Una parte de ella, sabe que no es racional, pero otra… la que está enamorada de Gonzalo, la que se duerme pensando en él… la que por las mañanas, se sienta en la mesa aguardando verle aparecer…la que en las noches, y solo cuando oye su voz deseándole las buenas noches, siente que el día ha valido la pena… esa parte, culpa al médico del presente que ella y el niño están viviendo, del futuro que ya no sabrán si hubieran podido tener… y del que sabe, habrán de vivir, una vez el matrimonio se celebre.

Las lágrimas se deslizan por sus arreboladas mejillas, y abraza a Alonso con más fuerza.
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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:56 pm

La lumbre, en la sala de la casa de los Montalvo, proporciona calor y luz a la pequeña e improvisada reunión.

- ¿El médico?- Pregunta uno de los hombres allí reunidos.

La respuesta que obtiene solo es un apesadumbrado suspiro y un movimiento de cabeza negativa. Ninguno de los allí presentes necesita más detalles.

- Me temo,- comenta uno de los dos hombres más jóvenes, un hombre alto y fornido, de tez oscura y generosa barba- Que hay algún detalle que se nos ha escapado.

- Miguel tiene razón- Replica el mayor de ellos, un hombre canoso y serio semblante- No debemos dejar nada al azar. La Logia no lo ha hecho.

- ¿La Logia?- pregunta extrañado un hombre de media edad, tez pálida, poco pelo y ojos amables- Cree usted que la Logia…

- ¿Sigues pensando que todo lo acontecido fue un simple descuido? ¿Una casualidad?

- Ya se esa frasecita que ustedes tres repiten cada vez que tienen la oportunidad. ¡Para una cosa que nos aprendemos, nos gusta que se sepa, eh!

- Satur. No es ninguna broma…

- ¿Y me lo dice a mí?- Saturno se pasa las manos exasperado por el cabello- Sabe lo que estoy viviendo? Lo que… ¿lo que he vivido y lo que voy a tener que vivir en esta casa?

- No sucederá nada Satur, haremos lo imposible por evitarlo.

- Usted ha visto la cara de la señora…

- Y ese es otro detalle que me preocupa.- Replica el joven soldado de negra barba- El interés de Velasco y Fonseca en la señorita Margarita.

- Miguel, el interés no es solo suyo.- Agustín, respirando hondo en un vano intento por mantener la calma, continua- Es una mujer joven, atractiva… y su relación con Gonzalo viene de antaño- una sonrisa se dibuja en sus labios- Si la verdad se supiese…- vuelve a suspirar cansado- Hemos de proteger a Alonso a toda costa. Él y Margarita, son nuestra prioridad.

- Cuenten conmigo- Responde presto Saturno, dando un puñetazo en la mesa y poniéndose en pie nervioso- No sé que es esa verdad que comentan… pero, no voy a dejar que les pase nada a la señora o a mi niño. ¡Por mi amo!

- Por la corona y la justicia - responden con su juramento en un murmullo coral los tres hombres tras mirarse sonrientes, complacidos.

El más joven, vestido con un hábito de postulante, sentado junto a Satur se pone también en pie, tendiéndole la mano. Cogiendo el antebrazo de Satur con fuerza, lo atrae hacia él, y le abraza amistosamente con el brazo libre.

- Bienvenido a la Hermandad del Águila, amigo mío.

- La herman…- Satur vuelve a pasar la mano por su rostro al tiempo que exhala exageradamente.

Antes de que mayores explicaciones puedan ser dadas, un grito atrae la atención de los cuatro hombres que sin mirarse, corren en la dirección de la que procede el mismo.
*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
Margarita abre los ojos, aún con el pulso acelerado y las lágrimas corriendo libremente por las mejillas.

Desorientada, mira a su alrededor, y en las tinieblas de la habitación, confirma que está en el dormitorio de Gonzalo, en su cama. Como lo estaba momentos antes.

No la ha despertado la luz del sol entrando por la ventana, pues la luz de la luna es tenue y apagada.

De repente, vuelve a escucharlo… es apenas un susurro, pero es su nombre.

Buscando a oscuras, logra discernir la figura postrada de Gonzalo, que susurra su nombre en su delirio.

