REGRESO - Lunanueva -

En este espacio tendrán cabida todos los relatos que nos inspire nuestra serie favorita. Fan-fics, relatos cortos e incluso poesía.
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lunanueva
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Jue Nov 08, 2012 7:07 pm

Mil gracias chicas por pasaros por aqui Imagen Imagen Imagen Imagen Os dejo otro trocito.

11.

Lejos del palacio, en la Villa, las calles vacías iluminadas tenuemente por las antorchas colgadas de argollas aquí y allá, guardaban las vidas de aquellos que no disponían de más lujos que un techo dónde refugiarse y un plato de comida, aunque algunos tristemente ni de ello podían disfrutar. El suave resplandor que salía por las ventanas de esos hogares, eran lo único que evidenciaba que aquel lugar estaba habitado. Desde hace tiempo las calles no eran seguras. Cada día los robos y los ataques se contaban por docenas, por lo que nadie se aventuraba a salir una vez que la noche se cernía sobre ellos. Incluso las tabernas, otrora bulliciosas, cerraban sus puertas impidiendo que los lugareños ahogaran sus penas.

En uno de esos hogares una familia disfrutaba de la cena, mientras reían con las historias de uno de ellos. Satur había vuelto a recordar sus días como actor de teatro en la vieja Verona y armado con una cuchara a modo de espada, relataba con todo detalle una de aquellas tardes de capa y espada con más comedia que drama. El benjamín de la familia reía con todas sus fuerzas mientras la madre a su lado vigilaba que no derramara la sopa o golpeara la mesa en uno de sus arrebatos, sin dejar de sonreír ante las ocurrencias del que para ella era mucho más que un simple hombrecillo. Al otro lado de la mesa, dos muchachos reían y aplaudían, agradecidos de que por unos minutos las preocupaciones o los miedos fueran alejados de sus mentes.

- … Y así, de este modo, con mi arma presta para el combate, aunque ni pincha ni corta pero eso no importa, me lanzo contra aquel que osa detener mi camino. Tras un breve lance, servidor se alza victorioso, enfunda su fiel espada en la vaina que porta al cinto y con una cuidada reverencia, se postra ante su público, el cual agradecido por la diversión recibida no duda en unir sus manos para aplaudirle. Muchas gracias por su atención.

Cuatro pares de manos comienzan al tiempo a aplaudir mientras el orador realiza una tras otra divertidas reverencias.

- Gracias, muchas gracias. Si es que… con un público así… ¿quién quiere volver a las Italias esas?

Unos golpes en la puerta interrumpen su discurso.

- ¿A estas horas? ¿Quién puede ser? – El hombrecillo se encamina hacia la puerta para abrir el cerrojo. – ¡Catalina! Ya era hora mujer, iba a salir a buscarte, que la señora sino me cuelga.

- Anda Saturno… que tienes cada cosa. Déjame pasar que hoy estoy que muerdo. ¿Está mi hijo aquí?

- Si madre, Alonso me dijo que pasara a cenar con ellos.

Catalina se acercó hasta la mesa donde se encontraba su hijo junto con el resto de la familia.

- Cata, siéntate cariño, que vaya horas. Queda algo de sopa de Satur si quieres.

- No te preocupes Margarita, ya he cenado en palacio. Estaba más preocupada por este, que con la cabeza que tiene, me lo veía sin cenar. Tol día con sus dibujos.

- Madre. Que ya no soy ningún niño.

- Si ya lo sé hijo, pero reconoce que cuando te pones con tus dibujos y tus historias te olvidas del resto.

Alonso miró a su amigo y sonriendo le dio un par de palmadas en la espalda.

- En eso tiene toda la razón del mundo, Murillo.

El pequeño Gonzalo, que estaba escuchando todo con mucha atención, rodeo la mesa para acercarse a los dos jóvenes y sin dejar que el de pelo rizado contestara a su madre y a su amigo, comenzó a hablar a toda prisa.

- ¿A qué vas a enseñarme a dibujar? Me prometiste que lo harías.

- Te dije que lo intentaría. No todo el mundo es capaz de aprender.

- Pero yo quiero pintar como tú.

- Y me parece muy bien, pero tienes que entender que a lo mejor no lo consigues, y luego te enfadarías. Que te conozco.

Alonso veía cómo su amigo discutía con el pequeño, el cual se ponía bastante cabezota cuando quería conseguir algo. Por mucho que Murillo lo intentara, no conseguiría que el pequeño fuera un artista, no tenia paciencia. El niño no era capaz de aguantar mucho tiempo realizando una misma tarea. Así que decidió poner fin a la discusión. Sin levantarse de la silla se estiró hasta coger a su hermano y lo colocó sobre sus rodillas haciéndole reír.

- Anda ven aquí y deja a Murillo tranquilo un rato, que cuando te pones cabezón…

- Pero Alonso, que fue él el que me dijo que podía aprender.

- Y seguimos… Gonzalo, ya veremos. Ahora cálmate y déjales que estaban hablando ellos.

- Ya pero…

- Gonzalo…

Alonso no necesitó decir ni una palabra más. Simplemente miró a su hermano con las cejas levantadas, al igual que hacía tiempo atrás su padre, y el niño no volvió a protestar. Margarita observaba a los dos y no pudo evitar que su mente vagara hasta un recuerdo semejante. Solo que en ese momento los papeles estaban intercambiados, Alonso era el que recibía la regañina por alguna trastada y Gonzalo quien le intentaba hacer entrar en razón con mucha paciencia y algo de mano dura. En ese momento Gonzalo desvió la mirada desde su hijo para posarla sobre ella y pronunciar su nombre en un susurro.

- Margarita…

- Margarita…

- ¡Margarita!...

El susurro se convirtió en un grito que le hizo salir del recuerdo, ya no era la voz masculina, sino la de su amiga que la devolvió a la realidad.

- ¿Qué?

Sobresaltada se dio cuenta que no les había estado escuchando, y ahora todos la observaban fijamente.

- ¿Pasa algo tía?

- No, no, nada cielo. Lo siento Cata, no te escuchaba, continúa por favor.

- Chica últimamente estas más en los cerros de Úbeda que en la Villa. Pues eso, que la marquesa me tiene arta. No veas la que nos ha montado esta tarde. Y espérate, no te extrañe que mañana te monte alguna a ti también. Que menudas pulgas tenía, nos ha tirado toda la ropa por el santo suelo, y venga a decirnos de todo menos guapas. Vamos que me han dado unas ganas de arrearle una torta…

- Si sólo fuera una… Algo más que una torta bien dada se merece, a ver si así se le bajaban los aires de grandeza, que mucho se las da de noble pero de cuna… la misma que la mía.

- Di que sí Satur. Sólo espero que esta noche el Comisario la deje satisfecha y agotá para que mañana duerma hasta bien entrado el día. Aunque es más fácil que el que se agote sea él antes que esa bruja de…

- Cata… - Margarita le cortó suavemente con una mirada en dirección al pequeño que comenzaba a bostezar en los brazos de su hermano.

- En fin, mejor lo dejamos que ya he tenido bastante por hoy. Vamos hijo que se hace tarde. Buenas noches.

Ambos caminaron hacia la puerta acompañados de Margarita. Ya allí, Catalina puso una mano sobre el brazo de su amiga.

- ¿Todo bien? Que te he visto un momento algo perdida. Mira que esta mañana te lo he dejado bien claro.

- Todo bien Cata, voy a hacerte caso. Ya hablaremos.

- Muy bien. Que descanses. Mañana te paso a buscar, o mejor dicho, dentro de un rato, que con las horas que llevamos… Buenas noches cariño.

- Buenas noches Cata, y gracias por todo.

Margarita cerró la puerta y la atrancó por dentro. Toda precaución era poca en estos tiempos.

- Bueno… pues ya es tarde, así que usted pequeño aprendiz de pintor… ya debería estar en la cama.

- No tengo sueño.

- ¿Cómo que no tienes sueño? Si llevas un rato bostezando encima de mí y hasta te he visto dar algún cabezazo.

- Pero eso no significa que tenga sueño… - Sin poder evitarlo un nuevo bostezo se apoderó del pequeño mientras los presentes sonreían.

- Anda enano, vamos que te llevo a la cama.

Alonso se levantó con él en brazos y casi en la puerta del dormitorio el niño se revolvió.

- ¡Espera! Mama me prometió que me contaría un cuento

Satur y Margarita estaban terminando de recoger todo y ambos se miraron antes de volverse hacia los chicos que los esperaban en la puerta.

- Esta bien… aunque no debería, que ya es muy tarde.

Los tres entraron en la pequeña habitación y Alonso acostó a su hermano mientras le decía en voz baja.

- ¿Me dejas que me quede yo también?, hace mucho que a mi no me cuenta ninguno.

- Pero tú ya eres mayor, los cuentos son para los niños.

El gesto tan serio del niño hizo que los mayores no pudieran aguantar una pequeña risa. A veces parecía un adulto encerrado en un cuerpo pequeño.

- Cariño, los cuentos también pueden ser para los mayores, a veces nosotros también necesitamos que nos hagan viajar a otros lugares. Y a tú hermano siempre le gustaron antes de ir a dormir.

Eso pareció convencer al benjamín que le dejó un hueco en la pequeña cama, el cuál Alonso pronto ocupó. Margarita se sentó en el borde de la cama y mientras pensaba como comenzar también se les unió Satur sentado en el suelo y apoyado contra la pequeña mesita. Tres pares de ojos miraban a la morena esperando a que comenzara.

- Érase una vez, hace unos años, en esta misma Villa, sus habitantes pasaron de vivir felices y tranquilos a tener miedo de salir de sus casas. Por las noches se escuchaban extraños gritos en la oscuridad y algunas de esas personas, desaparecieron sin dejar rastro. Nadie sabía qué era lo que ocurría. Los guardias no conseguían detener a los malhechores y las familias pedían a gritos que alguien hiciera algo. Pero nadie se atrevía a poner fin a todo ello. Pero una noche… algo cambió.

“En la oscuridad, una mujer pedía ayuda a gritos, algo le perseguía, la gente estaba tan asustada que no le abrieron las puertas por mucho que a ellas llamara. Ya se iba a rendir y dejar que aquel que la seguía la alcanzara, sólo pensó en su familia que no sabían a dónde había ido. Cerró los ojos mientras sentía el aliento de un hombre cerca de su rostro, pero de pronto un movimiento de su ropa y un golpe sordo le hizo abrirlos de nuevo. Frente a ella pudo ver el hombre tirado en el suelo inmóvil. Miró a un lado y otro y no encontró nada que le indicara lo que acababa de ocurrir. Por el rabillo del ojo distinguió una sombra que parecía moverse subiendo por la pared hasta los tejados. La mujer fijó su vista en esa sombra y de pronto desapareció. Desde el tejado vio caer algo suavemente. Ella se apresuró hasta el lugar y tomó en sus manos aquello que la sombra dejaba a su paso. Se trataba de una pluma. Un pluma roja…”

- ¡Era el Águila Roja! – El pequeño Gonzalo, lejos de tener miedo ante el cuento que le estaba relatando, miraba a su madre con los ojos muy abiertos. - ¿A qué sí? Madre, dí que sí.

- Así es, hijo, la sombra era Águila Roja. – Sonriendo su madre le acarició la mejilla. – Veo que ya te sabes el cuento. Así que será mejor que lo dejemos.

- Noooo, no, sigue por favor. Es el que más me gusta.

- Esta bien. Veamos… Desde esa noche, la gente comenzó a sentirse más segura. Los robos y las desapariciones se estaban acabando y todo el mundo le daba las gracias al que se hacía llamar Águila Roja. Siempre que alguien se encontraba en peligro, aparecía, y al marcharse dejaba su pluma como sello.

- ¿Vosotros le conocisteis verdad? Alonso y tú, y Satur también.

- Sí, la verdad es que los tres tuvimos la gran suerte de conocerle. Tu hermano por ejemplo hablaba muchas noches con él.

- Jo, que suerte Alonso. Seguro que te contó y te enseñó muchas cosas. Pero nunca me has contado quién era.

- Porque eso nadie lo sabía, Gonzalo. Si la gente lo hubiera sabido podría ponerse en peligro.

- Alonso tiene razón. Siempre cubría su rostro. Sólo dejaba al descubierto los ojos, que hablaban mucho más que su boca. Aunque… en realidad… sí que alguien sabía quien era. – Margarita miro un instante a Satur. – Con el Águila siempre iba un hombre. Era su mejor compañero, su amigo… su hermano, y gracias a él, consiguieron salir victoriosos de muchos problemas. Incluso se cuenta que le salvó la vida en más de una ocasión arriesgando la suya propia. Sin duda, también fue un héroe. Sin llevar armas ni nada parecido, el postillón del Águila iba de un lado a otro siempre cerca del enmascarado.

- Sí, aunque muchas veces se las tenia que ingeniar para seguirle, que lo de ir saltando por los tejados… creo que no lo dominó muy bien. – Satur hizo un gesto al escuchar que le mencionaban, e incluso podría decirse que se emocionó.

- Madre… ¿y padre también le conoció?

Los tres adultos se miraron entre ellos unos segundos. Margarita esbozo una sonrisa y continuó hablando.

- Sí cariño. Tu padre también le conoció. La verdad es que fue la persona que mejor le conocía. – Sin poder evitarlo, sus ojos se empañaron, pero no dejó que las lágrimas afloraran.

- ¿Y eso por qué?

- Estas muy preguntón esta noche enano. ¿No crees que ya va siendo hora de dormir?

Margarita agradeció con un gesto a su sobrino el que interrumpiera al pequeño, de lo contrario no sabía cómo contestarle sin decirle demasiado.

- Es verdad. Ya basta, que luego no hay quién te levante. Venga, todos a la cama.

Satur y Alonso dieron un beso al pequeño y salieron de la habitación. Margarita le arropó y se inclinó sobre él para besarle.

- Madre… Padre… ¿era muy bueno, verdad?

- Lo era, el mejor. Y tanto tú, como Alonso, sois igualitos a él. Y ahora a dormir. Buenas noches mi vida.

La joven cogió la vela y salió de la habitación cerrando la puerta tras ella. Tanto Satur como Alonso ya se habían acostado, así que fue apagando las velas de la sala hasta entrar en su dormitorio. Allí se despojó de las pesadas ropas y se puso el camisón. Antes de meterse en la cama se acercó hasta la mesita dónde reposaba un viejo cofre de madera. Suavemente lo abrió y saco de su interior una pluma roja. Con ella en las manos se subió al lecho y se arropó con las mantas. Esta noche no se sentiría tan sola. Soplo la vela, cerró los ojos y comenzó a soñar…
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Aylynt
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor Aylynt » Sab Nov 10, 2012 5:16 pm

Una escena familiar preciosa, Imagen Y por lo que se ve, ya Margarita y Alonso saben quién fue AGR. El niño igualico que el padre, jejeje, insistente y espabilado. Muy bonita la última escena con Maragrita durmiendo con la pluma roja, ainssssssssss El recuerdo a aquella primera intervención de Águila en el primer capítulo me ha gustado muchoImagen ¡qué tiempos aquellos!
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Daira7
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor Daira7 » Dom Nov 11, 2012 10:43 am

Llevaba un poquito de lectura atrasada pero ya me he puesto al día Imagen

Genial esa conversación en el tejado de Margarita y Alonso, genial el encuentro entre Lucrecia, Nuño y el Comisarío y supergenial el último trozo que has dejado con Sátur y sus historias, el cuento de Águila Roja y la escena final de Margarita en la cama con la pluma roja entre sus manos Imagen

Una de las cosas que más me gusta de tu relato, aparte de la intriga que mantienes desde el principio, es como consigues que esté siempre presente Gonzalo aún sin estarlo, no sé si me explico..... Imagen

A la espera quedo del siguiente trocito para deleitarme con ese sueño de Margarita, ¿¿¿¿por qué nos vas a explicar el sueño verdad???? Imagen

Como ya no sé que decirte sin repetirme, me limitaré a darte un gran aplauso Imagen Imagen Imagen
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Aledis
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor Aledis » Dom Nov 18, 2012 10:52 pm

Cuánta nostalgia en los tres adultos, mientras Margarita le cuenta a Gonzalo la historia de Águila Roja Imagen Cuánto sentimiento en cada capítulo, Luna!! Imagen

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 08, 2013 9:58 pm

12.


