NOCHE TOLEDANA
Gonzalo está harto de quedarse en casa, solo. Se le cae encima porque Margarita ya no está viviendo con ellos. Dado que su compromiso con Juan es oficial, Lucrecia se ha ofrecido a mantener el buen nombre de su amiga hasta la boda y la ha invitado a quedarse hasta la fecha del enlace en palacio.
Cuando Gonzalo llega a la taberna del Cipri se encuentra acodado en la barra a Hernán. Despechado por los sinsabores de su relación con Lucrecia y debido a su decaído corazón (y lo que no es corazón ni está decaído) que la reclama, el comisario ha decidido acabar con las remesas de vino de Navalcarnero de Cipri. De esa guisa lo encuentra nuestro Gonzalo y decide sentarse en el taburete libre. Mira al comisario y le pide a Cipri: "Ponme lo mismo que esté tomando él" El comisario le mira y responde "Invito yo".
Alternando invitaciones, beben en silencio. Los dos sospechan el dolor del otro (lo de Margarita es vox populi y que el comisario ya no está convidado al lecho de la marquesa... es la comidilla de la villa) Finalmente, y sin saber quién ha empezado, se encuentran despotricando de las mujeres en general y de sus amadas en particular:
H: ...y ni siquiera tiene en cuenta tooooodo lo que he hecho por ella...
G: ...y se va con él tan campante, claaaaaaaaro como es nooooobleeeee....
(y siguen vaso tras vaso, jarra tras jarra)
H: ...seguro que ahora mismo está echándome de menos... nadie puede igualarme...
G: ...y entonces ella me besó, ¿te das cuenta?, ¡me besó! ella, a mí, vino y me besó...
De repente se miran y sin decirse nada acuerdan seguir un plan parejo. Salen riéndose a carcajadas de la taberna del Cipri y emprenden el camino hacia el palacio de la marquesa, con paso bamboleante, a veces algo inseguro, el uno abrazado al otro, entonando desafinados "Asturias, patria querida".
Al llegar a palacio, Gonzalo no sabe si llamar al sereno o saltar la verja. Hernán le indica la entrada secreta que lleva directamente al ala de los dormitorios. Una vez dentro del palacio, Hernán va directo a la habitación de Lucrecia ("que morro tienes, como tú te sabes el camino" Gonzalo dixit) mientras Gonzalo va de puerta en puerta, asomando la cabeza a ver si distingue una melena oscura apoyada en la almohada. Cuando la encuentra, le entra la risa floja por lo bajini al pensar que el medicucho ese no tiene nada que hacer. A ver quien va a preferir un pequeño bisturí frente a su... ¡katana!
¿Y cómo despertarla? A lo príncipe azul: Gonzalo camina sigilosamente hasta llegar a la cama donde descansa Margarita. Como hace buena noche, no se ha tapado del todo y el cobertor sólo le llega a la cintura. Gonzalo queda hipnotizado unos interminables segundos con el vaivén del pecho de Margarita al respirar. Arriba, abajo, arriba, abajo... Cuando logra salir de su ensoñación, se acerca hasta el borde de la cama y se sienta muy despacio para no despertar a su dama. Quiere recrearse un momento la vista en ese rostro que le persigue en sus noches en vela. Margarita parece que intuye algo porque se remueve aunque no llega a despertarse. Ahora su rostro está levemente ladeado hacia Gonzalo y sus labios se han entreabierto en un suspiro no finalizado. Gonzalo acaricia su pelo y, apoyando las manos en la almohada, avanza con estudiada lentitud, observando cada posible reacción de Margarita hasta aposentar sus labios en los de ella. Un beso suave y lánguido que apenas la despierta.
M: ¿Qué...? Gonzalo, ¿eres tú? ¿Pero qué...?
G: Ssssshhhhh... Sí, soy yo... ssshhh... no hace falta que te despiertes... solo dejate llevar...