Con la mano en su frente, y permitiendo que la extremidad, con vida propia se deslice por el rostro del herido, comprueba una vez más cómo la temperatura ha subido.
Asustada, retira las mantas que les cubren. Mantas que no necesita preguntar, para saber que son idea del bueno de Satur.

Allí, iluminado apenas por la luz de la luna filtrándose por la ventana y la escasa luz que proporciona una vela a medio consumir, Margarita observa el cuerpo semidesnudo del herido.

Tomando en sus manos el paño que ha caído sobre los cojines que reclinan el cuerpo postrado de Gonzalo, vuelve a empaparlo en el agua helada que aguarda junto a la cama; y con infinito cuidado, deja que paño y agua, a fin de bajarle la temperatura, se deslicen por el rostro, el pecho… el cuerpo del maestro.
La puerta se abre con brusquedad y por ella entran azorados Agustín y Satur, seguidos de los hermanos Almansa, que se quedan en el umbral.

- Señora! ¿Q’a pasao? – Satur mira preocupado a su amo, todavía tendido, pálido… en el centro de la cama

- Hemos oído un grito.- Comenta Agustín, temeroso de preguntar lo que ronda su mente, pero al ver como Margarita continua con sus cuidados, respira tranquilo una vez más.

- Lo siento.- Murmura ella azorada.- Todo sigue igual.

- ¿Va todo bien, hija?- pregunta el fraile al ver el rostro húmedo de Margarita.

- No se preocupe Don Agustín, solo ha sido…- el nudo en su garganta, al recordar las imágenes que ha visto hacen que las lágrimas broten con renovadas energías.

El fraile, se acerca a ella, y tendiéndole un pañuelo limpio, le sonríe comprensivo.

- Estás cansada. Ve a descansar y trata de dormir

- No.- Interrumpe ella irguiendo la espalda- No me haga marcharme, por favor.- Suplica temerosa- Necesita que le laven la herida cada cierto tiempo, y todavía delira… No podría irme a mi habitación, sabiendo… y si…

Satur se muerde el labio, y aprieta los puños para evitar unirse a la señora en el llanto y la rabia.

- Yo se los vigilo a los dos señora- comenta con fingida distracción el criado- Le prometo que no me muevo de aquí, y si pasa algo yo la despierto.

- Gracias Satur, pero…- Margarita aprieta en sus manos el paño que acaba de besar, acariciar la piel húmeda y acalorada de Gonzalo, mientras observa preocupada al maestro, analizándolo, grabándolo en la memoria, o tal vez, solo encontrando esos detalles del pasado que le han convertido en el hombre que es hoy- Es mejor que esté cerca.

Ambos hombres sonríen apenados y comprensivos.

- Esta bien hija. Pero necesitas descansar, no podrás serle de ayuda si estás agotada.

- Pero haga usté como Alonso, y al menos, póngase cómoda.

Margarita sonríe adormilada y enternecida a los dos hombres que tiene en frente, sin mirarlos. Su mirada está perdida entre los otros dos, que con ella, comparten jergón en esta horrible noche.

Y sin apenas darse cuenta, sus parpadeos, cada vez son más largos, más espaciados… hasta que su respiración cambia y su cuerpo se amolda, una vez más, al cojín que tiene a la espalda.
*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:57 pm

En casa del maestro, alrededor de la mesa, cerca de la lumbre, la familia descansa. Para todos ha sido un día largo.

Gonzalo, el maestro, con un par de libros frente a él, trata de leer sin éxito, su mirada desviada hacia la escena que tiene al otro lado de la mesa.

Margarita, pacientemente y con una sonrisa cansada dibujada en los labios, trata de coser los pantalones que Alonso ha desgarrado. Mientras este, con los brazos en cruz, y la cabeza descansando sobre las manos, mira adormilado a la mujer que trata de contarle alguna cosa en susurros que el maestro no alcanza a oír.
Poco importa. Ahora mismo, su única preocupación es que ambos están sanos y salvos. En casa. Lejos de cualquier mal. Cerca de él. Donde los puede vigilar, donde los puede proteger… donde puede saber, solo con prestar atención, dónde se encuentran.

- ¿Gonzalo? - Alzando la cabeza, la ve, sonriente, esperando. Debe haberle hecho una pregunta pero él estaba ensimismado con la escena- ¿Tan interesante es ese libro que no oyes cuando te hablamos?