A lo lejos ya podía distinguir la silueta de su hogar. Era una pequeña casa solariega, no muy ostentosa, algo alejada de la villa y rodeada de árboles. A pesar de que antaño lo deseaba, los lujos no eran lo ahora buscaba, sino más bien la libertad de los espacios abiertos fuera del agobio de las calles atestadas. Los había obtenido, gracias a su matrimonio, cierto, había recibido tierras y títulos, pero también responsabilidades que no le gustaban. Pero tampoco podía negarse a seguir el juego que el poder traía consigo. Como una vez le dijo un buen amigo y mentor: “Mantén a tus amigos cerca de ti, y a tus enemigos en tu propia casa”. Y así hacía desde hace mucho tiempo, se había convertido en un maestro en la falsedad, ironía y arrogancia.

Sólo podía quitarse esa mascara en momentos como el que estaba viviendo ahora. Cabalgaba solo, sin más luz que la proporcionada por las estrellas. Se sentía seguro. Su caballo no necesitaba que lo guiaran. Animal y jinete se entendían con simples y ligeros roces, y tanto uno como otro lo que más deseaban era llegar a la tranquilidad del hogar conocido.

Hernán apenas miraba el camino, su mente todavía guardaba el recuerdo, la imagen, de una mujer que era capaz de hacerle perder el sentido y la razón. Lucrecia. Tantos años, tantas luchas por intentar conseguirla, para nada. Siempre había sabido que lo utilizaba, como a todos los hombres que se acercaban a ella. Era una perfecta titiritera manejando los hilos de sus marionetas. Lo sabía y no se arrepentía de ser manejado y dominado, pero todo tiene un límite y Lucrecia lo cruzó.

Le había perdonado muchas cosas, pero eso no podría perdonárselo nunca. No podía demostrarlo, aún, pero lo conseguiría y ese día, aunque le dolería en lo más profundo de su alma, se cobraría todo lo que esa mujer había hecho.

Al percatarse que el animal aceleraba el paso salió de sus ensoñaciones. Ya estaban casi en la entrada de la casa. Un mozo salió a su encuentro alumbrando con un farol y sujetó las riendas mientras desmontaba. Hernán palmeó el cuello de su fiel corcel y se dirigió a su habitación.

La sala estaba caldeada, los criados habían preparado todo para que se sintiera cómodo. La noche resultaba algo fría, y el trote del caballo aumentaba esa sensación, por lo que la temperatura se agradecía.

Se despojó de la capa, sombrero y dejó los guantes sobre el escritorio. Al sentarse sobre la cama para quitarse las botas se llevó las manos a la cabeza para masajearse las sienes, se sentía agotado. El día no podía haber ido peor. Primero fueron los calabazos y esa visita que aunque esperada, temía por sus consecuencias. Y más tarde la cena obligada en Palacio.

Nuño. Sólo podía pensar en él. Dos años y ya era todo un hombre. Dos años habían bastado para convertirlo en todo un noble, con todo lo que ello significaba. Lo había visto en sus ojos, su mirada no era la que recordaba. Lucrecia lo había conseguido… alejarlo de él. Lo que más temía. Para Nuño siempre sería el Comisario, cualquier resquicio de amor que en tiempos hubieran podido compartir, su madre lo enterró en lo más profundo de su alma. Otra cosa más que añadir a los cobros pendientes.

Dos golpes resonaron en la alcoba y Hernán se levanto perezoso para abrirla. Un criado esperaba tras ella.

- Señor. - El joven le entregó una carta lacrada que Hernán se apresuró a tomar entre sus manos.

- ¿Cuándo ha llegado?

- Hará apenas una hora señor. El mensajero indicó que esperaba la respuesta para mañana al anochecer.

- Bien, puedes retirarte.

El joven hizo una ligera reverencia y se marchó.

Hernán cerró la puerta y se sentó en el escritorio cerca de la chimenea. Las velas que había sobre la mesa le permitían leerla sin ningún problema, solo ellas y el fuego iluminaban la estancia.

Tan solo necesitó un vistazo para reconocer la letra de la persona que se la enviaba. Irene. Con cuidado rompió el lacre para leer su contenido. No le prestó demasiada atención, sólo leyó las primeras líneas y reconoció a Irene en ellas. No quería leer nada más, eso le pertenecía a otra persona.

Tomó una de las velas y la colocó detrás del papel. Al darle la vuelta a la carta y acercarla al calor de la llama comenzaron a aparecer nuevas líneas. Era el modo que tenían ambos para que nadie más pudiera leer lo que se comunicaban. Tinta de limón. Un viejo truco que le enseñó hace mucho tiempo su maestro, y que les había ayudado en muchas ocasiones. Lo cierto es que Irene era una experta en el uso de dicho truco. Hernán esbozó una sonrisa de orgullo al recordar los días en que le enseñó a utilizarlo. A pesar de ello, no escribían mucho, sólo lo justo, no podían arriesgarse.

“Querido Hernán,
Espero que recibas esta carta el mismo día de tu llegada a la Villa. Si mis cuentas no fallan, habrás llegado en la mañana. Debes saber que al día siguiente de tu partida tuve que abandonar el lugar. Nos avisaron que andaban cerca y no quieren que corramos riesgos. Confío en que tú tampoco los corras.
Estoy preocupada. No tengo noticias.
Te ruego que me digas algo.
Ten cuidado y vuelve pronto.
Irene.”


Hernán volvió a leer entre líneas. Irene estaba preocupada y no era para menos. Cualquier error podría costarles muy caro. Sabía a dónde marchaba ella, lo habían hablado y planeado antes de su propia marcha, allí estaría segura.

Dobló la carta y la guardó en un lugar seguro detrás del cabecero de la cama. En la mañana tendría que volver a Palacio. Tenía que entregar y recibir una nueva carta.

Y una vez más encontrarse con Lucrecia. No podía borrar de su mente la imagen de ella junto al fuego de la chimenea, el recorrido de sus dedos incitadores sobre su escote, el movimiento de su cuerpo al andar, su voz invitándole a su alcoba… El cansancio le pudo y se sumió en un profundo sueño.

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 08, 2013 10:05 pm

13.


- Que no, Cata, que no. Que ya me tiene arta.

Margarita y Catalina entraron en las cocinas visiblemente alteradas. La una con un cesto con la ropa de labor y la otra una bandeja con los restos del desayuno de la Marquesa. En la cocina había dos chicas más que, al verlas llegar, se miraron entre ellas y se marcharon cada una a sus respectivas tareas. Catalina dejó la bandeja sobre la mesa y miró a su amiga que andaba de un lado a otro de la sala.

- A ver Margarita, cálmate un poco, que la vas a liar…

- ¿Cómo me puedes decir que me calme? ¿Pero tú la has visto? Si le ha faltado un pelo para echarme a la calle y todo por que me marché anoche, siendo que ya había terminado mi jornada.

- Si ya te lo dije anoche… que te la iba a montar… que como no tuvo lo que quería tener… pues la paga con el personal. Y baja la voz que como se le ocurra aparecer nos pone a las dos de patitas en la calle.

- ¡Pues que lo haga! – Volvió a tronar Margarita - Así podré decirle de una vez todo lo que llevo callando. Que ya son muchos años aguantando sus desplantes, malos modos…

- ¿Y después qué? – Le corto Catalina – Si te echa, ¿qué harías? Que tienes varias bocas que alimentar en casa.

- Pues no lo sé Cata. Pero no puedo aguantarlo más. Lleva toda la vida haciéndome daño y lo sigue haciendo. Sabe perfectamente qué decir en cada momento para hundirme.

Margarita se dejó caer pesadamente sobre una de las sillas junto al fuego de la chimenea. Catalina se acercó a ella y le hizo mirarle a la cara, con una sonrisa se agachó para ponerse a su altura.

- Y yo te voy a decir por qué lo hace. Porque te tiene envidia. Siempre ha sido así, desde que erais unas crías. Ella siempre ha querido lo que tú poseíste y como nunca lo pudo conseguir, pues se comporta como una niña chica consentida.

- Es una bruja.

- Pues si, le falta la escoba, pero como ya no recuerda lo que es eso…

Margarita no pudo evitar sonreír y que se le escapara una pequeña risa.

- Ay Cata, si no fuera por ti… no sabes lo mucho que te quiero.

Ambas amigas se fundieron en un abrazo.

- Buenos días.

Una voz masculina les sobresalto y se levantaron como empujadas por un resorte hacia el lugar de donde provenía. Catalina fue la primera en reaccionar.

- Buenos días Comisario. ¿Qué se le ofrece? ¿Quiere que avise a la Señora?

- No Catalina. No te molestes, no he venido por Lucrecia. ¿Está Nuño en Palacio?

- No Señor, el señorito Nuño marchó hace una hora al Palacio Real, al parecer tenía una cita allí.

- Bien, me lo imaginaba. Me marcho entonces. Buenos días señoras.

Con un ligero gesto a medio camino entre saludo y reverencia, se despidió de las dos mujeres. Casi en la puerta se volvió.

- Catalina, ¿dónde puedo encontrar al jardinero?

- ¿El jardinero? Sí… él… él… - Catalina no pudo evitar titubear ante la pregunta.

- Podrá encontrarlo en el Laberinto. Tiene trabajo pendiente allí. – Margarita contestó al notar el nerviosismo de Catalina.

- Gracias una vez más.

El Comisario salió de las cocinas dejando a las dos mujeres un tanto desconcertadas. Entró en los jardines y se encaminó hacia el lugar que le habían indicado. El Laberinto había sido un capricho del difunto Marqués de Santillana. Al parecer le gustaba perderse entre sus pasillos para disfrutar de un buen libro a solas. Hernán sonrió al recordar el uso que tanto él como la Marquesa solían darle, por lo que se lo conocía de memoria y era capaz de recorrerlo con los ojos cerrados. Borró el recuerdo de su mente, ahora no quería pensar en ella, había pasado toda la noche soñando con esa mujer.

Tras unos minutos recorriendo los pasillos delimitados por altos muros de alibustre y rosales trepadores, dio con la persona que buscaba. Martín estaba agachado, eliminando las malas hierbas que crecían junto a una de las fuentes que decoraban los rincones del lugar.

- Me indicaron que podría encontrarte aquí.

Martín dejó lo que estaba haciendo y se puso en pie sacudiendo las manos de tierra.

- Comisario. – Martín se sentía incomodo ante la presencia del otro hombre.

Hernán metió la mano bajo su chaqueta y sacó una hoja de papel cuidadosamente doblada para entregársela al joven. Martín la tomó en sus manos casi con miedo.

- Tienes una hora. Confío en que es tiempo suficiente. Ya sabes dónde dejarlo.

Martín fue a contestar, pero un movimiento a la espalda del Comisario le hizo cambiar de opinión y esconder el papel entre sus ropas. Hernán se percató también del movimiento y se volvió.

- Vaya, vaya. ¿Se puede saber que haces con mi jardinero? Martín, vuelve al trabajo.

- Sí, Señora, con permiso. – Martín tomó las herramientas y se marchó dejando a la pareja mirándose el uno al otro.

- Tan solo le preguntaba sobre unas flores que me gustaría que plantasen en mis propios jardines. Al parecer a mi esposa le han gustado después de verlas en uno de los lugares que hemos visitado.

Lucrecia le miró con una media sonrisa y se acercó un poco más a él.

- Flores… para tu esposa. Ya veo. Y para eso has venido hasta aquí con la cantidad de jardineros que pueblan la Villa. – Su voz era suave y mientras hablaba giraba en torno a Hernán posando una de sus manos en el hombro. – Hernán, ¿por qué no te dejas de flores y de tonterías… y recordamos los viejos tiempos? A los dos nos gustaba perdernos en este lugar y mucho más sus rincones, te aseguro que me he ocupado de que siempre se mantenga en perfecto estado.

- Lucrecia, lo único que recuerdo es que te lo dejé bien claro anoche. No tengo ningún interés en volver a vivir los viejos tiempos.

- Oh, vamos querido, se perfectamente que lo estás deseando y aquí no puede vernos nadie. ¿O ya lo has olvidado?

- Lo recuerdo perfectamente, pero es solo eso, un recuerdo.

Lucrecia se dio por vencida… o casi. Su rostro cambió para mostrar un falso gesto de tristeza.

- Esta bien. Al menos aceptaras dar un paseo en mi compañía.

- Por supuesto. Pero solo dispongo de una hora. Tengo trabajo atrasado en los calabozos.

- No creo que esos trabajos tengan prisa por ser atendidos, pero como quieras. Una hora es tiempo suficiente para que me cuentes cómo son algunos de los lugares que has visitado.

Lucrecia entrelazó su brazo en torno al de Hernán y comenzaron a caminar por el pasillo central perdiéndose entre los recodos del Laberinto.

Martín llegó hasta el cobertizo en donde guardaba las herramientas propias de su puesto y se aseguró que no había nadie dentro. Al fondo del lugar había una pequeña mesa en donde se acomodó y sacó el papel que el Comisario le había entregado. Le temblaban las manos al desplegar la nota. Su vista se posó en la primera línea del texto y tan solo tuvo que cambiar en su mente un nombre para que las palabras cobraran el sentido deseado.

“Mi querido Hernán,
no tienes idea de lo mucho que te echo de menos.
Mientras paseo entre los bellos jardines junto al pequeño lago, donde los cisnes reposan, no puedo dejar de pensar en tu recuerdo.
El mero hecho de saberte lejos, ver que no estas aquí sentado a mi lado, me duele en el alma.
Echo de menos tus abrazos, tus manos acariciando mi cuerpo y el sabor de tus besos.
Vuelve pronto amor mío.
Tuya, ahora y siempre,
Irene.”


Martín cerró los ojos unos segundos y dos lágrimas de emoción rodaron por sus mejillas. Irene. Hacía tanto tiempo que no se veían. Al menos podían comunicarse de este modo, pero tan solo cuando Hernán regresaba a la Villa. El resto del tiempo solo podía soñar el uno con el otro y recordar los momentos vividos antes de que las cosas cambiaran.

No podía perder mucho tiempo. Una hora era el plazo acordado, así que tomó papel y pluma que tenía guardado a buen recaudo y comenzó a escribir. Quería decirle tantas cosas, pero tenía que ser breve. Hernán se encargaría de hacérselas llegar. Aún no podía creer que él estuviera de acuerdo con el modo de comunicarse, pero a decir verdad, fue el propio Hernán quién les dio la idea. El tiempo pasó rápidamente y Martín terminó con el tiempo justo para recoger todo y esconderlo bien. Tomó ambos papeles, los escondió entre sus ropas y salió del lugar.

Hernán llegó hasta las caballerizas y fue hacia su caballo que lo esperaba ensillado y preparado para salir del marquesado. Se acercó hasta el animal y le palmeó el cuello. Miró a un lado y otro para asegurarse que no había nadie cerca y fingiendo colocar bien la silla metió la mano bajo ella para sacar dos papeles doblados que guardó bajo su chaqueta. Monto y se marchó.
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 08, 2013 10:18 pm

14.