¿Y si eso no funciona? A lo machote desesperado: Gonzalo camina sigilosamente hasta llegar a la cama donde descansa Margarita. Como hace buena noche, no se ha tapado del todo y el cobertor sólo le llega a la cintura. Gonzalo queda hipnotizado unos interminables segundos con el vaivén del pecho de Margarita al respirar. Arriba, abajo, arriba, abajo... Cuando logra salir de su ensoñación, se acerca hasta el borde de la cama y empieza a desvestirse. Menos mal que las camisas escotadas son fáciles de desabrochar, básicamente por que no tienen apenas botones y para botones no está Gonzalo en ese momento. Aparta la cubierta con mucho cuidado y se desliza cual

sigiloso entre las sabanas. Por un momento se queda mirando a Margarita, velando su sueño porque quiere recrearse un momento la vista en ese rostro que le persigue en sus noches en vela. Margarita parece que intuye algo porque se remueve aunque no llega a despertarse. Ahora Gonzalo tiene un problema ya que Margarita ha deslizado su cuerpo hasta quedarse a apenas unos centímetros de su inhiesta virilidad. Apenas puede controlar su respiración y siente la sangre palpitar en sus sienes. Si no logra dominarse, se abalanzará sobre Margarita, probablemente asustándole y echando al traste todo su plan. El rostro de Margarita está levemente ladeado hacia él y sus labios se han entreabierto en un suspiro no finalizado. Gonzalo acaricia su pelo y, apoyando los brazos alrededor de su cuerpo, acepta esa evocadora invitación con la esperanza de alcanzar un paraíso mayor. Avanza con estudiada lentitud, observando cada posible reacción de Margarita hasta posar sus labios en los de ella. Un beso suave y lánguido que pronto se convierte en un ataque avasallador al fortín que desea fervientemente conquistar. Margarita apenas tiene tiempo de despertar.
M: ¿Qué...? Gonzalo, ¿eres tú? ¿Pero qué...?
G: Ssssshhhhh... Sí, soy yo... ssshhh... no hace falta que te despiertes... solo dejate llevar...
...Al ir a replicar, Margarita comete el error de entreabrir los labios, lo que permite a Gonzalo entablar batalla dentro mismo de su boca. Esa lengua audaz y subyugadora la deja sin aliento, pero solo unos instantes. Tímidamente al principio, con osadía después, no solo le planta cara sino que traslada la liza a terreno contrario. Gonzalo se encuentra sorprendido del arrojo de Margarita para sentirse complacido más tarde al ver que sus noches de soledad han terminado... de momento.
Satur entra en el cuarto del amo para descorrer las cortinas. Anoche debió llegar tarde porque no le sintió entrar como otras noches. Tanteando para no tropezar con los muebles y romperse la crisma, llega hasta la ventana. Por fin la luz se abre paso en el interior del dormitorio. Cuando Satur se gira hacia la cama, da un respingo. Cualquiera diría que esa noche el amo ha peleado con todos los demonios del infierno. La cama está revuelta en un lío de sabanas. Satur adivina a duras penas dónde está su amo puesto que en la cabecera de la cama se ven sus pies asomando bajo el batiburrillo de ropas y a los pies se adivina la cabeza y algo más. Con curiosidad y mucho cuidado, Satur levanta la sabana para descubrir que ese algo más es el almohadón que su amo usa para descansar su ocupada cabeza. Sin embargo ahora no la descansa, más bien se diría… ¡que se la está comiendo a besos! Satur no sabe dónde meterse. No es la primera vez que lo pilla en esa tesitura, pero cada vez va a más. Hemos pasado de suspiros, de “Margarita, ¡ven y bésame!” a gemidos ardorosos y besos apasionados a una funda rellena de plumas de ganso. Finalmente, Satur decide dejar al amo entusiasmado con su faena y marcharse a emprender las suyas.
-En una de estas se nos queda así para los restos. Si es que esto no puede ser sano, no señor. Más le valdría ponerse así de fogoso con la de verdad que seguro que se queda más a gusto que con la de tela.