El joven sonríe, y acomodándose en la silla, la mira alzando una ceja mientras sonríe con descaro.


- No es el libro lo que me distrae, señora… - ella responde alzando una ceja y dejando la costura sobre la mesa, expectante, pues sabe que esa respuesta, guarda algo más: –"Con cada vez que te veo nueva admiración me das, y cuando te miro más, aún más mirarte deseo"


Ella ríe y el niño la mira intrigado. Ella solo besa su frente y le replica:


-Nada cariño. Solo es papá, tratando de reírse de mí.- Y alzándose de la silla con dificultad, se acerca al hombre sonriente y le da las buenas noches con un susurro.


- Buenas noches- apoyando su mano con cuidado sobre el abultado vientre de la mujer, susurra:- A los dos.- Viendo como su hijo se levanta de su asiento y lentamente sigue los pasos de Margarita, ríe.- No sé si darte las buenas noches o los buenos días.


- Hasta mañana padre-
Se despide el niño adormilado, mientras se abraza a la cintura de su tía y apoya la cabeza en el costado del vientre de esta para darle las buenas noches a su hermano.- Me arropas- Comenta, más que pregunta, sin abrir los ojos.

- Anda, ponte el camisón y ahora mismo voy- Replica ella abrazándole no sin dificultad.


- Buenas noches Satur.- Se despide el niño de la figura que trajina todavía junto al fuego.


Mientras tanto, desde su asiento en la mesa, con los codos apoyados sobre la madera y el mentón entre las manos, el maestro sonríe. Su familia está segura, a salvo, en casa. Puede oír sus movimientos, sus pasos… puede localizarlos sin girarse. Sabe que en breve habrá de añadir un nuevo sonido a esos habituales, y sonriente busca, esta vez sí, con la mirada a Margarita que aún no ha salido de la habitación de Alonso.


Sin embargo, la luz del hogar le deslumbra…

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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 10:58 pm

23 Susurros adormilados


Gonzalo trata de apartar la luz que le molesta.

Abriendo los ojos, ve que lo que tiene frente a él, no es la lumbre, sino su habitación. Aturdido, desorientado y completamente agotado trata de moverse pero nota que uno de sus brazos está atrapado por algo. Al mover el cuello, ve que se trata de su hijo, que completamente dormido, abraza su mano con fuerza.

No recuerda con claridad cómo han llegado a esta situación. Trata de hacer memoria, pero no puede. Hace tanto de la última vez que Alonso durmió en esa cama, por algo que no fuera una grave enfermedad…


Y entonces lo recuerda.

Con un escalofrío, proporcionado tal vez por el recuerdo, tal vez por el aire contra su pecho desnudo, recuerda el miedo, la incertidumbre… de creer a su familia perdida. Y luego la reyerta.

Pero hay algo más, que le desorienta.

¿Dónde está Margarita? se pregunta asustado.

Trata de moverse, pero nota un fuerte dolor en el pecho y el muslo. Un quejido seseante escapa de sus labios antes de que pueda evitarlo, y es entonces cuando descubre la procedencia del olor a lavanda que impregna la habitación.

Con suavidad, una mano pequeña y que conoce bien, se posa en su pecho, justo sobre la herida, tocándole apenas con los dedos y la muñeca… creando un pequeño caparazón, como si, incluso en sueños, tratase de proteger la herida.

Alzando la vista, Gonzalo sonríe.

Allí, dormida, con el cuello en una posición imposible, las mejillas cubiertas por las lágrimas resecas y la tensión reflejada en los hombros, está, iluminada por la luz de la luna, la dueña de la mano que hasta en sueños trata de aferrarle a la vida.

No sin dificultad, el herido intenta acomodar a su enfermera.

Con los labios apretados por el esfuerzo, pasa la mano por debajo de la cintura de esta, y la atrae hacia él, tirando con suavidad. Consiguiendo que la cabeza que momentos antes estaba contra la pared, halle nuevo y reparador reposo sobre su almohadón.

Con el rostro de su enfermera junto al suyo en el cojín, el de su hijo sobre su brazo… Gonzalo aprieta la mano de uno, y la cintura de la otra una última vez, para asegurarse de que ambos están a salvo y en casa.

Recibe como respuesta un murmullo por parte de Margarita que adormilada, le observa un segundo por entre las espesas pestañas.