Mientras en la Villa, de nuevo caminaba sin un rumbo marcado, simplemente se limitaba a girar en las esquinas sin siquiera levantar la vista del suelo. Había pasado el día anterior y la noche en una antigua cabaña de cazadores abandonada que apenas se tenía en pie, pero que le había bastado para refugiarse. Podría haber encontrado otra cosa, pero era mejor así. Caminaba cabizbajo, con la capucha cubriéndole el rostro tal y como había llegado. De pronto escuchó la voz de un niño y el sonido le llevó hasta una pequeña plaza tras unas cuadras.

Levantó un poco la vista y lo reconoció como el pequeño que el día que llegó a la Villa saltó de los barriles jaleado por sus amigos. Pero en esta ocasión, ni estaba subido en nada ni le acompañaban los otros niños. El pequeño portaba una espada de madera en su mano derecha y realizaba saltos y ataques contra un enemigo imaginario. El hombre miró a un lado y otro para asegurarse de que no les veía nadie y se acercó silenciosamente hasta el pequeño. Este continuaba con su juego sin prestar atención a nada más.

- Parece que tu enemigo no se rinde.

El niño se sobresalto al escuchar la voz grave a su espalda y se giró rápidamente con la espada apuntando al nuevo atacante. La cara de susto de un principio pasó a una de sorpresa y abriendo mucho los ojos bajó el arma.

- ¡Eres tú! ¡Has vuelto!

- Espero que no te regañaran mucho por lo del otro día.

- No me creen. Tienes que venir conmigo para que te vean. Me dicen que soy un mentiroso. ¡Y no lo soy, yo no miento! – Afianzó su gesto con una mirada enérgica – Bueno… a veces… - No pudo evitar bajar la mirada tímidamente.

- Lo siento por eso. ¿Y no te acompañan tus amigos?

- No, su padre los ha castigado. No les va a dejar salir en una semana.

- Y… a ti… ¿no te han castigado?

- Mi madre no es tan dura como Cipri. Ella es la más buena de todas las madres – una sonrisa de oreja a oreja se dibujo en el rostro del niño – aunque no me dejó salir ayer en todo el día de casa y tuve que ayudar a Satur en todo.

- ¿Y tu padre? ¿Tampoco te ha castigado?

El niño desvío la mirada para otro lado y su rostro se ensombreció.

- Mi padre no está.

- ¿Esta fuera de la Villa?

- Bueno… él… yo… no lo conocí.

El monje notó como el niño había cambiado, parecía que no quería seguir hablando del tema, como si algo le entristeciera. Se agachó doblando las piernas hasta ponerse a su altura, las sombras le ocultaban el rostro.

- Es una pena, pero estoy seguro que tu familia te habrá contado muchas cosas de él.

- Sí. – Volvió a sonreír. – ¡Él era el más valiente de la Villa! ¡Y el más listo! Era capaz de leer en otras lenguas y ayudaba a todo el mundo…

- Vaya, hay pocos hombres así. Tu madre tuvo mucha suerte.

- Mi mama lo quiso mucho y le sigue queriendo. Siempre me habla de él. Y todos en el barrio le conocían, les enseñó muchas cosas.

- Un hombre sabio, por lo que cuentas.

- El que más. Era el maestro.

El encapuchado, al escuchar las últimas palabras del muchacho no pudo contener un estremecimiento. Sintió como el aire se detenía en sus pulmones.

- ¿El… maestro?... Dime… ¿Cuál es tu nombre?

- Gonzalo. – Contestó con orgullo en la voz. - Gonzalo de Montalvo. Como mi padre. ¿Y tú?

El hombre no respondió. Se puso en pie lentamente y le dio la espalda al pequeño. El niño extrañado por la reacción del hombre insistió de nuevo amarrándole del hábito.

- ¿No me vas a decir tu nombre? Yo te lo he dicho.

- No… no importa… es… es mejor así.

- Pero, al menos, acompáñame a casa. Mi madre tiene que verte, no me va a creer si no.

No dejaba de darle pequeños tirones de la tela pero sin conseguir moverlo del sitio. De pronto, el encapuchado escucho las voces de una pareja de jóvenes a juzgar por el timbre, que se acercaban hasta el lugar dónde se encontraban, charlando entre ellos tomados de la mano.

- Debo marcharme.

- ¿Por qué? – La pareja ya estaba muy cerca y el niño los vio. - ¡Mira! Ahí esta mi hermano. ¡Alonso!

El pequeño soltó la presa y salio corriendo en dirección a la joven pareja. El monje lo siguió con la mirada y tras unos segundos se marchó en la otra dirección.

- Alonso, Alonso. Ven, corre.

La pareja se detuvo e intentaba entender al pequeño que daba pequeños saltos frente a ellos para que le siguieran. El joven se agacho y le puso las manos sobre los hombros para mantenerlo quieto.

- Para, para, Gonzalo que no te entiendo. ¿Qué pasa? ¿Qué quieres que vea?

- ¡El monje! Esta aquí, conmigo, llevo un rato hablando con él.

Alonso miró a su hermano con el ceño fruncido y sin soltarlo levantó la mirada para buscar lo que le decía. Luego miro a la joven que le acompañaba como buscando apoyo. La muchacha negó con la cabeza y le habló al niño.

- Gonzalo, cariño. Aquí no hay nadie, solo nosotros tres.

- Matilde, es él. El mismo que me encontré el otro día en la calle. – Soltándose de las manos de su hermano se giró para buscar al hombre. Corrió para subirse a una tapia y señaló al frente. – ¡Mira! ¡Puedo verlo! Se aleja por allí.

Alonso y Matilde llegaron hasta dónde estaba y siguieron la dirección que indicaba. Ambos se miraron y Alonso frunció el ceño.

- Llévatelo a la Taberna, yo iré enseguida.

- Alonso. – Matilde le puso la mano en el brazo. - ¿Qué vas a hacer?

- Confía en mí, sólo voy a ver a dónde va.

- Pero…

- Tranquila. – Le corto antes de darle un beso en la mejilla y salir detrás del encapuchado.

Matilde vio como se alejaba y tomó al niño en brazos para bajarlo de la tapia.

- Vamos, Gonzalo, coge tu espada y vente conmigo.

- Pero, yo quiero ir con Alonso.

- Venga, no protestes. Tu hermano vendrá pronto. Además mis hermanos están deseando que vayas a jugar con ellos.

Alonso caminaba deprisa intentando no perder al encapuchado. Al principio pudo verlo con claridad, pero al internarse en la calle del mercado la cosa se complicó. Tenía que ir esquivando a las personas que caminaban tranquilamente y llegó a chocar con un par de ellas. De vez en cuando se detenía y alzando la cabeza trataba de ver la capucha. El hombre se movía más rápido de lo que pensaba. En un momento dado lo perdió. Con fastidio se detuvo en medio de la calle y miró a un lado y otro sin éxito. Caminó un poco más y se subió a uno de los soportales de la calle para ver si desde la altura conseguía volver a localizarlo.

Nada. Había desaparecido. Con el puño cerrado golpeó la baranda donde se apoyaba y soltó una maldición. Apretó la mandíbula y bajó a la calle para ir a reunirse con Matilde y el pequeño.

Un poco más arriba. Sobre las tejas. El encapuchado lo observaba caminar entre la gente. Había faltado muy poco para que le alcanzase. Si no hubiera decidido subir hasta el tejado probablemente lo habría encontrado. El muchacho era rápido.

No podía dejar de pensar en lo que el niño le había contado. No podía creerlo.

- Esta noche Hernán. Esta noche vas a tener que explicarme muchas cosas.

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 08, 2013 10:28 pm

15.


La Taberna de Cipri estaba casi vacía. La gente no tenia dinero apenas para sobrevivir y pagar los altos impuestos, así que mucho menos disponían de él para gastarlo alegremente. Hecho que estaba afectando en el negocio. Un par de mesas ocupadas por gente de paso y alguna más con hombres del comisario dando buena cuenta de unas jarras de vino.

En el altillo, junto al hogar que hace las veces de cocina, Inés se afanaba en preparar uno de sus mejores platos para los viajeros. Mientras que Cipri volvía a llenar las jarras de los cada vez más ebrios defensores de la ley.

- Anda que… menuda juerga llevan estos, luego que hay delincuentes y robos. Como para no haberlos…

- Cipri. Déjalo ya, que no quiero líos. Ya sabes que por menos de eso que acabas de decir, a otros les han cerrado el negocio y no están las cosas para tirar cohetes. Y menos con los dos pequeños.

- Si eso ya lo sé Inesita, pero es que no los aguanto. Y encima hay que reírles las gracias como si fueran la alegría de la huerta, cuando realmente lo que me gustaría es decirles unas cuantas verdades.

- Pues muérdete la lengua. Mira ahí llega Matilde.

La muchacha entraba por la puerta acompañada del pequeño Gonzalo que nada más entrar se fue directo hasta donde jugaban los gemelos al fondo de la Taberna. Matilde había dejado de ser una niña para convertirse en una bella mujer que traía locos a todos los muchachos del barrio, pero ella solo tenía ojos para uno. Sonriendo llegó hasta el lugar dónde estaban sus padres.

- Hola cariño. ¿Dónde has dejado a tu caballero andante?

- Madre por favor, no empiece otra vez.

- Ay chica, pues si todo el mundo sabe que pronto os prometeréis y os casareis. Si lo sabemos desde que erais unos niños. Ahora solo falta que se decida, que espero que no sea como uno que yo me sé. Que hasta que se decidió…

- ¿Hasta que se decidió quién? ¿De que hablamos? Anda Cipri, dame un trago que vengo de pelearme por una col en el mercado con la panadera y vengo seco.

- Lo de siempre Satur. Mi señora, que vuelve a ejercer de casamentera.

Mientras Cipri le ponía una buena jarra de vino, Satur se sentó en uno de los taburetes junto a la mesa y dibujo una amplia sonrisa mirando hacia las mujeres que estaban en la mesa de al lado.

- Pero Inés, deja a los chicos tranquilos, si además no les hace falta ayuda, si ya se bastan y se sobran ellos solitos.

- Satur tú también, como se entere Alonso te va a echar la cantada.

- ¿A mi? Ya se cuidará, ¡ja! – Satur reía apurando la jarra y sacando los colores a la joven. – Si hay que estar ciego para no verlo, si lo tienes loquito por tus huesos, si besa el suelo por donde pisas, y como se descuide el que se va a quedar ciego es él como siga dándole a …

- ¡Satur!

- ¡Vale! Ya me callo. Por cierto, ¿dónde lo has perdido?

- Se ha entretenido, vendrá enseguida.

- Pues mientras viene y no, hija échame una mano que tengo que terminar de preparar el pan para meterlo al horno.

Las dos mujeres se alejaron a la parte de atrás del local mientras los dos hombres se quedaban charlando y vigilando a los tres pequeños que jugaban junto a una de las mesas.

Unos minutos más tarde, Alonso entró por la puerta y no pudo evitar lanzar una dura mirada a los hombres del comisario que ya comenzaban a levantar la voz. Se acercó hasta dónde estaban los dos amigos charlando.

- Buenas.

- Alonso. ¿Ande andabas? ¿Te pongo un vinito?

Alonso miró a los dos hombres y negó con la cabeza.

- Eh… no, gracias Cipri. Creo que ya tome suficiente el otro día.

- Así me gusta Alonso, aprendiendo. Cipri trae pa’ca la suya que ya me la tomo yo. Anda siéntate al menos un rato con nosotros, que la Matilde anda por ahí atrás y no creo que a Inés le haga gracia que vayas a ponerla nerviosa.

- Satur… déjalo ya. – Contestó lanzando una mirada de soslayo hacia dónde sabia que se encontraba la muchacha. - ¿Dónde está mi hermano?

- Ahí lo tienes, con mis dos fieras. A saber en que andarán pensando ahora. Miedo me dan.

- Tranquilo, iré a desbaratar sus planes.

Alonso se levantó riendo y dio una palmada amistosa en el hombro a cada uno de los hombres antes de buscar con la mirada a los chicos. Llegó hasta ellos que jugaban en una mesa cercana.

- ¿Qué andáis tramando ahora?

- Nada. – Los dos gemelos le miraron a la vez y contestaron al unísono. Resultaba gracioso puesto que lo hacían continuamente. Alonso no pudo evitar que se le escapara una pequeña risa.

- Ya. Muy callado me parece a mí que esta mi hermano… Chicos, ¿me dejáis un ratito a solas con él? Enseguida volvéis a jugar.

- Vale.

Los chicos se fueron corriendo en dirección a dónde su padre limpiaba una mesa. Alonso no sabía cómo comenzar a hablar con su hermano. Quería preguntarle sobre el hombre, pero no sabía como hacerlo sin asustarle. Se sentó en una silla junto a él.

- Gonzalo…

- ¿Lo has encontrado? – El niño lo interrumpió con una mirada expectante.

- ¿Encontrar…?

- Al monje. ¿Me crees ahora? Yo decía la verdad.

- Sí, sí, decías la verdad, siento no haberte creído. Pero no, no lo he alcanzado. Supongo que tendría prisa por llegar a algún sitio.

- Jo, yo quería que madre y tú le conocierais.

- Bueno, ya habrá tiempo para eso.

- Seguro que sí. Además, parece que me ha tomado cariño. Me preguntó mi nombre y todo, pero él no me quiso dar el suyo.

Alonso se puso tenso. No le gustaba ese hombre.

- ¿Te preguntó tu nombre?

- Sí. Y también que si padre estaba en la Villa.

- ¿Y qué le respondiste?

- Pues la verdad, que yo me llamaba igual que padre pero que no le conocí. Cuando le dije eso se quedó callado un rato y luego dijo que tenía que marcharse. Le intenté convencer de que me acompañara a casa pero cuando os acercasteis se marchó. No sé por qué haría eso.

- Pues yo tampoco lo sé. Gonzalo y… ¿te dijo o hizo algo más? ¿Pudiste verle la cara?

- No. Llevaba puesta la capucha y con las sombras no le vi nada. Pero es más o menos de tu altura. Con la voz grave. Y tiene una marca en la muñeca derecha, se la vi cuando le tiré de la manga.

- ¿Una marca en la muñeca? – Alonso cada vez estaba más nervioso pero no quería que su hermano lo notase. - ¿Cómo era esa marca?

El niño se encogió de hombros antes de contestar.

- No sé, parecía como si se hubiese quemado o algo le hubiera apretado mucho. – De pronto el chico pareció recordar algo. - Igual que esa vez que jugando con Daniel y Marcos le atamos las manos a Daniel y se le quedaron rojas. Estuvo varios días con la marca. – El niño se echó a reír pero Alonso se quedó mirando fijamente la tabla de la mesa. - ¿Pasa algo Alonso? – El niño le tiró de la manga y lo sacó de sus pensamientos. - ¿Alonso? ¿Por qué me preguntas tanto? ¿He hecho algo mal?

- No enano, no pasa nada, pero… si vuelves a encontrarte con él, me avisas ¿vale? Anda vete a jugar. – Alonso le revolvió el pelo a su hermano con una sonrisa.

Matilde se acercó hasta dónde estaba el joven y se sentó a su lado. Sin dejar de mirarle pudo ver como su sonrisa desaparecía para dar paso a un gesto de preocupación sin dejar de mirar en la dirección de los pequeños. En un gesto de cariño le acarició la cara con una mano que acabó posando sobre la de él. Al contacto las miradas se encontraron.

- ¿Qué es lo que pasa Alonso?

- Nada. No te preocupes.

- Te conozco muy bien Alonso, y el que esta preocupado eres tu. Dime, ¿pudiste hablar con ese monje?

Alonso esbozo una sonrisa. No podía mentirle.

- No. Lo perdí. Le seguí hasta la calle del Mercado y allí desapareció. Hay algo en ese hombre que no me gusta. Tengo que encontrarlo. No sé dónde se esconde. Pero tengo que dar con él.

- Me estas asustando. ¿Le ha hecho algo a Gonzalo?

