Ofrecía esa opción, Luna. Aunque alguna ya ha hecho saber sus preferencias, y aviso que de momento no me veo capaz de colgar tantas páginas seguidas
DE todas formas, abriendo la carpeta y recordando una conversación con Ale sobre Lucrecia... se lo dedico. A ella y a la que tenga el valor de seguir aguantándonos a mis relatos cortos y a mí
Despertares
o Héroe de andar por casa
Hace apenas unas horas que ha oscurecido en la villa. A pesar de que la noche llegó acompañada de una gran y reluciente luna llena, unos nubarrones negros, hicieron de la noche perfecta, una noche fría, oscura y tormentosa.
Esta la villa, encharcada y oscura; con sus habitantes corriendo en busca de resguardo por la repentina tormenta de verano.
Entre ellos, dos que corren uno junto al otro. Sus manos cogidas con fuerza para evitar caer al suelo, el barrizal en que se han convertido las calles de la villa…
Ella, con una mano abraza fuertemente el chal contra su pecho, intentando guarecerse del frio y la lluvia, la otra anclada a la de su acompañante, que por miedo a perderla o que se accidentara, procuraba tenerla cerca en todo momento.
Tras unos minutos corriendo bajo la torrencial lluvia, alcanzan una celosía y se detienen a respirar. Con la respiración agitada por el esfuerzo, los corazones bombeando a velocidades imposibles, como intentando buscar más espacio que el que el pecho de uno y otro pueden ofrecerles, ambos intentan buscarse en la oscuridad.
Ambos intentando recuperar el aliento, que se les escapa en girones de vapor en la negra noche, intentan recuperar el resuello, hasta que un nuevo trueno resuena y retumba, provocando un asustado grito de ella, que salta hacia atrás sin soltar la mano del muchacho. Y no es sino por esta mano, que ella no llega a tocar el suelo. Pero él la sostiene. Con la mano libre en su cintura la endereza evitando que caiga y se accidente. Al intentar mirarla para cerciorarse que está sana y salva, se percata que no pueden verse los pies. Están sumergidos en lo que en un principio parecía un charco y cada segundo que pasa, se aproxima más a un lodazal.
Al darse cuenta de la crecida de los charcos, y de la proximidad de los truenos, deja ir su cintura, y se voltea hacia unas escaleras. Sin soltar la mano de ella, se encamina por ellas, mientras ella intenta seguir sus pasos, más cortos y rápidos para darle alcance, sin soltar el chal, esta vez, completamente olvidado e inservible en la mano que tiene libre.
Con pasos decididos, continúan caminando por el soportal y la pasarela colindante, hasta llegar a un rincón, donde el tejado y los muros parecen cumplir su función y se verán seguros, al menos, de los estragos de la tormenta.
Y sintiéndose seguros, se miran y sonríen.
Apartando las sábanas con brusquedad, Lucrecia se incorpora irritada. ¡Otra vez ese sueño!
Mira la cama con desgana, sabe lo que verá si vuelve a dormirse, porque después de tantos años, ha sido incapaz de olvidarlo. Aún puede verlo con claridad, si cierra los ojos.
Aún puede sentir la lluvia golpeando sus brazos, los pies encharcados, húmedos y doloridos… aún recuerda el olor a vino que había tras ella… y aquella escena.
Hastiada por sus propios recuerdos, se sienta en el tocador frente al espejo y tomando un peine de plata intenta calmar sus agitados nervios acariciando sus bucles con las cerdas de crin de caballo.
Y sonríe. Mira a su alrededor y sonríe complacida.
Ya no tiene frio, ni se le encharcarán jamás los pies… ni la lluvia golpeará sus doloridos brazos.
Margarita consiguió a Gonzalo aquella noche, pero solo fue por una noche. Y mirando encandilada un pasador de plata y rubíes... sonríe complacida.