- Duerme- ordena él en un susurro.

Ella sonríe un instante, y acomoda la cabeza contra su cuello y su hombro con un suspiro adormilado.


Los minutos han pasado rápidamente, o tal vez han sido horas.

Margarita parpadea confortable mientras despierta notando como sus pestañas rozan algo; lo mismo que su nariz. Se trata de algo cálido, y su almohada tiene un latido. Extrañada, pero aún con el sueño velando la coordinación de sus movimientos y pensamientos, abre los ojos del todo y trata de incorporarse pero algo se lo impide.

Ese algo, no es más que el brazo de Gonzalo que aferra su cintura y la mantiene próxima.

Recordando las palabras de Juan la noche anterior, y sintiendo todavía el calor que emana del cuerpo del enfermo, no puede evitar dejar que unas lágrimas resbalen por sus mejillas hasta estrellarse contra el hombro del maestro.

Este, desvelado por el movimiento y las nuevas sensaciones, abre los ojos lentamente y la observa.

Iluminada por la aurora, con las lágrimas todavía cayendo por sus mejillas, con manos temblorosas comprueba la herida del pecho y acaricia con la yema de sus dedos la piel próxima a la herida de la pierna, la que más le preocupa.
A buen seguro, para comprobar el estado de la infección, pero a él, a pesar de la debilidad, el dolor y la desorientación, se le antoja la más sensual de las caricias.

- Haces cosquillas- trata de decir sin mucho éxito por la boca reseca, y una sonrisa en los labios. Ella a pesar del susurro, se sobresalta.

- ¿Gonzalo?- pregunta extrañada y sin acabar de creérselo. El vuelve a sonreír- ¿Estás bien?- la mano de ella se dirige a su frente para comprobar una vez más la temperatura y apartar los mechones de cabello sudoroso- ¿cómo te encuentras?

Él trata de responder, pero la sequedad de la boca, complica la empresa, así que tras intentarlo varias veces, aprieta ligeramente con la mano derecha, la cintura de ella.

- ¿Quieres agua?- susurra ella con una tímida sonrisa velada por las lágrimas de felicidad, sin apartar los ojos de los de él.

Sin embargo Gonzalo no responde, su mirada sigue clavada en la de ella; con una sonrisa dibujada en sus labios, los ojos del maestro se entrecierran una vez más.

- ¿Gonzalo?- susurra ella bajando la voz preocupada, él parpadea tratando de mantenerle la mirada. Pero ella solo sonríe y acaricia una vez más su frente- Duerme- ordena tratando de levantarse, pero encontrando un impedimento.

El brazo de Gonzalo, sigue aferrando su cintura.

- No- Murmura él frunciendo el ceño al notar el intento de Margarita de alzarse de la cama.

Margarita, creyendo que vuelve a estar febril, como tantas veces ha hecho durante la noche, acaricia el rostro con el dorso de la mano. Mano, cuyo movimiento Gonzalo sigue con la cabeza, los ojos cerrados y un nuevo intento por mantener los ojos abiertos.

- Cansada- Le dice mirándola, bebiendo, memorizando todas y cada una de las sombras de sus facciones.

- Lo sé.- Susurra ella- Duerme. Nos distes un buen susto ayer…- Continúa Margarita con una sonrisa y un nudo en la garganta

- No. Tú.

- Creí… creíamos que… - Las palabras se concentran en su garganta sin poder atravesar el nudo que el llanto, el miedo y la tensión acumulada impiden que las palabras lleguen a sus labios. Él se percata a pesar del sueño y vuelve a abrazarla. Esta vez, sin esfuerzos; pues como tantas veces ha deseado hacer durante la noche, Margarita se deja llevar y busca el refugio en el pecho de Gonzalo, al que se aferra como si la vida se le fuera en ello, como si se aferrase a la misma vida que a punto ha estado de serles arrebatada a ambos.

- Siento- Murmura el joven contra el cabello que tiene próximo a sus labios, mientras aferra con fuerza la cintura de la mujer y la pequeña mano de su hijo que aun y en sueños, trata que no se le escape.

Ella trata de ahogar el sollozo que la tensión acumulada le ha provocado. No quiere que él la oiga llorar, no quiere tampoco despertar a Alonso… y trata, más que logra, ahogar el sonido del llanto contra la piel de Gonzalo.