- No es que le haya hecho algo. Es… Le ha estado haciendo preguntas.

- ¿Preguntas? ¿Sobre qué?

- Sobre mi padre.
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 08, 2013 10:33 pm

16.


Hernán llegó a su casa. Se le había hecho tarde en los calabozos, había tenido que emplearse a fondo para arrancar la confesión de aquel hombre acusado de varias violaciones. Estaba agotado tanto física como mentalmente.

Cuando sus criados le vieron llegar corrieron a prepararle el agua para que se aseara. No era necesario ni que lo solicitara, las personas que estaban a su servicio eran pocos y fieles, podía confiar plenamente en ellos puesto que todos habían sido elegidos personalmente por Irene y él.

Ya en su habitación, se desprendió de las ropas de cuero negro y comenzó a lavarse. Tras eso se puso unos pantalones y una camisa limpia. Sin perder más tiempo rebuscó en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó dos hojas de papel dobladas.

Se acercaba la hora convenida y tenía que poner en orden sus ideas. Con las dos notas en su mano se sentó en el escritorio. Dos suaves toques en la puerta le anunciaron la llegada de una de las muchachas que entró silenciosa con una bandeja en sus manos. Tras colocarla sobre la mesa junto a la chimenea se acercó hasta su señor y esperó hasta que este levantara la mirada.

- Dime, Lucía.

La joven le tendió una pequeña nota.

- Señor, esto llegó hace un rato.

Hernán tomó la nota que le tendía y antes de leerla pregunto.

- ¿Quién la ha traído?

- Un muchacho de la Villa. Dijo que un hombre se lo había dado para vos. Pero no dio más señas.

- Bien, gracias Lucía. Puedes retirarte. Dile a Damián que venga en media hora.

- Enseguida señor.

La muchacha se marchó cerrando la puerta tras ella. Hernán acercó la nota a la luz de las velas. La estaba esperando.

“A media noche.
Ruinas del Convento de las Carmelitas.
Sin juegos.”

Ni nombre, ni firma… apenas unas líneas. Acercó la nota a la llama de la vela y dejó que se consumiera. Temía que llegara el encuentro, pero no podía evitarlo. Antes de eso tenía que realizar otra tarea.

Desplegó la carta manuscrita que Martín había preparado. La leyó rápidamente y tomando papel, pluma y tinta, se limito a copiarla palabra por palabra cambiando simplemente la firma por su nombre. El contenido le daba igual. Eso era algo que sólo entendían Irene y Martín, para cualquier persona que lo leyera lo entendería como una aburrida carta entre los miembros de un matrimonio feliz.

Acabado ese paso, dejó que la tinta se secara perfectamente mientras él se levantaba hacia una pequeña escribanía junto a la pared, y extraía de un cajón un pequeño frasco y una pluma fina. Con ello es las manos volvió a tomar asiento.

Debía ordenar muy bien sus ideas, no podía escribir mucho ni tampoco quería contarle nada que la preocupara. Una vez que su cabeza estaba en orden abrió el frasquito y mojó la pluma en el líquido de su interior. Dio la vuelta a la hoja donde había escrito y comenzó a escribir con cuidado.

“ Querida Irene,
Tal como pensamos esta vez mi estancia
debe ser más larga.
Confía en ellos, saben lo que hacen.
Tengo que tirar del hilo.
La madeja comienza a soltarse.
Lo he visto.
Confía en mí.
Hernán.”


Un par de minutos después, la tinta de limón estaba completamente seca y las líneas no se veían por ningún sitio. Doble el papel y lo sello con lacre. Mientras terminaba de sellarlo llamaron a su puerta. Hernán se levantó con el papel en la mano y abrió la puerta. Un joven vestido de oscuro permanecía a la espera. Le entregó la carta y este se la guardo sin decir palabra entre sus ropas.

- Ya sabes lo que hay que hacer.

Sin mediar palabra el hombre dio media vuelta y desapareció pasillo adelante.

Hernán se sentó junto a la chimenea, miró la bandeja de comida que le habían traído, pero desvió la vista hacia las llamas. Faltaban aún unas horas para la cita y se le había quitado el apetito.

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 08, 2013 10:33 pm

Cuando tenga otro ratito sigo. Besicos!!! Imagen
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor masuki-13 » Mié Ene 09, 2013 7:01 pm

Bien, bien y bien!! Imagen
Que ganas tenía de seguir leyendo la trama. Está de lo más interesante. Imagen
Gracias por el regreso ..... Lunita!! Imagen
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Aledis
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor Aledis » Mié Ene 09, 2013 11:35 pm

Gracias Luna!! Imagen Me encanta que pongas tanto seguido porque se disfruta mucho más Imagen La verdad es que estoy siguiendo la trama como si no lo hubiera leído antes; hay muchas cosas que no recordaba (entre ellas la correspondencia entre Irene y Martín), así que me vuelve a enganchar como hace tiempo Imagen
Tengo debilidad por el encuentro entre el monje y Gonzalito, y por cómo nos descubres a Alonso hecho casi un hombre Imagen
Esperando la siguiente tanda Imagen

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 15, 2013 11:04 pm

Gracias chicas!! Imagen Imagen

No sabeis lo que agradezco vuestras palabras, la verdad es que ponerlo todo de nuevo me esta viniendo muy bien tambien para poder seguir escribiendo.

Vamos con un poco más.
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 15, 2013 11:08 pm

17.


Tras la cena. Margarita entró en el dormitorio del pequeño para acostarlo y contarle un cuento. Era el único modo de que se durmiera después de lo emocionado que estaba por haber vuelto a encontrarse con el misterioso hombre. Los tres adultos le habían escuchado intentando sacar algo en claro sobre el personaje. Algo les resultaba extraño, pero no querían que el pequeño lo notara.

Satur y Alonso, aún sentados a la mesa apuraban unos vasos.

- Voy a ir a buscarlo.

- Pero Alonso, y ¿dónde? A saber donde se ha metido. Si dices que lo perdiste de vista en un momento. Seguro que al ver que lo seguías se ha largado de la Villa.

- No lo creo Satur. – Alonso fruncía en ceño mientras hablaba. – Algo me dice que ese hombre sabe algo sobre padre. ¿Por qué sino iba a estar preguntando a Gonzalo? ¿Y por qué salió corriendo cuando llegamos Matilde y yo? Y no me digas que es casualidad porque no me lo creo. Estoy seguro que ese hombre esta aquí por alguna razón. Y si sabe algo sobre mi padre quiero saberlo. Si tu tuvieras algo que ocultar, ¿también evitarías a ciertas personas no crees?

- Pues no lo sé. – Satur se levanto para empezar a recoger los restos de la cena. – Pero yo esperaría un par de días a ver que pasa.

- ¿Y arriesgarme a que le haga algo a mi hermano? De eso nada. No voy a dejar que le toquen un pelo. Voy a ir ahora mismo.

- Alonso espera. – Margarita salió de la habitación y se acercó hasta ellos. – Satur tiene razón. Ya es tarde y podría estar en cualquier sitio. Incluso podría atacarte si piensa que le vas a hacer algo. Creo que lo mejor es esperar a ver si vuelve.

- Tía. No sabemos quién es, ni que diablos ha venido a hacer. Ni por qué motivo solo se acerca a Gonzalo. – Alonso se levantó y comenzó a dar vueltas por la sala. - ¿Vosotros no lo visteis el día de los barriles?

- Ya te he dicho que no cariño. Estaba demasiado preocupada por tu hermano como para fijarme en otra cosa. Pero aunque al principio dudaba de su palabra, ahora no. Y para serte sincera… también estoy preocupada. Pero no quiero que salgas solo. Tengo miedo de lo que puedes encontrarte. Y… no quiero perder a nadie más.

Margarita bajó la mirada. Alonso reconoció el dolor por la pérdida y se arrodillo a los pies de su tía.

- Tía. Tendré cuidado. Te lo juro. Sólo echaré un vistazo por los alrededores. A la mínima que vea algo raro volveré a casa. Confía en mí.

- Alonso…

- Por favor. Sabes que puedo defenderme. Que no soy ningún niño. Y que no voy a estar tranquilo hasta que averigüe algo.

- Cariño… no creo que…

- No si… a tozudo no hay quién te gane. Si sabemos que saldrás si o si. – Satur dejó lo que estaba haciendo. – Señora, no lo intente, que no va a conseguir que cambie de idea a no ser que lo atemos. Iré a preparar los caballos.

Alonso se levantó y detuvo a Satur tomándolo por el hombro cuando este pasaba a su lado.

- No Satur, iré yo solo. Tú te quedas en casa.

- ¿Cómo? – Levantando las cejas con un claro gesto de incredulidad. - Vamos a ver chaval, que me saques dos cabezas, no significa que me puedas dar órdenes, que te conozco como si te hubiera parido. O vamos los dos o ninguno. Tú decides.

- Esta bien. Iré a por mi chaqueta.

Margarita se levantó de la silla y puso una mano sobre el brazo de Satur.

- Satur por favor. No lo pierdas de vista.

- No se preocupe. En un rato lo tengo de vuelta. Y como se ponga farruco lo traigo ataó si hace falta.

Alonso volvió a la sala poniéndose una chaqueta y junto con Satur empezaron a preparar los caballos. Margarita los observaba en silencio desde el umbral de la puerta del patio. Cuando ambos animales estuvieron listos esperó a que salieran para cerrar la puerta y llegó hasta la chimenea dónde se sentó a esperar su vuelta.
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 15, 2013 11:15 pm

18.


A lo lejos sonaron las campanas de la pequeña ermita cercana al convento que anunciaban la media noche. Hernán había hecho el camino desde su casa en solitario, a paso lento. Intentando retrasar el momento todo lo posible. Sabía que una vez que se abriera la caja de los truenos no podría volver a cerrarla. Tanto tiempo guardando silencio para que en una sola noche todo se pudiera ir al traste. Muchas cosas estaban en juego, pero lo más importante… varias vidas a las que él consideraba parte de sí mismo.

Durante el camino se había visto obligado a esconderse en una ocasión, debido al sonido producido por los casos de dos caballos que iban en su dirección. No fue capaz de reconocerlos pero tampoco le importaba. Se limitó a esperar a que se alejaran y siguió hacia su destino.

Dejó el caballo atado a un árbol y oculto de miradas indiscretas. Antes de alejarse echo una mirada en todas las direcciones. No le habían seguido, pero nunca estaba de más ser precavido. A su espalda las ruinas del antiguo edificio se levantaban creando extrañas formas y sombras, dibujadas por la luz de la luna.

Hernán caminó entre ellas imaginando el esplendor perdido del edificio. Apenas unas columnas y destartaladas paredes que antaño guardaran tesoros de grandes artistas de la época, ahora cubiertos por la maleza y el deterioro. Grandes estancias donde se reunían las hermanas para realizar sus oraciones o el precioso claustro por el que paseaban… Nada quedaba ahora de aquello.

Sus pasos le llevaban en una dirección concreta. Aquella que hace unos años atrás le llevara a encontrarse con su pasado, con una parte de él enterrada en sus recuerdos. Ahora volvía una vez más a arrodillarse frente a la desgastada cruz. En su mente un solo pensamiento… ¿por qué tuvo que ser así?

- Ella ya no puede escucharte. - La voz le llegó a sus espaldas. No se movió. – Yo soy el que busca respuestas. Y no me iré sin ellas.

Hernán se puso en pie tras unos segundos. Lentamente se encaró al hombre que tenia frente a él. La oscuridad del lugar y las ropas oscuras que vestía lo confundían con la noche. Hernán permanecía en silencio, a la espera.

- Llegas tarde.

- Lo sé. Tenía que asegurarme que nadie me seguía.

- ¿Estás seguro de que nadie lo ha hecho?

- Por supuesto. No soy ningún novato.

- Pues me temo que estas perdiendo facultades.

El monje saco bajo su manga un objeto que lanzó a los pies del comisario. Una insignia que reconoció al instante.

- No puede ser. ¿Cómo…?

- Eso ya no importa. – Le interrumpió con voz cortante. – Ya no nos molestará más.

- ¿Qué has hecho con él?

- ¿En serio debo contestarte a eso? Ya basta, no he venido aquí a perder el tiempo. Vengo buscando respuestas y me las vas a dar. Por las buenas… o por las malas. Pero lo que está muy claro es que las voy a obtener.

- Esta bien. ¿Qué es lo quieres saber?

- Muy fácil... ¿Por qué?

- No sé a qué te refieres. Esa es una pregunta muy vaga.

El monje movió la cabeza lentamente de un lado a otro en señal de negación y se acerco un paso más a Hernán. A pesar de la capucha que ocultaba el rostro, el comisario podía sentir la ira que se empezaba a formar en los ojos de su compañero.

- Te lo diré solo una vez más. – La voz sonaba peligrosa. - ¿Por qué?

Hernán aguantó el gesto serio e impasible como pudo. Conocía ese tono y aunque se negaba a reconocerlo, le temía. Sabia de lo que era capaz.

- No puedo contestarte a eso.

No lo vio venir. Estaba de pie y un segundo más tarde se encontraba arrodillado en el suelo con un puñal en su garganta mientras el hombre lo sujetaba por la espalda dolorosamente. Podía sentir el aliento muy cerca de su oído.

- Mientes.

- Por favor, suéltame. – La presión en su cuello aumento.

- ¿Por qué?

- No hagas esto. No estas en tu sano juicio. Por favor. Aquí no. Ella no te lo perdonaría.

- No la uses a ella como excusa. A ti no te importo hacerme daño. Madre no tiene nada que ver con lo que me has hecho.

- Te he mantenido vivo. – Cada vez le costaba más respirar. – Por favor, suéltame. No me dejas respirar.

- Responde.

- Gonzalo. Te lo ruego. Te contestare. Pero… suéltame.

El hombre apretó un poco más la presa y con un gruñido lo soltó, alejándose unos pasos del comisario que cayó al suelo tosiendo intentando recuperar la respiración normal. Hernán logró ponerse en pie lentamente, al palparse el cuello descubrió un pequeño rastro de sangre. Frente a él podía ver como Gonzalo también trataba de calmarse. Se había descubierto la cabeza y lo miraba lleno de ira. En estos momentos no tendría ningún problema en clavarle el puñal en las entrañas, tal era el estado de su hermano. No era la primera vez que lo veía así. Tendría que andar con cuidado.

- Todo tiene su explicación. Pero no puedo contártelo todo. Sabes que si lo hago pondría muchas vidas en peligro, incluyendo las nuestras.

- Yo ya estoy muerto Hernán. Lo estoy desde hace mucho tiempo. ¡Lo estoy desde el momento en que me juraste que habían muerto! – Gonzalo volvió a encararse a un palmo escaso de su rostro. – ¡Lo estoy desde el día en que impediste regresar!

- Era por tú bien, y por el de ellos. Es mejor así. Tienen que seguir creyendo que no existes, que has muerto. Que hagan su vida normal. Solo así seguirán vivos.

- No puedo creerlo. No puedo creer que seas tan… ¡Has dejado que pase todo este tiempo viviendo una mentira! Cada día que paso sin ellos es una tortura, los he llorado, recordado cada minuto… ¡y tú sabias que estaban vivos!

- Gonzalo, escúchame…

- ¡NO! Escúchame tú. Ya he tragado demasiadas mentiras. Estoy arto de todos vosotros. Llevo toda mi vida manejado por unos o por otros. Quiero ser yo quien viva mi propia vida. Quiero recuperar mi vida. Quiero regresar con mi familia. Y lo voy a hacer, tanto si te gusta como si no.

- Los matarás.

- Los protegeré.

- Te equivocas. Los tienen vigilados. En cuanto te acerques a ellos descubrirán que sigues vivo, volverán a capturarte y esta vez harán lo mismo con tu familia… Incluido el pequeño.

Al escuchar las últimas palabras Gonzalo cambio el gesto de su cara.