Notando el temblor del cuerpo que abraza, y viéndose incapaz de continuar hablando por la sequedad que la fiebre y tantas horas sin ingerir líquidos le han provocado, trata de calmarla atrayéndola, lo más que puede contra sí mismo, y deslizando el dedo pulgar en una casi imperceptible caricia. Mientras besa la coronilla y los negros rizos que descansan sobre su pecho.

Ella, responde deslizando su mano desde el hombro a la nuca, mientras inhala, tratando de grabar en la memoria olfativa, a Gonzalo. Vivo, sano y salvo… tras una noche en la que las pesadillas y el miedo la han perseguido incansables.

-Lo siento- Se disculpa ella, alzando ligeramente la cabeza, sin atreverse a mirar al maestro a los ojos, ya que aún se deslizan las lágrimas por sus mejillas.

La respuesta, solo es un beso en su frente que la obligan a alzar la cabeza sorprendida;
momento que él aprovecha para besar su mejilla y las lágrimas que por ella desfilan. Cuando no halla resistencia, se incorpora un poco más a fin de besarla en los labios un instante.


Llevan unos minutos mirándose a los ojos, sin mediar palabra. Todavía abrazados, y recibiendo cada vez con mayor intensidad la poca luz que el amanecer filtra por las ventanas.

Al tratar de acomodarse una vez más, Margarita se percata de la desnudez de su cuñado.

Tendido sobre las blancas sábanas, las mantas que lo taparan la noche anterior, fueron cambiadas por unas finas sábanas a fin de evitar que subiera la fiebre. Y ahora, la sábana apenas cumple su función.

Colorada, trata de mirar a otro lado o tal vez levantarse.

La excusa, se la proporciona el propio Gonzalo al tratar de hablar y encontrarse con la boca seca y pastosa.

- ¡Agua!- exclama ella liberada- Voy a buscarte agua, debes estar sediento.

Y sin mediar palabra, ante la estupefacción de Gonzalo, se alza de la cama sin volverse a mirarlo, y sale de la habitación.



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Sherezade
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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Jue May 10, 2012 11:00 pm

24.Un nuevo lunes, en casa del maestro


Entrando en la sala, todavía con las mejillas sonrojadas y distraída, Margarita no se percata de la atención que recibe de los cuatro hombres reunidos en la sala.

- ¿Hija?- Llama el mayor de todos, con apenas un hilo de voz al notar las lágrimas, las mejillas sonrosadas y la distracción de sus movimientos- ¿Cómo…?- El fraile no se atreve a preguntar, por miedo a la respuesta.

Ella sonríe enjugándose las lágrimas por enésima vez en apenas una hora, y sonríe ampliamente.

- Está despierto, don Agustín- suspirando tranquila, y notando como el nudo regresa a su garganta, trata de respirar con calma. Pero antes de que pueda decir nada más, la risa de Alonso y sus gritos atraen la atención de todos los congregados. – Está bien- Dice con una brillante sonrisa y dos lágrimas resbalando por sus mejillas.

- ¡Señora!- Responde Saturno entre risas, contagiado por las risas del niño y emocionado por las palabras de margarita- No me llore! Ni de felicidad… Que después del susto… no le debe quedar a usted agua en el cuerpo ni pa’…

- ¡SATUR!- Recrimina entre risas Margarita.

- ¡Eso está mucho mejor! Ande, ande... límpiese esas lágrimas y vuelva, que creo que la reclaman.- A lo lejos, la voz de Alonso, con el tizne de la felicidad grabado en ella, puede oírse llamando a su tía, reclamándola de nuevo en ese pequeño mundo que durante unas horas, ha supuesto la habitación del herido.


Observando con una sonrisa, como la mujer se aleja con un pequeño jarro de agua fresca y un vaso de barro. Los cuatro hombres se miran entre ellos complacidos y felices.

Entre ellos, Agustín que dirige su mirada a un punto invisible de la pared y traga el nudo que ha tomado posesión de su garganta, mientras una pequeña lágrima recorre la curtida piel de sus mejillas, en una expresión mínima de la liberación que siente su alma, al saber al que considera un hijo, sano y salvo.

- ¿Avisamos al médico?- Pregunta Emilio, el joven postulante con determinación en la mirada.

- Anoche pidió disculpas a la señora- Comenta Satur a nadie en particular recordando parte de la conversación que oyó, entre Juan y Margarita.

- ¡Sabía yo, que hicimos bien en incluirte en la hermandad!- Replica jocoso Miguel.

- De eso quería hablarles… -Mmirando a la puerta de la habitación de Gonzalo y mirando en derredor, asegurándose que no hay paños tendidos, pregunta entre susurros- Ahora, ¿me enseñarán a volar? Que mi amo eso lo domina, igual que aquí Don Agustín… pero yo… y encima a cara descubierta!- Se mesa la barba- ¿Tendré disfraz de lagarterana?- Mira al fraile más joven que trata de disimular la risa- ¡No te rías zagal! Que esto es muy serio. ¡Claro! Como aquí todo el mundo tiene disfraz menos el Satur… - Se dirige enfurruñado a la chimenea donde trajina con los leños para avivar el fuego- Normal, el Aguilucho, el Hombre Sombra, el Monje Volador, el futuro Hombre Saco y el Satur!- Escuchando las carcajadas de los tres hombres a sus espaldas, el criado suspira cansado- Si es que soy un incomprendido…
*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

El tiempo pasa y la historia cambia. Con ella, cambian el mapa político, las costumbres…

En los últimos años, el nobiliario español, entre otras cosas, se ha visto modificado sustancialmente. El rey ha visto condenados y decapitados a algunos de sus hombres de confianza… entre ellos, a Fernando de Rojas y Borja, el duque de Lerma. Por participar de una conjura en contra de la corona.
Junto a él, varios nobles, y un par de altos estamentos eclesiásticos, han visto sus rentas, sus hogares y sus vidas, modificadas al haber sido descubierta su participación y apoyo a los atentados en contra del Rey.

En la villa, en las calles más humildes, también se palpa el pasar del tiempo, puede que no en las costumbres, dado que un domingo, como otro cualquiera, familias enteras, se preparan para oír misa…



Alonso, acompañado de su nuevo mejor amigo, persigue a Satur por la sala del hogar de los Montalvo, mientras este recoge los enseres del desayuno.


-Satur, ¿por qué no nos explicas por qué tenemos que ir?- Pregunta con un brillo travieso en la mirada- Podemos quedarnos aquí, no? Total, no nos vamos a enterar de gran cosa. Podemos ir más tarde…- tienta, sabiendo lo que ese comentario provocará.


-¡Pues por eso mismo!- interrumpe el criado- Vais a ir los dos de cabeza.- Suspira- Además, os he contado ya lo que pasó, aquella vez hace tantos años en un pueblecito de Galicia, a unos niños que fueron a deshoras a una iglesia?

-¡Satur!- Ríe el ‘amigo de Alonso’ al ver las expresiones de Saturno, y la forma en que blande el cucharón de madera



-Pero…será posible! Oh, no! No,no,no,no…- el adulto se gira rápidamente con una expresión de fingido miedo y sostiene al niño en volandas- mírame a los ojos- la niña, con oscuros y pequeños bucles, enmarcando su cara, se ríe, y los cierra- ¡Mírame a los ojos!- Intentando aguantar la risa, y temblando por el esfuerzo, la pequeña mira fijamente al criado a los ojos- ¡Gracias a dios!- suspira exageradamente con mal fingido alivio, abrazando a la pequeña, estrujando el vestidito blanco contra su pecho- Ya pensaba yo que tenía que ir a misa yo mismo a rezar.


Aunque aquello hiciera reír a los niños, también propicia que dos voces, muy distintas clamen el nombre del criado risueñas:


-¡Satur!

- Si yo solo digo que el rezar es bueno para el alma…

- Ya, ¿y cuanto hace que no pisas tú una Satur?

- ¡¡Pero amo!!- Comenta con fingido estupor- ¿Cómo dice esas cosas delante de los niños?



Gonzalo, sentado a la mesa con un par de libros frente a él, alza la ceja divertido ante la pregunta del criado.

- ¡Será que mis hijos no te conocen ya!



-¡Anda!- Interviene Margarita, desde su posición en la mesa junto a Gonzalo, tratando de calmar la lucha verbal que sabe se avecina- Acaba de arreglarte Alonso cariño, que marcharemos en breve.