- ¿Lo sabias verdad? Sabias que ese niño es mi hijo. ¡Y fuiste capaz de ocultar su existencia!

- Tú hubieras hecho lo mismo.

- Yo no soy como tú.

- Somos más parecidos de lo que crees. Ambos queremos proteger a nuestros seres queridos. Y haríamos cualquier cosa por conseguirlo.

- Pues déjame hacerlo. Deja de ponerme trabas cada vez que intento recuperar los años que me han robado. Me da igual que descubran que estoy vivo. ¡Ya no lo soporto más!

- ¿También te daría igual si tomaran al niño y le hicieran lo mismo que a ti? ¿O a Margarita? ¿O Alonso? ¿O a Satur?

- ¡Cállate! – Gonzalo le dio la espalda y comenzó a caminar de un lado a otro nervioso.

- Dime Gonzalo. ¿Serias capaz de servírselos en bandeja? – Hernán le seguía con la mirada y sus palabras cada vez eran más hirientes, sabía que le estaba haciendo daño, pero tenia que seguir. – Ellos no lo soportarían. Son inocentes. No tienen culpa de nada. Sabes que lo harán. No tendrán ninguna piedad por ellos. Les harán sufrir y te obligarán a presenciarlo. Sabes de lo que son capaces. Sabes…

- ¡Se muy bien de lo que son capaces! – Bramó Gonzalo deteniéndose y girándose hacia Hernán. – ¡Fue a mí a quien torturaron! ¡Fue a mí a quien encerraron en esa celda durante días! ¡Soy yo quien lleva las cicatrices! ¡Y quien sufrió dolores durante meses postrado en una cama sin poder moverme! ¡Así que no te atrevas a decirme de lo que son capaces porque tú no tienes ni idea!

- Gonzalo… - Hernán fue poco a poco acercándose hasta su hermano que había comenzado a temblar y trató de tocar sus hombros para calmarlo.

- No me toques. – Se deshizo de su contacto con un fuerte manotazo y volvió a alejarse unos metros.

- Gonzalo…

Hernán se quedo parado observando a Gonzalo. No se atrevía o volver a acercarse. Gonzalo necesitaba unos minutos solo con sus pensamientos. Desde su posición pudo ver como se detenía y pasados unos instantes se dejaba caer de rodillas mientras sus hombros temblaban por el llanto, por la rabia.

- No podré devolverte los años que te han robado, pero te juro que pagarán por todo lo que han hecho. – Susurro para sí mismo sin quitar los ojos de su hermano pequeño.

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 15, 2013 11:16 pm

19.


Ya había pasado más de media noche. Llevaban mucho rato cabalgando de un lado a otro, los animales estaban cansados al igual que los jinetes. Uno de ellos detuvo su marcha y palmeó al animal.

- Alonso. Vale, se acabó. Ya no doy un paso más y este tampoco. – Señalando el caballo que movía la cabeza como afianzando las palabras de su dueño.

El otro jinete freno su animal unos metros más adelante y le hizo das la vuelta para ponerse a la altura del primero.

- Satur. Solo un poco más. En algún sitio tiene que estar. No puede haberse esfumado sin más.

- Que te digo que no, y es que no. Que hemos recorrido la Villa de una punta a otra. Ya vale de dar vueltas sin encontrar nada.

- Vamos a la cabaña de los cazadores. La que está en el cerro viejo.

- Si, claro. ¿Pero es que tú no escuchas? Dices de ir al cerro y luego querrás ir al Camino de la Tasca y volver por vete tú a saber dónde. Que ya vale. Piensa un poco chico. Que llevamos toda la noche de un lao a otro. Que si la ermita, que si la laguna, que el monasterio… Y total ¿para qué? Ni rastro. Solo será un monje. Nada más. Eres tú quien le quiere dar más importancia.

- Satur, quiero encontrarlo, quiero saber quien es. – Alonso no dejaba de mirar de un lado a otro nervioso.

- ¿Para qué? De verdad que hay veces que…

- ¡Porque quiero saber qué le paso a mi padre!

Satur le miró sorprendido de que le hubiera levantado la voz de ese modo.

- Satur, no puedo explicarlo, pero siento algo. Algo que me dice que ese hombre sabe algo sobre él. El hecho de que se haya acercado a mi hermano y que sólo le haya hablado a él… Satur… no quiero decirle nada a mi tía para no hacerle daño, pero… creo que mi padre esta vivo.

- Alonso, yo…

- Llámame loco si quieres. Pero lo siento dentro. Y desde que ese maldito monje ha aparecido en la Villa no dejo de darle vueltas a la cabeza. Y te aseguro que por mucho que quiera negarlo, no puedo…

El silencio se apoderó del lugar. Alonso apretaba los dientes esforzándose para que no le traicionaran los sentimientos. Hacía ya tiempo que había dejado de ser un niño, pero ahora mismo solo deseaba volver a serlo. Volver a los momentos que pasaba en brazos de su padre, a sentirse protegido, a ser feliz, a tener una familia completa.

- No le digas nada de esto a tu tía. Bastante tiene ya con lo que tiene. Sigamos un poco más. Vamos hasta el puente y luego regresamos a casa. Se está haciendo muy tarde.

Los dos comenzaron a cabalgar de nuevo.

En la Villa, Margarita continuaba esperando la llegada de Alonso y Satur. Había cogido unos pantalones del pequeño para remendarlos. El niño era tan movido que tenía que estar continuamente reparando las ropas. Las puntadas cada vez eran más lentas. El sueño comenzaba a vencerla, pero no quería acostarse sin tener noticias. Al final dejo el tejido sobre la mesa y se acomodo en la amplia silla. Una cabezadita le sentaría bien.

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mar Ene 15, 2013 11:20 pm

20.


Sumergida en las brumas del sueño comenzó a sentir frío a su espalda. Sin abrir los ojos se removió un poco para quedar tumbada completamente boca arriba, estiró su brazo sobre el lugar que minutos antes ocupara su esposo, y terminó abriendo los ojos al notar su ausencia. Seguía sin acostumbrarse a sus salidas, pero tenía que hacerlo, era parte de él y no podía cambiarlo. Para bien o para mal, tenia que aceptar que se había casado con un hombre fuera de lo corriente.

Sin poder volver a conciliar el sueño se puso en pie y tomo la mantilla para cubrirse los hombros. Salió de la habitación y se acercó hasta la chimenea donde el fuego ardía bajo, apenas unas suaves llamas que iluminaban la estancia silenciosa. Desde allí pudo ver que el lugar donde dormía Satur también estaba vacío, eso le dio algo de tranquilidad. No estaba solo. Satur siempre lo vigilaba de cerca, aunque a veces, la mayoría, el héroe tenía que sacarlo de algún entuerto. Con una sonrisa recordó como, hacía unos días, se había encontrado a Satur totalmente empapado refunfuñando mientras Gonzalo no podía reprimir una sonrisa en su rostro, que acabó transformándose en una carcajada cuando le contaron lo que había ocurrido. Al parecer Satur había querido imitar a su amo y realizar un salto de tejado en tejado, le faltó impulso y acabo, por suerte, cayendo dentro del abrevadero de la Calle de Tejedores.

Margarita con la sonrisa dibujada en su rostro volvió al presente. Tomó una de las velas que había sobre la mesa y la prendió para iluminarse hasta la habitación de su sobrino Alonso. El niño dormía tranquilamente con las sabanas enroscadas en torno a su menudo cuerpo. Con cuidado de no despertarlo, recolocó las ropas para que no se destapara. El pequeño se movió un poco pero no llegó a despertar, ni siquiera cuando Margarita se agachó para acariciarle y darle un beso en la frente. Sin dejar de mirarlo caminó hacia atrás y salió de la habitación para dirigirse a la suya. Se tumbo en la cama y cerró los ojos intentando volver a dormir.

Unas horas más tarde sintió movimiento en la habitación. Abrió los ojos y gracias a la luz de la vela que aún ardía en la mesita, pudo ver como su esposo se acercaba a la cama y se sentaba cuidadosamente sobre ella. Margarita se incorporó un poco mientras Gonzalo trababa de quitarse las botas con el menor ruido posible para no molestarla.

- Llegas muy tarde.

Gonzalo se detuvo al escuchar la voz, se volvió a medias y le miró sorprendido de sus palabras.

- Creía que estabas dormida.

- Me desperté y no estabas. Y ya han pasado varias horas desde entonces. Estaba preocupada.

- No tienes por qué estarlo. – Gonzalo le sonrió y se recostó sobre la cama para acercarse a su rostro. – Ya estoy aquí.

Le besó dulcemente en los labios. Al separarse de ella no pudo evitar un pequeño gesto que no pasó desapercibido para Margarita. Esta frunció el ceño y siguió observando los movimientos de su marido. Lo notó raro, sus movimientos eran más lentos de lo normal mientras se quitaba la ropa de espaldas a ella y parecía querer evitar quitarse la camisa.

- Gonzalo, ¿te encuentras bien?

- Claro, y estaré mejor en unos minutos a tu lado. – Contestó sin volverse.

- Gonzalo. Quítate la camisa y ven aquí.

El aludido se dio la vuelta con una sonrisa y una mirada pícara.

- Cariño… lo siento pero… estoy algo cansado, creo que será mejor que

- Gonzalo. – Le corto muy seria y sentada completamente en la cama. – La camisa. – Gonzalo borro la sonrisa. – Ya.

Sin rechistar y con un suspiro se despojó de la prenda y se acercó hasta el borde de la cama. Margarita confirmó sus sospechas al ver una mancha rosada en el hombro derecho del hombre. Rápidamente se puso en pie y llegó hasta él. Con un gesto le obligó a sentarse para observarlo mejor.

- ¿Pero qué?

- No es nada. Tranquila. Solo un pequeño golpe. Estoy bien.

Margarita sirvió un poco de agua en la palangana y empapo un paño con el frío liquido para aplicarlo sobre el hematoma.

- Yo creo que sí que es algo. Se te está hinchando y mañana llevaras un gran cardenal. ¿Qué ha pasado?

- Nada, de verdad. Estoy bien. Parece más de lo que es. – Trataba de tranquilizarla aunque en el fondo sentía más dolor del que quería que ella supiera. – Saldrá una moradura y en un par de días como nuevo.

- No te lo tomes a broma. – Margarita miraba con gesto serio y tocaba el hombro con cuidado de no presionar demasiado. – Voy a prepararte la tisana y te lo vendaré para que no lo muevas.

- Margarita. – La retuvo rodeando la menuda cintura con sus brazos. – Mírame. No es necesario nada de eso. Solo necesito dormir. Sentirte a mi lado es suficiente para curar cualquier cosa.

- No seas cabezota. – Margarita se deshizo de sus brazos. – Si no te la tomas, se te hinchará más y mañana no podrás moverlo. Vuelvo enseguida.

Margarita dejó el paño sobre la mesita y se encaminó hacia la puerta. Un segundo después sintió como Gonzalo la retenía rodeándola con sus brazos y apoyaba la barbilla sobre su hombro.

- Espera, por favor.

- ¡Suéltame! – Gonzalo se sorprendió del modo en que ella le había hablado y aflojó el abrazo automáticamente.

- Yo solo…

Margarita se volvió con la mirada baja y los brazos caídos a los costados. Poco a poco fue levantando la cabeza hasta quedar mirándole a la cara. Gonzalo con el ceño fruncido, vio como los ojos de Margarita comenzaban a empañarse. De pronto ella se arrojó a sus brazos y hundió el rostro en su pecho. Tas unos instantes él se repuso de la sorpresa y la estrechó con fuerza. Permanecieron así unos minutos sin que ninguno dijera una palabra.

- No estaba preocupada. Sino asustada. Tengo miedo. – Margarita hablaba con el rostro apoyado sobre el pecho desnudo de su marido. – Miedo de no saber dónde estas. Miedo de esperar cada noche tu vuelta. Miedo de que te hieran…

Al escuchar sus palabras, Gonzalo la soltó y le tomo el rostro entre las manos obligándola a mirarle a los ojos.

- Basta. – Le corto con dulzura. – No sigas. No quiero oírte hablar así.

- Pero es la verdad Gonzalo. No puedo evitarlo. Cada noche sales de la cama pensando que estoy dormida…

- Margarita…

- … mientras que yo cuento las horas hasta tu vuelta y siento terror porque llegue el momento de volver a sentirte a mi lado, por pensar que puede ocurrirte algo. Pero lo que más temo… es que no regreses.

- Eso no va a pasar. Sabes que siempre vuelvo.

- ¿Y si un día no lo haces? ¿Qué haríamos nosotros sin ti?

Gonzalo no podía responder a sus preguntas. En el fondo sabía que ella tenía razón. Su doble identidad no sólo le ponía en peligro a él mismo, sino a toda su familia.

- Nunca me alejaré de vosotros. Nunca voy a dejarte. Te hice una promesa y nunca voy a romperla. Ahora solo quiero que nos acostemos y descansemos uno en los brazos del otro. Quiero que llegue la mañana a tu lado y quiero que olvides cualquier daño que te haya podido causar. Te amo más que nada y jamás permitiré que nada ni nadie me aleje de tu lado.

Margarita le acarició la mejilla y terminó colocando la mano en su nuca atrayéndolo hacia si para besarlo.

- No quiero dormir.

Gonzalo entendió lo que su mujer le pedía con la mirada. Sin palabras ambos acabaron acostados. Las caricias y los besos sustituyeron a las preguntas y los miedos. El dolor quedó olvidado entre las sombras. La vela se consumió mucho antes que el deseo de sus cuerpos. Tras el encuentro de sus almas permanecieron abrazados, el sueño les venció y se sumergieron cada uno en la mente del otro.
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor Aledis » Mié Ene 16, 2013 11:03 pm

Cada vez más interesante, Luna!!! Qué triste ver a Gonzalo reconociendo que no puede volver con su familia (y que Imagen también Imagen ). Buenísimo el encuentro con Hernán y todos los reproches que se hacen Imagen
Y que bien has descrito esa escena de alcoba con Margarita y la conversación premonitoria que tienen Imagen Imagen ; si algún día llegan a ese punto en la serie, yo me lo imagino tal cual Imagen
Un gustazo volver a leer cuatro capis seguidos Imagen

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Vie Ene 18, 2013 6:51 pm

El gustazo para mi es que lo estes volviendo a leer y te siga gustando. Gracias mil preciosa!! Imagen Imagen
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor Aylynt » Lun Ene 21, 2013 6:43 pm

Pues por fin me he podido poner al día yo también. ¡Qué intriga, dios mío! Me gustan mucho todas esas escenas tan familiares, tan cercanas. Imagen
Y qué penica que hayan tenido que estar separados Gonzalo y su familia, ¡este Hernán! Imagen
La escena del héroe que vuelve herido a casa, muy tierna y sentida, también.
Y a ver quiénes son los malos aquí, los que torturaron a Gonzalo e hicieron que Hernán decidiera separarlo de los suyos Imagen
A la espera quedo de la continuación, Lunita Imagen
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mié Ene 23, 2013 11:15 pm

Pues no te hago esperar más Aylynt, gracias mil por tus palabras. UN besote!!!
21.


El sonido procedente de la cocina hizo que poco a poco Margarita despertara de su letargo. No quería abrir los ojos. Había estado soñando con su esposo y no quería regresar a la realidad. Soñar con su recuerdo, con sus besos y el calor de sus abrazos, era una constante que le ayudaba a seguir haciendo frente al día a día. Con los ojos aún cerrados, acarició distraídamente la superficie de la cama que cada día que pasaba se le hacía más grande.

- Al final no cumpliste tu promesa.

Al removerse se sintió incómoda y comenzó a incorporarse dándose cuenta dónde estaba y que aún vestía la ropa de calle. No recordaba haber llegado al dormitorio, sino que se había quedado junto al fuego esperando la llegada de Satur y Alonso. Seguramente se quedó dormida y al llegar ellos la trasladaron al dormitorio.

Con un suspiro se levantó y comenzó a quitarse la ropa usada y totalmente arrugada. Sobre la cómoda encontró agua fresca y un paño limpio. Satur no perdía las costumbres a pesar de lo mucho que se lo había dicho, y probablemente había entrado hace un rato para dejarlo sin despertarla.

Una vez aseada, se vistió y con un suspiro para animarse a sí misma, salió de la habitación.

- Buenos días Satur.

- Buenos días Señora. ¿Ha descansado bien?

- La verdad es que sí. Mucho mejor que si me hubiera quedado toda la noche en esa silla. ¿No habíamos quedado en que me despertaríais cuando llegarais? – Margarita se cruzó de brazos esperando una respuesta.

- ¿Habíamos quedado en eso? – Satur disimulaba mientras seguía preparando el desayuno.

- Satur… ¿Por qué no me despertasteis?

- Porque estabas profundamente dormida y creí que lo mejor era dejarte descansar. – Alonso entró por la puerta y dejó un cántaro sobre la mesa. Con una sonrisa se acercó a su tía para darle un beso en la mejilla. – Buenos días Tía.

Margarita seguía con los brazos cruzados mirando a uno y otro hombre no contenta con la respuesta.

- Eso no es excusa. Quiero saber lo que pasó anoche. ¿Conseguisteis hablar con ese hombre?

Alonso miró a Satur de reojo mientras colocaba los platos en la mesa y servía la leche que había traído.

- Pues… lo cierto es… que no lo encontramos. Dimos varias vueltas por los alrededores de la Villa y nada. Se ha esfumado.

- Que raro. ¿Llegasteis al Monasterio de los Franciscanos? Por la descripción de las ropas que llevaba es de esa congregación.

- Señora. Llegar… llegamos, pero tampoco eran horas de llamar a la puerta y preguntar… ¿oigan padres se les ha perdido un hermano un tanto rarito y con una cicatriz en la muñeca? Es que nos estamos cansando de jugar al escondite.

- Satur… no es ningún juego. - Margarita suavizo el gesto ante la ocurrencia.

- Señora, si yo era por quitar un poco de hierro a la cosa.

- No, si tienes razón. Pero estaría más tranquila si lo hubierais encontrado.

- Tía. Te prometo que lo encontraré y tendremos una charla con él. – Miró a Satur de reojo. – Luego volveré al Monasterio y preguntaré a ver si ha llegado algún nuevo monje en los últimos dias… sin entrar en detalles de cómo es. – Volvió a mirar a Satur esta vez con gesto divertido.

- Bien. De todos modos. Por favor, no le quitéis ojo de encima a Gonzalo. Hoy tengo que volver tarde de Palacio. La Marquesa está imposible y seguro que nos tiene alguna preparada. Y más después de la del otro día.

- Ojala no tuvieras que seguir trabajando para ella. Siempre te trata fatal y

- Lo sé cariño, que de algún sitio tenemos que sacar algo para llevarnos a la boca. ¿no? Anda ve a por tu hermano.

Alonso se levantó y fue hacia la habitación donde dormía el pequeño. Satur y Margarita le siguieron con la mirada y continuaron colocando la mesa para el desayuno.

- Si es que… el chaval tiene toda la razón. Será Marquesa y todo lo que quiera, pero a esa no la quieren ni en el infierno, vamos, que estoy seguro que el día que se vaya para allí… nos la devuelven. Se lo digo yo.

- Satur… no empieces.

- ¡Pero si es la verdad! Y deje de aguantarse la risa que la estoy viendo.

- Eres imposible.

De pronto comenzaron a escuchar gritos y risas procedentes del dormitorio del pequeño. Segundos más tarde apareció Alonso con su hermano cogido por los tobillos como si fuera un animalillo, mientras el niño de dejaba de reír alegremente disfrutando con la situación. Al acercarse a la sala, los adultos comenzaron a reír.

- Pero mírelo… si parece un conejillo. Tráelo que lo echamos a la cazuela.

- ¡No! ¡No! ¡A la cazuela no! – El pequeño seguía riendo boca abajo.

- ¿Cómo que no? – Satur dejó las gachas en la mesa y llegó hasta los chicos. – Con estas carnes tenemos para un par de días. – Al decir esto le iba haciendo cosquillas en la barriga lo que provocó mayores carcajadas ahora ya por parte de todos.

- ¡Mamá! ¡Mamá no les dejes! ¡No quiero ir a la cazuela!

- A callar. – Alonso lo zarandeó un poco. – Los conejos no hablan.

Margarita no podía dejar de reír ante la situación que se estaba dando delante de ella.

- Pero… Alonso… ¿Qué le haces a tu hermano?

- La culpa es suya. – Alonso miraba a su tía divertido y volvía a mover al pequeño que seguía riendo sin parar. – Me ha retado.

- ¡Yo no he hecho eso!

- ¿A no? ¿Estás seguro enano?

- A ver, a ver que no me entero. Satur deja de hacerle cosquillas que se está empezando a poner rojo. ¿Cómo que te ha retado? – Margarita consiguió serenarse un poco a duras penas.

- He ido a despertarle. Le he dicho que se levantara que ya era hora y el desayuno estaba listo. Él me ha contestado que no, que quería seguir durmiendo. Yo le he dicho que o se levantaba por las buenas o le sacaba a rastras de la cama cogido por los pies. Según él no me iba a atrever. Y aquí está el resultado.

- Anda… déjalo en el suelo y deja de alborotarlo que bastante tiene ya todas las mañanas él solito, como para que encima le ayudes tú.

Alonso seguía riendo y con gran facilidad dio la vuelta al pequeño para dejarlo de pie en el suelo. Una vez libre y con el rostro colorado por la risa y la posición en la que había estado, echó a correr lejos de su hermano mayor para abrazarse a las piernas de su madre. Esta se agachó para ponerse a su altura y le dio un beso.
- Buenos días mama.

- Buenos días tesoro. Así que poniendo a prueba a tu hermano. Venga a la mesa que se enfría el desayuno.

El pequeño obedeció, no sin antes ir tras Alonso que ya estaba sentado, e intentar darle un toque en la espalda. Pero el mayor lo vio venir.

- Que te estoy viendo. Y la cazuela aún está preparada.

- Mama, ¿me dejas ir dónde Cipri para jugar con Daniel y Marcos?

- Bueno, pero antes recuerda que tienes que leer un rato.

- Y también terminar lo que te pedí ayer, enano. No te vas a librar de hacer la tarea que te dije. Quiero ver esas frases copiadas antes de comer. – Alonso sacó voz autoritaria, la que siempre usaba cuando se trataba de la educación de su hermano.

Satur terminó de servir las gachas y se sentó a la mesa junto al pequeño que había puesto cara de fastidio al escuchar a su madre y hermano.

- Zagal… me parece a mí que hoy no sales de casa. Pues mejor, así me haces compañía mientras arreglo un poco esto y no tengo que ir todo el día buscándote como un loco.

Los adultos se miraron entre ellos y asintieron. Al menos a lo largo de la mañana lo tendrían vigilado para que una pudiera ir a trabajar y el otro a visitar el Monasterio, sin preocuparse de que el monje pudiera volver a molestar al niño.
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Mié Ene 23, 2013 11:16 pm

22.


Al final del camino franqueado de altos cipreses por el que el caballo trotaba con paso tranquilo, podía distinguirse los amplios muros del Monasterio de los Franciscanos. Lugar de recogimiento, de rezos y de sabiduría encerrados en su amplia biblioteca, que en más de una ocasión había tenido el placer de visitar pese a estar prácticamente vetado su acceso para aquellos que no pertenecían al clero. Pero su caso era diferente teniendo algún trato de favor gracias a la cercanía que le unía a más de un monje de los que allí residían.

Alonso frenó al animal y desmontó tomándolo por las riendas y echando a caminar despacio. Le gustaba realizar los últimos metros a pie para poder observar con detenimiento la belleza del lugar y también, por qué no decirlo, del silencio roto únicamente por el canto de algún pájaro que era imposible de hallar en la Villa.

Al llegar a la puerta principal, ató el caballo a una de las argollas del muro dispuestas para tal fin. Palmeó el cuello del animal que respondió con un movimiento de la cabeza y acto seguido la agachó para comenzar a mordisquear algunas de las altas hierbas que crecían junto al muro. Tras comprobar que no podría soltarse de su amarre, llegó hasta la puerta. A la derecha encontró una cuerda de la que tiro varias veces para hacer sonar la pequeña campañilla que avisaba a los residentes de la llegada de un visitante.

Apenas pasaron un par de minutos cuando Alonso pudo escuchar el sonido conocido del cerrojo al moverse y el chirriar de la gran puerta de madera al ser girada en sus anclajes, debido a la fuerza del monje encargado de tal menester. Este, que llevaba la cabeza descubierta y prácticamente despejada de cabello, alzó el rostro para encarar al visitante, cuya estatura le hacía sobresalir varios palmos por encima del viejo fraile.

- Buenos días joven. ¿A qué se debe su visita a este santo lugar?

- Buenos días Padre. Lamento molestarle. Mi nombre es…

- Alonso de Montalvo. – Le cortó el monje sorprendiéndole con una sonrisa. – Te conozco desde que eras un niño de pecho. Perdona a este viejo, pero mi vista ya no es lo que era y no te había reconocido.

- Descuide Padre.

- ¿En qué puedo ayudarte? Hacía mucho tiempo que no te veía.

- Me gustaría visitar a Fray Simón, si es posible.

- ¡Claro! – El pequeño fraile abrió un poco más la puerta invitándole a pasar. – Podrás encontrarlo en su celda o más probablemente en la Biblioteca. Creo que ya conoces el camino.

- Gracias.

Alonso inclinó la cabeza en gesto de agradecimiento y esperó a que el monje cerrara la puerta para adentrarse en el lugar. Una vez que el hombrecillo se alejó por el pasillo, miró en derredor para ubicarse. Sus pasos le llevaron a atravesar varios pasillos hasta llegar al bello claustro en dónde se encontró con varios monjes paseando o cuidando de los elaborados jardines del interior.

Con la seguridad que da el haber recorrido en numerosas ocasiones aquel lugar, Alonso llegó hasta las celdas dónde los monjes pasaban la mayor parte de su tiempo. Fue pasando por todas ellas hasta que alcanzó la que buscaba. Golpeó suavemente con los nudillos y esperó respuesta. Al no recibirla volvió a intentarlo una vez más. Nada. Se dio la vuelta y regresó por el camino que había recorrido para volver de nuevo al claustro. Buscó con la mirada pero no encontró al hombre que buscaba.

Tras unos segundos decidió probar suerte con el lugar que el monje de la puerta le había indicado. Se encaminó hacía la escalera que daba acceso al piso superior. Una zona reservada al culto de la mente y el saber. Las puertas estaban abiertas al igual que los amplios ventanales permitiendo de este modo que la luz del Sol iluminara la estancia. Cientos de libros y pergaminos reposaban sobre grandes estanterías, otros lo hacían sobre atriles esperando que manos experimentadas realizasen cuidadosas copias.

Alonso se quedó en la puerta sin decidirse a traspasar el umbral y romper el silencio reinante en la sala. Uno de los monjes que realizaba una copia de un gran libro se percató de su presencia y poniéndose en pie caminó hacia el fondo de la sala. Allí, sentado a la mesa con un voluminoso libro entre las manos, otro monje escuchó cómo el primero llegaba hasta él y se agachaba para decirle algo. Con un gesto indicó a Alonso que pasara.

El muchacho obedeció adentrándose en la estancia y llegando hasta ellos. El monje volvió a su labor junto al atril sin decir una sola palabra. El que permanecía sentado se levantó y con una sonrisa abrazó a Alonso, el cual respondió al gesto algo turbado por el cariñoso recibimiento.

- Alonso. Hijo. Me alegro mucho de verte.

- Igualmente Padre Simón.

Sus voces, a pesar de hablar casi en susurros, resonaron en la amplia sala como un eco. El viejo monje se agarró al brazo del joven y le indico la salida.

- Ven, salgamos fuera. Este lugar merece todo nuestro respeto y para ello no hay mejor cosa que el silencio.

Con una pequeña cojera, ambos abandonaron el lugar y salieron a las grandes balconadas que rodeaban el claustro para caminar lentamente mientras conversaban.

- Permite a este viejo monje que me apoye para caminar. Los años no pasan en balde y parece que a mí me han tomado con ganas. No creo que el Señor tarde mucho en llevarme con él.

- No diga eso Padre. A usted aún le quedan muchos años por delante.

- Dios de oiga hijo, Dios te oiga. Pero para los viejos como yo los años ya no importan y lo único que deseamos es que el tiempo pase pronto. A veces lo que deberíamos irnos nos quedamos y sin embargo se lleva a los que no debe.

Al escuchar sus palabras Alonso no pudo evitar que la sonrisa que marcaba su rostro se borrara y siguiera caminando con la mirada baja. El monje se dio cuenta de su error y detuvo sus pasos.

- Lo siento muchacho. No debí decir eso. A veces olvido que hay cosas que todavía, por mucho tiempo que pase, duele al recordar. – Alonso seguía sin levantar la mirada. – Créeme que pienso mucho en él y lo tengo en cuenta en mis oraciones.

- Gracias Padre.

- Bueno… y… ¿cómo va todo por la casa Montalvo? ¿El pequeño sigue tan revoltoso como siempre?

- Peor. – Alonso se echó a reír al recordar a su hermano. – Tenemos que ir con cien ojos y aún así consigue armarlas.

- Lo imaginaba. – El hombre también reía. – Al fin y al cabo… tiene a quién parecerse. ¿O acaso has olvidado la de quebraderos de cabeza que tú eras capaz de provocar?

- No. No lo olvido. De ahí que lo vigile más de cerca.

- Bien, me alegro de saber que te preocupas y velas por él.

- Sin duda.

- ¿Y… a qué debo el placer de tu visita? Hacía ya un tiempo que no venías por aquí.

- Lo cierto es que vine hace unas semanas, pero me dijeron que habíais partido de viaje. No me indicaron nada más.

- Es cierto, tuve que arreglar algunos asuntos familiares. Pero me parece que tú quieres decirme algo más pero no sabes cómo.

Alonso siempre se sorprendía del modo en que ese hombre era capaz de leer en sus pensamientos. No sabía cómo lo hacía, pero nunca se equivocaba.

- Padre Simón. Yo… no… no. – Alonso no encontraba las palabras. – Sé que no es de mi incumbencia pero… ¿han recibido la visita o ingreso de un nuevo miembro en la orden?

- Curiosa pregunta en verdad. ¿Y por qué quieres saberlo?

- Por curiosidad.

- Ya veo. Alonso te conozco y sé que algo más hay que no quieres o no te atreves a contarme. No preguntaré más de lo que tú quieras revelarme. Pero te contestaré. No, ningún hermano ha llegado nuevo.

- ¿Está seguro?

- Por supuesto. Al fin y al cabo soy el superior de este Monasterio. Creo que tendría conocimiento de ello.

- Sí, perdone, no debí poner en duda su palabra.

- Bueno, todos dudamos alguna vez. – Le dio unos golpecitos cariñosos en el brazo en el que se apoyaba. – Y ahora… ¿vas a decirme por qué quieres saber eso?

- Por nada. Es sólo que… que el otro día me pareció ver a un monje por el barrio que antes no había visto nunca. Por eso.

- Entiendo. Por lo general todos los hermanos que pasan por la Villa se acercan al Monasterio al menos para tomar un descanso, pero tal vez aquel que dices estuvo poco tiempo. De todos modos no debes preocuparte. Si tanto te interesa me informaré.