- ¡Eso! Tú tira, tira… Que como te pille... como te pille... – Satur estira el brazo y alcanza un paño de cocina, que agita amenazador, sin soltar a la pequeña que mantiene en los brazos, haciéndole reír- ¡¡ Aayyy como pille yo a Alonso!! – Continúa el criado con la broma provocando una nueva oleada de risas en la niña.



Alonso, fingiendo huir de las amenazas de Satur, busca refugio junto a Margarita, que divertida, lo abraza por la cintura para mantenerlo cerca. Y lo consuela entre risas.

La pequeña, viendo la escena, ríe divertida y murmura algo ininteligible, para lanzarse hacia ellos.

Gonzalo, observando desde su privilegiada posición todo lo que acontece en la sala, ríe y estira los brazos para ayudarla. Sin embargo, en cuanto esta se ve próxima a Margarita y a Alonso, vuelve a estirarse y a lanzarse hacia ellos, siendo recibida con cariño por la joven.

Margarita, entre risas, se levanta de la silla, no sin dificultad. Alonso, ofrece su ayuda solicito y su premio, no es otro, que una caricia y un beso en la frente.

- Entonces, ¿Quién va a escoltarme a misa?- Pregunta divertida, mientras acomoda su falda y la de la pequeña que lleva en brazos.

- Y menos mal que no tuvo usted un polluelo señora… ¡Tanto hombre, en esta casa, y ninguno que la escolte!

Gonzalo, riendo por las ocurrencias del criado le da una palmada en el hombro.

- ¡Anda Satur, calla!

- Tú padre me manda a callar, porque sabe que digo la verdad.- Comenta el criado a Alonso que es a quien tiene más próximo y a quien ha oído reír.

La niña, desde su posición acomodada en los brazos de Margarita, con la cabeza oculta en su cuello, se incorpora rápidamente, busca la mirada de Gonzalo y de Alonso y balbucea algo con energía y una amplia sonrisa, sin dejar de jugar con los oscuros bucles de Margarita.

- Creo que tienes razón- Espeta Margarita risueña a la niña mientras besa su sien - Papá y tu hermano serían la escolta perfecta.

Gonzalo, alzando una ceja se acerca a ellas.

- Si la Señora y la señorita de Montalvo nos lo permiten, será un placer escoltarlas.- Comenta el maestro con las manos sobre los hombros de su hijo, imitando la postura ‘de descanso’ de este.

- Será un placer, señor- Responde Margarita con fingida seriedad y una sonrisa en los labios, mientras la pequeña, se lanza a los brazos de su padre encandilada, para acomodarse contra su pecho.

- Si lo que yo digo siempre.- Comenta Satur al ver salir a la familia hacia la calle- ¡En esta familia hasta la palomita sabe volar!


~FIN~
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Aledis
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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Aledis » Vie May 11, 2012 7:59 pm

Shere, me alegra que tengas un hilo para cada relato largo. Es un lujo tenerlo todo seguido y ordenado para deleitarnos en cualquier momento, sin tener que rebuscar Imagen

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Arya
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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Arya » Vie May 11, 2012 8:15 pm

Shere, acabo de leerlo. Es una auténtica maravilla!!! Me ha encantado de principio a fin. Esas miradas de Gonzalo hacia las personas a las que más ama. Con ese miedo por perderlos. Con esas dudas, pensando que les hace daño por ocultarles algunas cosas, y a la vez sabiendo que no puede contarles nada. Los momentos de Alonso y Margarita, tan bonitos, tan tiernos. Ainssssss, es precioso.

Sigue escribiendo y dejándonos tus relatos!!! Imagen
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Sherezade
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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor Sherezade » Vie May 11, 2012 9:18 pm

Pero, ¿os habéis pegado el atracón? Imagen

Sois increíbles Imagen cuando me puse a trasladar, creí que era más breve... lo que hace la memoria selectiva! Imagen Así que tenéis mi más sincera admiración. sobretodo porque al pegarlo, quedó un pelín rarete Imagen

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lunanueva
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Re: Domingo de misa - Completo

Mensajepor lunanueva » Vie May 11, 2012 10:08 pm

Pues yo me acabo de dar el atracon pero con un gustazo tremendo Imagen Imagen

Te lo he dicho mil veces pero lo vuelvo a repetir, a sus pies Mi Dama De los Velos Violeta
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