- Gracias Padre. Si me disculpa tengo que marcharme. Me esperan en casa para comer.

- Claro hijo. Espero que pronto regreses a hacerme otra visita más tranquila. Creo que aún tengo algunos libros que mostrarte. Por suerte heredaste la pasión por la lectura y el conocimiento. Aunque te costo centrarte.

- Tiene razón. Vendré a verle en cuanto pueda.

- Te acompaño entonces.

Ambos continuaron caminando hasta llegar a las escaleras que bajaban al patio interior y de ahí hasta la entrada. Fue el propio Alonso quien abrió la pesada puerta. Una vez fuera desató al caballo y monto con un ágil salto. Mientras que con una mano sujetaba firmemente las riendas, con la otra se despidió del anciano monje. Este permaneció en la puerta observando al muchacho alejarse al galope hasta perderse tras la curva del camino. Su rostro mudó de la sonrisa cariñosa al gesto preocupado. Permaneció unos minutos más en el lugar, hasta que con un suspiro, regresó al interior del Monasterio cerrando la puerta tras él.

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor Aledis » Sab Ene 26, 2013 5:16 pm

Oooohhh, qué interesante se está poniendo estoooo!!! Imagen
Cuando leo la actitud de Alonso con el Padre Simón, su forma de comportarse en general, me recuerda muuuucho a su papi Imagen
Me ha encantado la escena de los dos hermanos jugando Imagen

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor masuki-13 » Mié Ene 30, 2013 9:44 pm

Uins! ya me queda menos.
Sigue así guapetona!! Imagen
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Vie Feb 01, 2013 10:20 pm

23.


Se acercaba la hora del medio día y los vecinos del barrio de San Felipe comenzaban a recogerse en sus casas para poder comer con sus familias. Algunas de ellos no probarían más que un plato de agua caliente con algún hueso para darle algo de sustancia, pero que tomada junto a sus seres queridos se convertía en el mayor de los manjares. Más en estos tiempos de aprietos económicos.

En la Taberna del barrio varias mesas fueron ocupadas, aunque menos de las deseadas, esperando el buen hacer por el que su dueña era conocida en todo el lugar. Muchos eran lo que en alguna ocasión se acercaban, más que por el hecho de llenar el estómago, para saborear los platos que preparaba la posadera.

Junto al fuego, Inés deba el último toque al guiso que tenía en una olla colgando sobre las llamas. A su lado Matilde servía dos pequeños platos de otro recipiente y se los acercó a los dos niños que esperaban con ganas para llegar el estómago.

- Madre, ¿quieres que vaya sirviendo a los de la mesa junto a la puerta?

- Sí, espera que esto está casi listo.

- Inés, prepara tres platos más de estofado. Acaban de llegar tres bocas más.

- Enseguida Cipri. – Inés se incorporó y al darse la vuelta para mirar a su marido dejó de sonreír. – Y parece que viene alguien más.

Al ver el cambio en la expresión de la mujer, tanto Cipri como Matilde se volvieron y buscaron en la dirección que ella miraba.

- El que faltaba.

- ¡Padre! – Matilde le susurro a modo de advertencia.

- Vamos, ve a ver que quiere, Cipri, no vaya a ser que se enfade o algo.

Los tres miraban hacía la puerta del local, y no eran los únicos, a una figura vestida de negro que tranquilamente se dirigió a una de las mesas libres y tomo asiento despojándose del sombrero y los guantes negros. Aún no había terminado, que el posadero ya se encontraba a su lado dispuesto a atenderle.

- Señor Comisario. Estaba a punto de salir para llevarle la comida a los calabozos. Siento el retraso. El guiso está casi terminado, solo faltan unos minutos.

- Entonces sírveme una jarra de vino mientras espero. Tenía ganas de respirar un poco de aire fresco.

- Sí… sí… enseguida se lo traigo. Señor Comisario.

Mientras el posadero se dirigía veloz a por una jarra de su mejor vino, Hernán se acomodó en la dura silla y comenzó a observar a las personas que a su alrededor se encontraban. No le pasó desapercibido el hecho de que algunas de ellas se removieran incómodas al sentir su mirada o directamente intentaran alejarse de él por temor a recibir algún tipo de represalia.

- Aquí tiene Señor Comisario. – Cipri sirvió la jarra y el plato con el guiso. – El estofado y una jarra de mi mejor vino. También me he permitido traerle unos choricitos que a mi mujer le salen para chuparse los dedos. Ya verá.

- Eso espero.

Sin decir ni una palabra más, Hernán se dispuso a comenzar a degustar la comida. Cipri lo dejó solo en cuanto vio que no lo necesitaba y volvió con su familia.

Desde el lugar en dónde los pequeños gemelos comían ajenos a la situación, su madre y su hermana observaban disimuladamente cada uno de los movimientos del Comisario.

- Madre, ¿por qué habrá venido aquí si siempre le llevamos la comida a los calabozos?

- Pues no lo sé hija. Pero estaría mucho más tranquila si se hubiera quedado allí como siempre.

- Inés, cuidado no te oiga. – Le aconsejó su marido. – Sigamos atendiendo al resto como si nada y cuando se canse ya se marchará.

Hernán comía tranquilamente. En verdad tenía que reconocer que la comida estaba deliciosa, al igual que el vino y por supuesto el lugar era mucho más acogedor que el oscuro y frío cuarto en los calabozos. No le importaba que las personas que a su alrededor cuchicheaban le miraran con recelo. Él seguía a lo suyo. Ya estaba acostumbrado.

Terminó el último pedazo de carne y apuró el vino. Busco en el interior de su chaqueta y sacó unas monedas que dejó caer sobre la mesa.

- ¡Posadero!

Tomando los guantes y el sombrero se levantó a la vez que Cipri llegaba a su altura.

- Señor.

- Felicita a tu esposa de mi parte.

- Gra… gra… gracias Señor Comisario. Así lo haré. No lo dude. Muchas gracias Señor Comisario.

Hernán salió del local dejando a Cipri totalmente sorprendido por el comentario del hombre. Recogió las monedas con manos temblorosas y volvió hacía la cocina.

- Cipri, ¿y esa cara? ¿qué te pasa? ¡Que estas blanco!

- Que… que… me ha dicho que te felicite por el estofado y me ha pagado más de la cuenta.

- Pero… ¿y a este hombre que le han dao?

El matrimonio se quedó mirándose uno al otro sin comprender nada.

Ya en el exterior, se colocó su sombrero y echó a andar de vuelta a los calabozos. A la altura de la Iglesia de San Felipe se cruzó con un monje al que saludó con un gesto de cabeza pero sin detenerse.

- ¡Comisario!

La voz le hizo detenerse y darse la vuelta. El monje también estaba girado y comenzó a descubrirse el rostro. Al terminar, Hernán pudo reconocerlo sin problemas.

- Padre Simón. No le había reconocido. Anda un poco lejos de su Monasterio.

- Así es Comisario. Hace unos días que regresé de un pequeño retiro y tenía ganas de visitar de nuevo el barrio. Muchas cosas me unen a él.

- Entonces le dejo continuar con su paseo.

- ¿Le importaría que le haga algo de compañía? No le robaré mucho tiempo y tal vez podamos charlar un rato.

- No veo inconveniente Padre. Pero lo cierto es que no tengo muchos temas de conversación adecuados para usted.

- Pierda cuidado. – El monje habló con gesto divertido. – Le aseguro que he escuchado cosas que le sorprenderían incluso a usted. Lo que sí le voy a pedir es que sigamos caminando, ya estoy muy viejo y si me quedo mucho tiempo parado en el mismo sitio luego no hay forma de ponerme en marcha.

- Como quiera.

Los dos hombres caminaban a paso lento por las calles del barrio en dirección a los calabozos. Hernán permanecía a la espera de que el viejo monje comenzara a hablar.

- ¿Cómo sigue su esposa? ¿Aún disfrutando de sus viajes?

- La verdad es que parece que no se cansa de ir de un lado para otro. Compréndalo, pasó mucho tiempo recluida en conventos antes de nuestro enlace. Y como buen esposo no quiero negarle nada.

- Me alegra mucho oír eso. Irene es una muchacha muy bella tanto por fuera como por dentro. Y no me gustaría que llegara a mis oidos que algo o alguien le importunara.

- No se preocupe Padre. Le aseguro con total certeza que mi querida esposa goza de una envidiable salud y que está disfrutando de una estancia confortable y segura.

- Bien, bien.

Sin darse cuenta llegaron hasta las inmediaciones de los calabozos. El monje detuvo su marchar y se colocó delante de Hernán.

- Parece que ya hemos llegado a su destino. – El monje tomó la mano de Hernán entre las suyas para estrecharlas. – Déle recuerdos a su esposa de mi parte y dígale que estoy deseando volver a verla muy pronto.

- Así se lo haré saber Padre. Que tenga un buen día.

- Lo mismo dijo hijo. Que Dios te bendiga.

El anciano le soltó y se marcho dejando a Hernán frente a la puerta de los calabozos. Mirando a un lado y otro desplegó la pequeña nota que el monje le había pasado disimuladamente durante el apretón de manos.

[center]“Ten cuidado. Creo que le ha visto.
El muchacho está haciendo preguntas.”[/center][/i][/size]


Una vez leída frunció el ceño, arrugó la nota en su puño y la arrojó al fuego que ardía en la entrada de los calabozos al pasar por ella.
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Vie Feb 01, 2013 10:21 pm

24.


Ya no aguantaba más. Llevaba todo el día encerrado entre esas cuatro paredes. Una criada había entrado un par de veces a lo largo del día para llevarle alimento, pero apenas había probado bocado. Le dolía la cabeza. No podía dejar de pensar en todo lo que había encontrado a su regreso.

Había vivido los últimos años en una mentira, una cruel y odiosa mentira. ¿Por qué? ¿Por qué no le dejaban vivir una vida tranquila como la de cualquier otro hombre?

En el fondo, siempre había sabido que no le decían toda la verdad, algo dentro de él fue lo que le empujó a regresar a la Villa, tenía que descubrir qué era. Y lo encontró.

Su familia seguía viva. Habían asumido su perdida de un modo u otro. Se habían recuperado y continuaban viviendo día tras día. Mientras que él se sentía vacío. Muerto.

Tumbado sobre la cama, vestido con una camisa negra y pantalones del mismo tono, abrió los ojos para fijarlos en el techo de la alcoba, donde las llamas de la chimenea creaban extrañas formas sin sentido. Permaneció así unos minutos, hasta que su rostro se volvió hacia la ventana. No sabía cuando había anochecido, pero las estrellas y la luna brillaban en la oscura bóveda. Sin apartar la vista del cielo, se puso en pie, abrió los cristales y se apoyo en el marco de la ventana. La noche era fresca y una suave brisa le acarició el rostro. Tomo una decisión. Necesitaba salir de ese encierro.

Llegó hasta las caballerizas. Los animales estaban nerviosos, notaban la presencia de un extraño, pero ninguno relinchó, lo cual agradeció en silencio puesto que de lo contrario podrían alertar al personal de servicio. Una docena de caballos le observaban en silencio desde sus establos. Caminó entre ellos hasta detenerse frente a un ejemplar de gran tamaño. Un precioso semental negro que le miraba altivamente.

Gonzalo se acercó lentamente hasta él con la mano alzada y la palma abierta hasta que la posó sobre su cuello. El animal alzó la cabeza al sentir el contacto y le lanzo un amago de mordisco, que esquivo por muy poco gracias a sus reflejos. Volvió a intentarlo una vez más, y esta vez el equino se mantuvo tranquilo a pesar de que una de sus manos golpeaba el suelo una y otra vez.

- Calma. Calma precioso. – Susurraba mientras que le acariciaba el cuello.

Con cuidado, le puso la otra mano cerca de los ollares para que le olfateara. Seguía susurrando palabras tranquilizadoras que comenzaron a hacer efecto. Ya no pataleaba y parecía que aceptaba su presencia. Sin apartarse demasiado, tomo una cabezada y unas riendas que había colgadas de la puerta y comenzó a colocárselas. Después llegó el momento de colocar la silla. Se mantenía tranquilo, dócil. Una vez aseguradas todas las correas, lo sujetó por las riendas y lo sacó del establo. El resto de los animales seguían en silencio.

Fuera del recinto cerrado, montó despacio, asegurándose de que el animal lo aceptara y no lo tirara al suelo. Suavemente golpeó con los talones los flancos del equino y este respondió a la orden con un paso lento. Ambos abandonaron el lugar perdiéndose entre las sombras.

Ya en campo abierto el trote se aceleró para dar paso a un veloz galope. Jinete y corcel se confundían con la noche alumbrados por la luna y las estrellas. Gonzalo volvió a azuzarle, quería más velocidad, que el animal volara. De pié en los estribos, para aliviar al máximo la carga, podía sentir la velocidad, la fuerza del corazón del animal bombeando bajo su cuerpo. No seguía ningún rumbo, dejando que fuera el corcel quien decidiera.

Se sentía… libre. Como no se había sentido en mucho tiempo. Continuo así unos minutos más, hasta que el animal comenzó a acusar el esfuerzo de mantener la alocada carrera. Poco a poco fue disminuyendo la marcha hasta convertirse en un trote ligero. Gonzalo le palmeó el cuello a modo de agradecimiento por los minutos que le había brindado.

Habían llegado a un claro del bosque. Los altos árboles fundían sus copas con la noche y el silencio se apoderaba del lugar en donde sólo se escuchaba la respiración de ambos. A su espalda le pareció escuchar el sonido de unos cascos en la distancia. Se giró en la silla, pero no vio nada, tan solo el sonido que poco a poco se iba acercando. No tenía ganas de encontrarse con nadie, ni mucho menos de que le vieran a él, así que guió al caballo hasta los árboles y esperó.

Amparado en la oscuridad y sin dejar de acariciar el cuello del animal para evitar en lo posible que hiciera cualquier movimiento o sonido que pudiera delatarle, volvió a escuchar el conocido retumbar de un galope.

Unos minutos después, un jinete hizo acto de presencia en el claro. Desde su posición no podía verle el rostro, pero por su postura sobre la silla, indicaba que era un jinete experto. Tal vez un soldado. Gonzalo continúo observando la figura sin mover ni un solo músculo, mientras que el jinete frenaba al animal hasta hacerle detenerse en la linde del claro.

Hernán llegó a un claro en el bosque y frenó al caballo sin llegar a entrar en él. Ambos estaban comenzando a cansarse. Ya llevaba varias horas cabalgando de un lado a otro sin encontrarlo. Buscó con la mirada alrededor pero no veía nada. A lo largo de la noche había seguido un rastro claro, pero una y otra vez lo perdía y volvía a recuperarlo en sentido contrario.

Tenía que encontrarlo, temía que pudiera cometer una locura. Lo cual no le culparía. Él en su lugar lo haría. Desde la noche anterior, tras la discusión, no había vuelto a verle. A pesar de que había aceptado su oferta de acomodarse es su casa, se había encerrado en su cuarto y no permitía que nadie le hablara.

Estaba a punto de acostarse cuando escuchó ruidos provenientes de los establos que estaban muy cerca de su habitación. Le pareció ver una sombra salir lentamente por las puertas y sin perder tiempo fue a comprobar lo que ocurría. Al entrar se percató de que faltaba uno de los animales, un semental negro conocido por su nerviosismo y peligroso carácter. Ni siquiera él se sentía cómodo cuando lo montaba. Pero sabía que había alguien que en estos momentos no temía al peligro.

Preocupado salió de las cuadras y observo la fachada de la casa buscando una señal. No se equivocaba. La ventana estaba abierta. Rápidamente ensillo su caballo y salió a buscarlo.

Volvió a mirar una vez más desde la linde del bosque y taconeó los flancos suavemente para volver a detenerse en el centro del claro. Desmontó y se agachó para mirar más de cerca el suelo. Había huellas de cascos recientes, no había pasado mucho tiempo desde que el caballo hiciera las marcas. Se puso en pie y levantó la mirada hacia la luna, como si ella pudiera indicarle el camino a seguir.

- Vamos Gonzalo. ¿Dónde estás? Ya es suficiente.

Su caballo se removió inquieto y relinchó sonoramente. Hernán lo tomó de las riendas para evitar que se escapara.

- ¿Qué pasa amigo? Notas algo ¿verdad?

El animal movía las orejas y cabeceaba una y otra vez, probablemente notaba la presencia de algún otro animal cerca del claro. Hernán volvió a mirar hacia los árboles. Justo frente a él, al apartar la mirada, le pareció ver por el rabillo del ojo una sombra y un tenue brillo reflejo de la luz de la luna sobre un objeto metálico.

- Sé que estás ahí. Muéstrate. – Silencio - Ya basta. Llevo horas tras tu rastro y ya me estoy cansando. Gonzalo, sé que ahora mismo me odias, que querrías acabar conmigo, pero lo hice por ti. Tenía que protegerte. Y a ellos también. Era el único modo. Tú hubieras hecho lo mismo.

Seguía sin obtener respuesta. Cerró los ojos y suspiro con fuerza. De pronto un fuerte relincho rompió el silencio. Un caballo al galope salio de entre las sombras atravesando el claro pasando peligrosamente muy cerca de dónde estaba él. Reacciono con rapidez y del mismo modo montó para seguir tras el veloz animal.

La distancia entre ambos animales cada vez era más corta. Por el camino tenían que ir esquivando ramas y saltar algún que otro obstáculo que se cruzaba en el camino. Hernán, a pesar de ser un gran jinete, se sentía nervioso. Gonzalo por su parte, lo que sentía era rabia, odio… quería perderlo de vista, no sabría si podría contenerse esta vez. Una y otra vez golpeaba los flancos del animal que respondía imprimiendo más velocidad a la alocada carrera.

Hernán sabia que se estaban acercando peligrosamente al barranco. De día podía verse sin dificultad, pero la noche lo convertía en una trampa mortal. Si no se frenaban a tiempo podrían caer al precipicio con consecuencias letales. Apenas quedaban unos metros.

- ¡Gonzalo detente! ¡Te vas a matar! – Grito con todas sus fuerzas a la vez que tiraba de las riendas para frenar su caballo, el animal se detuvo con dificultad resbalando en la tierra.

Gonzalo solo tuvo tiempo de escuchar el grito y tirar de las riendas hacia la derecha para que el animal virara de dirección. Tal era la inercia, que el corcel resbaló en el terreno suelto y ambos cayeron hacia un lado con un golpe seco. El caballo se levanto rápidamente y se alejó unos metros.

Hernán desmontó y llego corriendo hasta donde Gonzalo permanecía tumbado de costado. El golpe había sido brutal. Se agachó a su lado y con cuidado le dio la vuelta para sostenerlo en sus brazos. Estaba inconsciente y un fino hilo de sangre le bajaba por el lado derecho de la frente.

- Gonzalo, despierta. Vamos hermano. No me hagas esto. – Hernán lo movía con cuidado tratando de hacerle volver en sí.

Los recuerdos se comenzaron a agolpar en su cabeza.

Era la tercera vez que habían tenido que detenerse. Gonzalo estaba muy débil, cada respiración era un tormento. Lo bajó del caballo para darle un pequeño descanso. El trote del animal era una tortura para el maltrecho cuerpo. Apenas consiguió que bebiera un poco de agua antes de volver a perder el conocimiento. Sujetándolo en sus brazos trataba de darle calor. Era noche cerrada y el viento soplaba con fuerza. La fiebre era alta y no dejaba de temblar. Volvió a colocarle la capa con la que le había cubierto.

Llevaban varias horas de camino y aún quedaba un trecho para llegar al monasterio. Hernán creía que lo más difícil estaba hecho, sacarlo de esa torre había sido un trabajo muy duro y peligroso, pero se equivocaba. El viaje estaba empeorando el estado de su hermano pequeño. Nunca imaginó que lo encontraría en esas condiciones. Había tardado demasiado en encontrarlo. A pesar de todo Gonzalo no se rendía, ni una sola queja salía de su boca.

Con cuidado lo apoyo en un tronco y buscó en las alforjas un paño que empapo de agua, para refrescarle e intentar bajar un poco la temperatura. Los golpes recibidos en el rostro le habían provocado hinchazón y algunos cortes. No quería pensar en el resto del cuerpo. Tenía que llegar cuanto antes, de lo contrario dudaba que los monjes pudieran salvarle la vida.

Un pequeño gemido indicaba que comenzaba a recuperar el conocimiento.

- Gonzalo. ¿Pues oírme? – Hernán lo incorporó un poco más para que pudiera respirar mejor. – Gonzalo… Vamos…

Poco a poco Gonzalo comenzó a abrir los ojos, su vista era borrosa y estaba algo aturdido.

- ¿Qué…? ¿Dónde…?

- No hables, te has golpeado la cabeza. Voy a subirte al caballo y nos iremos a casa. Necesitas descansar. Tu cuerpo va a resentirse por esto. Has hecho una locura. Ese caballo es un salvaje y un suicida.

- Entonces tenemos algo en común… - Su voz se fue apagando hasta que se sumió de nuevo en la inconsciencia.

Hernán fue a por el caballo que pastaba junto a unos matorrales. El animal también estaba agotado por lo que no se resistió cuando lo tomo de las riendas y lo llevó junto a su propia montura para atarlo a esta. Hecho esto, volvió hacia el lugar dónde estaba Gonzalo, lo cogió en brazos y lo coloco en la silla. Montó tras él y partió hacia la casa.
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor Aledis » Mar Feb 05, 2013 6:18 pm

Que distinto este Hernán del que conocemos...aunque tampoco me cuesta imaginarle cuidando de "su hermano pequeño", con el desarraigo que él arrastra Imagen
Creí que Gonzalo pondría rumbo a su casa cuando se ha subido al caballo.....ainnnsssss, yo quiero que se encuentre con su familiaaaaaa!!! Imagen Imagen Imagen
Esperando el/los siguientes Imagen ...

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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Jue Feb 14, 2013 4:32 pm

Ups!! Mira que prometí traer lo que tengo publicado en el otro foro para ir a la par... buff, ahora que tengo un ratillo voy a dejar unos cuantos, lo malo que el día que me ponga a publicar lo nuevo... me odiareis por lo que tardo entre entrega y entrega. En fin. Vamos con un poquito más.
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Jue Feb 14, 2013 4:34 pm

25.


Las calles de la Villa estaban silenciosas y vacías. No eras horas para pasear puesto que ya hacía rato que las estrellas y la luna brillaban en el firmamento. Con pasos decididos, una figura caminaba por el barrio de San Felipe con actitud aparentemente despreocupada, pero que en el fondo se encontraba alerta a cualquier movimiento o sonido que pudiera darse a su alrededor. Llegó hasta unas escaleras que daban acceso a una vivienda y entró en ella.

La sala estaba silenciosa, algunas velas y el fuego bajo iluminaban la estancia, sus habitantes no estaban a la vista. Las puertas de varios cuartos cerradas le indicaron que posiblemente estaban durmiendo. Sin hacer ruido para no despertar a ninguno de sus seres queridos, se acercó hasta la chimenea donde se despojó de la chaqueta antes de sentarse en una silla baja. Apoyando los codos sobre sus rodillas enterró el rostro entre las manos con un suspiro, para poco después, retirarlas y quedar mirando las llamas.

Sin ser realmente consciente de lo que hacía, movió su mano derecha en dirección a la bota de donde sacó un puñal que siempre llevaba con él. Tomándolo con ambas manos, comenzó a girarlo y moverlo haciendo que las llamas sacaran pequeños brillos de su afilada hoja que se reflejaron en su rostro y en sus ojos castaños. No era un puñal cualquiera, ya no sólo por su forma, sino más aún, por el origen y el significado que poseía. Tan absorto estaba que no escuchó unos pasos que se acercaban a su espalda.

- Sabes que no me gusta que la lleves contigo. Y menos que la muestres cuando tu hermano puede verte.

- Me hace sentir seguro. – Alonso seguía mirando el arma sin volverse hacía su tía.

- Te pone en peligro. – Margarita se sentó a su lado en otra silla, arropándose con la mantilla sobre el camisón.

- Con ella me siento protegido, como si de algún modo… me cuidara. – Alonso levantó la vista para fijarla en Margarita. – No me pidas que me deshaga de ella.

- No podría hacerlo, además… sé que no lo harías. Sé lo mucho que significa para ti y para mí. – Guardó silencio unos segundos. - ¿Dónde has estado? Te estuvimos esperando para cenar, pero se hizo muy tarde.

- Lo sé, lo siento. – Antes de continuar hablando, volvió a guardar el arma en la caña de la bota. – Me entretuve con Matilde y luego quise caminar un rato a solas. Tampoco tenía apetito.

Margarita frunció el ceño al escuchar las últimas palabras y puso una de sus manos sobre la frente de Alonso.

- ¿Te encuentras bien? Satur me ha dicho que hoy apenas has probado bocado durante la comida.

- No estoy enfermo tía, no te preocupes. – Alonso esbozó una sonrisa.

- Entonces… ¿es por ese monje? ¿Pudiste hablar con el padre Simón?

- Hable con él. Con el padre Simón me refiero. Según dice ningún hermano nuevo ha llegado a la Villa. Pero no sé que pensar. Le noté algo raro.

- ¿A qué te refieres?

- No sé… fue como… como si quisiera ocultar algo. – Alonso movió la cabeza en un gesto de negación. – Pero en fin, no me hagas caso. Serán imaginaciones mías. Además hoy nadie se ha acercado a Gonzalo. Lo hemos tenido vigilado. Al final Satur tendrá razón y quién fuera se habrá marchado tal como vino.

- Tal vez. De todos modos, tendremos que esperar a ver qué pasa. Y ahora… a la cama, que no son horas de estar de palique.

- Tienes cara de cansada. ¿Qué nueva tortura se le ha ocurrido a la Marquesa?

- Alonso, no hables así.

- Tía… que los dos sabemos que le encanta hacernos la vida imposible. No soporta que padre jamás cayera en sus redes por mucho que lo intentó. – Alonso cambió el gesto a uno más divertido. - Aún hoy, y a pesar de todo, me río al recordar el día justo antes de la boda cuando tuvo la cara de presentarse aquí y padre le soltó aquella contestación y prácticamente le cerró la puerta en las narices. Jamás creí que nadie pudiera ponerse tan colorada de rabia y vergüenza.

- Sí, la verdad es que después de eso, y durante bastante tiempo, se mantuvo tranquila. Y yo la que más sin tener que estar a su servicio, pero cuando tu padre… - Margarita borró la sonrisa. – Bueno… que se está cobrando con creces que tuviera que volver a trabajar para ella después de aquello. Casi le tengo que dar las gracias por cada hora que paso en su Palacio. Si no fuera por Catalina que me frena cada vez que ve que voy a saltar… te aseguro que ya hubiera hecho alguna locura. Pero hay que ser realistas, y ahora mismo, la única que da trabajo es ella. Y ya vale de hablar – Se puso en pie – a la cama que no son horas.

- Tienes razón. – Alonso se levanto también y le dio un beso a su tía. – Descansa tía, yo en seguida me acostaré también. Buenas noches.

- Buenas noches cariño.

Alonso siguió con la mirada a Margarita hasta que esta cerró la puerta del dormitorio principal. Una vez solo se sirvió un poco de agua y se acercó a la mesa para sentarse, aunque no le dio tiempo porque otro sonido hizo que se volviera.

- Satur. ¿Tú tampoco puedes dormir? – Satur salió de su cuarto.

- ¿Cómo quieres que duerma si llevo toda la tarde sin saber dónde andabas? Que me daba a mi que te habías encontrado con el monje ese y…

- Y no hubiera pasado nada. Sólo quiero hacerle unas preguntas. – Alonso se sentó por fin y dejó el vaso sobre la mesa. – De todos modos… - Calló al escuchar otro sonido. – Mejor vamos a otro lugar, no quiero que mi tía ni Gonzalo nos oigan.
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Re: REGRESO - Lunanueva -

Mensajepor lunanueva » Jue Feb 14, 2013 4:36 pm

26.


Hernán forzó más al animal, que a pesar de la galopada anterior, respondió a su dueño sin perder ni un segundo. Gonzalo permanecía inconsciente apoyado sobre su pecho, no emitía ningún sonido de queja, pero Hernán temía que pudiera tener alguna lesión grave, puesto que parecía costarle trabajo respirar y aún le sangraba la herida del lateral derecho de la cabeza muy cerca de la sien.

Al acercarse a la casa pudo ver que los criados estaban esperando el regreso de los jinetes. Varias lámparas iluminaban las ventanas y se percató también de que dos hombres salían de ella para llegar a su encuentro provistos de faroles. Ya en la puerta del caserón frenó su montura.

- Ayudadme a bajarlo. Con cuidado está mal herido.

Mientras uno de los hombres tomaba las riendas de los animales, el otro sujetaba a Gonzalo sobre el caballo, Hernán bajó de un salto y entre los dos lograron bajarlo sin apenas producirle ningún movimiento innecesario.

- Julio, ve y trae a un médico. Asegúrate de que nadie más se entera de ello.

- Sí señor. Enseguida lo traigo.

El aludido salió corriendo hacia las caballerizas junto con los agotados animales. Minutos más tarde, salía al galope.

Lo había logrado. Allí estaba el Monasterio de los Franciscanos. Con el maltrecho cuerpo de su hermano en los brazos esperaba junto a la gran puerta a que atendieran su llamada. Era tarde, pero sabía que los estaban esperando, así lo habían acordado, no entendía por qué tardaban tanto en abrir. Volvió a llamar de nuevo y justo en ese momento la puerta comenzó a abrirse. Hernán apenas dio tiempo a que se abriese del todo para entrar en el edificio.

- Rápido. Apenas respira y está ardiendo de fiebre.

- Tranquilo, ya está todo preparado. Sígueme

El pequeño monje caminaba rápido a pesar de su avanzada edad. Junto a él, Hernán iba susurrando palabras de aliento que no creía que fueran escuchadas. Les condujo a una celda algo mayor de las que ocupaban los monjes, y que era utilizada cuando alguno de ellos caía enfermo. Al entrar, Hernán reconoció a varios de ellos, uno de los cuales se acercó rápidamente a reconocer a Gonzalo, sin apenas tocarlo esbozó una mueca de preocupación mientras hablaba.

- No hay tiempo que perder. Colócalo sobre el lecho y espera fuera.

- Quiero quedarme. – Hernán dejo a Gonzalo sobre las mantas reacio a dejarlo solo. – No voy a dejarle de nuevo.

- Aquí no harás más que estorbar. Confía en nosotros.

- Pero…

- Fuera.

Sin más explicaciones le echaron de la pequeña estancia y cerraron la puerta.

Ayudado por su criado subieron a Gonzalo por las escaleras hasta la habitación que horas atrás había abandonado. Dos de las chicas les estaban esperando con la cama abierta y agua caliente para limpiar las posibles heridas. Con cuidado le tumbaron en la cama.

- Lucía, acércame un paño, tengo que parar la hemorragia de la cabeza. – Sentándose junto al cabecero comenzó a presionar ligeramente. – Esteban, hay que quitarle las botas y las ropas sucias, temo que tenga algún hueso roto.

- Señor. Vaya a cambiarse, nosotros nos encargamos de

- No, gracias. Estoy bien. En cuanto llegue el médico que suba inmediatamente.

- Descuide señor.

Los criados salieron de la habitación tras asegurarse que su señor disponía de todo lo necesario hasta la llegada del médico.
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